miércoles, 2 de julio de 2014

CAPÍTULO 36: NOCHE LARGA


CAPÍTULO 36: NOCHE LARGA

Advertencia: Michael nos va a regalar en éste capítulo una buena colección de insultos, y aunque no es la primera vez que incluyo palabras de éste tipo me parece bien avisar por si acaso xD

***********



-         ¿Papá?  ¿Papá? – le llamé.

No me oía. O me oía, pero no lo procesaba. Estaba muy pálido y sudaba. Parecía a punto de desmayarse. Sólo le había visto así la vez que un ascensor se quedó parado con nosotros dentro. Nunca le habían gustado los ascensores, así que aquello fue como una pesadilla viviente para él.

¿Quién habría llamado? Se me detuvo el pulso al pensar que podía ser alguna mala noticia sobre Michael. ¿Y si le había pasado algo malo a mi hermano?

-         ¿Está contigo? – gruñó papá entre dientes.

-         ¿Con quién hablas? – indagué. Hizo un gesto pidiendo silencio, pero no me pasó inadvertida la fuerza con la que apretaba el teléfono. Tenía los nudillos blancos por la tensión.

-         ¿Qué está haciendo ahí, Andrew?

¿Andrew? El nombre hizo que todos mis hermanos se tensaran. Yo directamente dejé de respirar. ¿Papá estaba hablando con…con “ese”?

-         ¿CÓMO QUE YO SABRÉ HIJO DE….? – gritó papá, pero se calló antes de terminar, no sé si por la presencia de menores, o porque era incapaz de insultar a su padre.

Sentí la furia creciendo dentro de mí…Andrew siempre me provocaba esa sensación, pero es que además, si no estaba entendiendo mal, estaba con MI hermano. ¿Qué corchos hacía con él?

Sé que es antinatural odiar a un padre. Odiar a la persona que te concibe, la persona de la que procedes, es como odiar un pedazo de ti. Pero ese hombre había abandonado a mis hermanos, me había abandonado a mí, y había hecho un gran daño al único padre que conocía. Y yo no había podido hacer nada para impedirlo, porque o bien no había nacido, o bien era sólo un crío.

Pero ya no lo era. Y no iba a dejar que extendiera su veneno hacia Michael.



-         Aidan´s POV –

Mi hijo mayor estaba con mi padre. Con mi padre. Con Andrew.

No era un sueño, no era una pesadilla. Estaba pasando.

Cada poro de mi piel comenzó a excretar un sudor frío y noté el latido de mi corazón en los oídos. Cuando escuché su voz tuve que contenerme para no llamarle “papa´”.  Su voz …No sonó como siempre. Andrew era de esas personas por las que no parecen pasar los años y aparentan veinte cuando tienen cuarenta. Pero en las últimas veces en las que le había visto, cuando todo el asunto de Alice, le había notado envejecido. Seguía siendo atractivo para sus cincuenta y tres años, pero estaba delgado y pálido. La debilidad en su voz me trajo a la mente aquella última imagen, y no la del hombre joven y fuerte que había conocido en mi infancia.

Sentí muchas cosas. Miedo, ira, impotencia, ansiedad…. Pero poco a poco fue ganando la ira, porque no era un hijo hablando con su padre, sino un hombre preocupado por su hijo.

 “Tu sabrás”….Le pregunté qué hacía mi hijo en su casa y me respondió “tu sabrás”. Grrr.

-         Cálmate, Aidan. Está bien. Mejor que bien, en realidad. 

-         Si está contigo lo dudo mucho – escupí.  Hasta ese momento no fui consciente de cuánto rencor le guardaba.

-         Caramba. ¿Esa es forma de hablarle a tu viejo el día de su cumpleaños? Al menos Ted ha tenido la decencia de venir  a saludarme en persona….

Su tono socarrón me sacaba de mis casillas, pero antes de poder gritarle como se merecía reparé en lo que significaban sus palabras. Había confundido a Michael con Ted. No sé de qué me sorprendí, si no se había tomado la molestia de conocer a sus hijos….Pero me pregunté por qué Michael no había aclarado el malentendido.

-         Dile que se ponga.

-         Ya…. verás…. No quiere.

-         ¡Me da igual! ¡Dile que se ponga, joder!

-         No. Yo ya te he avisado de dónde está. Si quieres puedes venir a por él. – respondió, y me colgó.

Tardé unos segundos en separarme del auricular. Dejé de sentir la gravedad y las piernas me flaquearon. Antes de darme cuenta Ted estaba muy cerca de mí, con los brazos extendidos, sin saber si debía sujetarme. Negué con la cabeza y levanté la mano derecha, para indicar que estaba bien, pero que esperara un momento. Respiré hondo un par de veces, forzando al aire para que entrara en mis pulmones.

-         ¿Qué pasa? – preguntó Alejandro - ¿Era Andrew? ¿Michael está con él?

Asentí, incapaz de hablar en ese instante, y varios de mis hijos jadearon. Sé lo que estaban sintiendo, porque yo también lo sentía, multiplicado por un millón. La mirada inocente que caracterizaba los  ojos de todos mis hijos se tiñó por unos segundos de absoluto rencor en el caso de los más mayores, y de inseguridad y confusión en el caso de los pequeños. A todos nosotros nos embargaba un profundo miedo, porque cada vez que teníamos contacto con ese hombre nuestra vida se tambaleaba. Nos asustaba lo inesperado de la llamada, nos asustaba que Michael estuviera con él, y nos asustaban las posibles variantes de nuestro futuro inmediato. Y debajo de todo eso se abría la tímida e inevitable esperanza de descubrir que le importábamos a Andrew aunque sólo fuera un poco.

-         ¿Qué hace ahí? – exigió saber Alejandro. No me gustaba nada la expresión agresiva de su rostro, pero supe entender que el odio que destilaba no iba dirigido contra mí.

-         No lo sé, no me lo ha dicho. Ha sido una conversación muy corta.

-         ¿Qué vamos a hacer ahora?  - dijo Ted. En un principio él también había parecido muy furioso, pero en él vi algo más. Algo así como decisión… y mucha preocupación.

La que hizo fue una buena pregunta. Andrew prácticamente me había invitado a ir a por Michael, pero no me pasó inadvertido el tono de burla con el que lo hizo. De haber sido otra mi situación quizá yo también hubiera podido ver la ironía que se escondía en todo aquello: iba a tener que volver a la casa de mi padre en el día de su cumpleaños, casi como un hijo normal que acudía al hogar para celebrar una fiesta.

Habían sido tantas las veces que había llamado a Andrew para felicitarle, para sondear si lamentaba todos sus errores, para escuchar su voz… y él nunca había dado ocasión de arreglar las cosas. Me colgaba el teléfono, ignoraba mis cartas… Jamás pensé que algún día sería él quien llamaría a mi puerta, o a mi teléfono, que para el caso era lo mismo. La última y única vez que lo hizo fue para pedirme que me hiciera cargo de Alice.

Me sentía incapaz de volver a aquél lugar. Tantos recuerdos allí encerrados… Tantas malas experiencias… Esa casa era el símbolo de una vida que yo había dejado atrás. Sólo había sido capaz de volver allí cuando era necesario tras el nacimiento de alguno de mis hermanos: para gritarle un rato o para solucionar papeleo. Sólo podía pisar aquél lugar cuando se trataba de mis hijos.

Esta vez también se trata de tu hijo. Tienes que ir a por Michael. Míralo así: lo hiciste con todos los demás. Es como un rito, Aidan. Una prueba de fuego que debes pasar cada vez que te haces cargo de ellos.”

Aunque estuve de acuerdo con mi voz interior, seguía sin saber qué se le había perdido a Michael en aquella casa. Él no guardaba ninguna relación con Andrew. No era su hijo biológico y no compartían sangre. Sólo se me ocurrió que quizá sintiera curiosidad. Después de todo era el padre de todos sus hermanos, y el hombre con el que su madre había tenido una aventura. Me sentí culpable por no haberle hablado abiertamente sobre Andrew, pero en verdad no hablaba de él con nadie. Ni siquiera con el resto de mis hijos, que eran sus descendientes directos…. La pregunta que hizo Harry tras unos momentos de reflexión me hizo darme cuenta de que mi silencio con respecto a mi padre había hecho que se forjaran ideas erróneas:

-         ¿Le ha secuestrado? – dijo Harry, una vez todos entendieron que no tenía respuesta para la pregunta de Ted. Levanté los ojos para mirarle con bastante curiosidad. Me hubiera gustado saber lo que pasaba por su cabecita.

-         No, Harry, claro que no. Andrew no es un secuestrador.

Estaba buscando la forma de decir algo más, pero no encontré las palabras así que volvimos a quedarnos en silencio. Esa vez fue Zach el que lo rompió.

-         ¿Y qué es? – preguntó de pronto. – Nunca nos lo has dicho. No es como si quisiéramos saberlo, pero llegado el caso la verdad es que no tengo ni idea. Sólo sé que es un cabrón, y además rico, pero ni idea de cómo se hizo rico. ¿Cómo se gana la vida?

-         Yo sí sé lo que es. Es proxeneta. Lo dijeron en la televisión hace dos años, cuando papá y él peleaban por la custodia de Alice – dijo Alejandro.

-         No es proxeneta. Y no hables así, Zachary  – respondí yo, por automatismo, pero nadie me escuchó.

-         La verdad es que le pega – aceptó Zach – Y qué, ¿recogía mujeres en la calle, las convertía en putas y después se acostaba con ellas?

-         ¿Qué es “proxeta”? – preguntó Kurt.

-         Basta. Esta no es una conversación para tenerla delante de vuestros hermanos pequeños… No es una conversación que debáis tener ninguno de vosotros, en realidad, porque nadie debería saber aquí lo que es un proxeneta. – dije, mirando a Zach con curiosidad y preocupación. ¡Que tenía trece años!  ¿Qué hacía mi niño inocente manejando esas palabras?

-         Pero ¿lo es o no? – insistió Harry.

-         Ya he dicho que no.

-         En la tele…

-         No todo lo que dicen en la televisión es cierto. – les recordé. De todas formas, hacía años que no sabía de su vida, pero aun así mi padre no es del tipo de personas que explotaría a otra sexualmente. Era un capullo que trataba a las mujeres como objetos, pero nunca obligaba a nadie a hacer algo que no quisiera. Sus relaciones tenían dinero o deseo mutuo de por medio, jamás forzó a ninguna mujer, y nunca esclavizaría a alguna convirtiéndola en prostituta. Al menos, esa era mi idea. Uno nunca sabe con qué sorpresas puede encontrarse  en un hombre como mi padre….

Mis hermanos me miraron expectantes. Tardé unos segundos en entender lo que pretendían.

- No sé de qué trabaja – les aclaré.

-         ¿Qué?

-         Que no sé de qué trabaja.

-         Venga ya. ¿Viviste con él diecisiete años y no sabes de qué trabaja? Sí, claro. Si no nos lo quieres decir, tampoco hace falta que nos mientas… - gruñó Ted, pensando seguramente que le estaba tomando el pelo.

-         Es la verdad. Chicos, Andrew estaba fuera de casa casi todo el día, supuestamente trabajando, yo tenía el teléfono de su oficina y llamé alguna vez, y me atendían como en un trabajo normal, y tenía que creerme que era agente en bolsa. Pero no estudió ninguna carrera y nunca me llevó a visitarle.

Me  sentí observado por mis hermanos como si fuera uno de los animales del zoo que íbamos a visitar. Si la situación no hubiera sido tan tensa, hubiera chillado como un chimpancé, a ver si era eso lo que esperaban de mí.

-         ¿Me estás diciendo que te la sudaba lo que hacía tu padre para ganarse la vida? – preguntó Alejandro con incredulidad.

-         Te estoy diciendo que durante muchos años me creí lo que él decía y que después tuve otras prioridades. Fuera lo que fuera nunca trabajó mucho y la mayor parte del tiempo que supuestamente pasaba en la oficina lo pasaba en un bar. No teníamos precisamente una buena relación como para que me contara cómo había sido su día. Y de todas formas no creo que ahora sea el momento de hablar de esto.  Sólo quería aclarar que, en principio, Andrew no es un delincuente. Pero eso no me garantiza que Michael esté bien con él.

-         No sabes en qué trabajaba. – replicó Alejandro – Así que no sabes si es un delincuente. Igual sí era proxeneta, o mafioso, o stripper o….

-         Cuerpo de stripper sí que tiene. – comentó Ted.

-         ¿Tú también? Échame un cable ¿no?

-         Sólo digo que, aunque sólo le he visto de mayor y por la tele, se ve que fue un tipo atractivo en su momento… Vamos… ¿Me vas a decir que no te da curiosidad?

-         ¿Qué es “stiper”? ¡Papi, no entiendo nada! – se quejó Hannah. No la gustaba perderse en una conversación.

-         No hay nada que entender, princesa. Tus hermanos sólo están haciendo méritos para que papá se enfade, sólo eso. – respondí, y la cogí en brazos.

-         ¿Y ahora qué hicimos? – protestó Zach. - ¡Sólo queremos saber!

-         Para eso no hace falta decir groserías ni hablar delante de vuestros hermanos de temas no aptos para menores.

-         ¡No les pongas a ellos de excusa! No conocemos a nuestro padre. Michael está con él, y lo primero que Harry ha pensado es que le pudo secuestrar. Entiendo que no te guste hablar de él, pero… - empezó Alejandro, pero Ted le cortó.

-         ¡Claro que no le gusta hablar de él! Andrew no es tu padre, es el suyo y no necesitas saber de qué forma le destrozó la vida: basta con saber cómo nos ha dejado tirados a cada uno de nosotros. Ahora no es momento para satisfacer la curiosidad… hay que ir a buscar a Michael.

Miré a Ted con agradecimiento, pero al mismo tiempo supe que al decir aquello se estaba incluyendo. Que tenía pensado venir conmigo. Yo se lo iba a prohibir, por supuesto, y él se iba a enfadar, porque yo no tenía derecho a prohibirle ver a su padre. Estaba pensando cómo salir de aquél atolladero cuando sentí un tirón en la pernera de mi pantalón.

-         Papi, yo quiero verle – dijo Alice, mirándome a los ojos. – Quiero ver a papá.

Juro que esas palabras me mataron. Si no me morí fue porque tenía doce chicos de los que ocuparme y hasta que no fueran mayores yo no tenía permitido morirme.

Alice parecía haber estado ajena a la conversación, y sin embargo seguramente fue la que más cosas entendió de todos. Era difícil saber cuál era el alcance de sus recuerdos sobre Andrew, pero evidentemente no le había olvidado. Y quería verle. Y le había llamado papá.

Cuando empecé a hacerme cargo de mis hermanos me prometí a mí mismo que jamás les privaría de su padre. Si querían verse, yo no sólo no impediría el encuentro, sino que lo propiciaría. Durante años le mandé fotos de sus hijos,  con la esperanza de despertar su interés por ellos, pero tal interés nunca vino. Por suerte para mí, mis hijos tampoco se interesaron en él, o al menos no abiertamente, porque se sentían rechazados. Sin embargo, tendría que haber sabido que ese momento llegaría.



- Michael´s POV, algunas horas antes. -


Al entrar en el cuarto de Hannah la vi bastante aburrida. Había sacado un montón de colores y los tenía desperdigados por el suelo, pero no parecía muy entretenida con lo que estaba pintando.

-         Hola, enana. ¿Qué haces?

-         Me aburro sin Kurt y sin Alice – me dijo, con cara de pena. Me senté a su lado en el suelo.

-         ¿Y por qué no hacemos algo divertido nosotros?  - propuse, y me fijé en la habitación. Eso estaba lleno de cosas de niña. Cogí uno de los unicornios y se lo mostré, por si la apetecía jugar con eso.

-         Es de Alice – dijo.

-         Bueno… pero lo podemos usar ¿no?

-         No sé… Si no está ella igual no…

Fruncí el ceño.

-         Seguro que sí. Tiene que aprender a compartir.

-         Es que… ese juguete es especial. – explicó Hannah.

-         ¿Por qué?

-         Porque se lo regaló él.

-         ¿Él? – pregunté, sin comprender.

-         El que no es papá. El que nos dejó solitos.

Me sorprendí.

-         ¿Andrew? – pregunté, y ella asintió. Aquello me dejó un poco descolocado. Recordé lo que había descubierto con Greyson. Andrew parecía una caja llena de secretos…

¿Por qué habría abandonado a sus hijos? ¿Por qué se quedó con Aidan si sólo tenía dieciséis años cuando él nació? ¿Qué tenía Greyson en su contra? ¿Por qué le había hecho regalos a la enana? Miré el unicornio. Un hombre que hacía regalos a una niñita no podía ser tan malo.

Me quedé con la cabeza llena de preguntas. Y decidí que era hora de conseguir algunas respuestas.

Dejé a Hannah con sus pinturas, saqué un cuaderno que guardaba en el bolsillo falso de mi mochila y bajé las escaleras con decisión. Cogí la chaqueta del perchero y mientras me la ponía Barie se asomó y me miró interrogante.

-         Me agobio. Me voy a dar un garbeo – respondí, a su pregunta no expresada, y me marché.

El cuaderno que había cogido eran anotaciones de cosas que necesitaba saber para “mi misión”. Greyson era muy detallista en algunas cosas, y absurdamente parco en otras. No me había dicho, por ejemplo, que Dylan era autista. Tampoco sabía el nombre de todos ellos. Sin embargo sabía a qué colegio iba Ted y… la dirección de la casa de Andrew. Miré la calle anotada en aquella libreta. Conocía por dónde quedaba, y era en el quinto culo del mundo. Iba a tardar la vida en llegar hasta ahí, pero no tenía nadie que me llevara y ni un maldito céntimo para pedir un taxi. Me planteé la posibilidad de robar un coche, pero intuía que esa era una de las cosas por las que Aidan me mataría lenta y dolorosamente.

Tardé lo mío en llegar, pero finalmente vislumbré el número cuarenta de la quinta avenida. Era una casa grande completamente blanca, tapada a medias por algunos árboles. No había verjas en el jardín, y automáticamente mi cerebro buscó los puntos débiles de aquella casa, desde la perspectiva de un ladrón. En seguida vi que esa puerta era infranqueable: estaba blindada.

Me detuve frente a esa puerta durante varios minutos hasta que me atreví a llamar al timbre. Algunos segundos después me abrió un hombre rubio, sin apenas arrugas salvo en la frente, que por lo demás era un calco de Aidan.

-         Te tiñes el pelo ¿verdad? – fue lo primero que dije. Ni hola, ni presentaciones… Creo que me tomó por un vendedor de tintes para el cabello, porque sin decir nada empezó a cerrar la puerta, dispuesto a darme con ella en las narices. Puse el pie para impedírselo.  – Tienes que teñírtelo. Aidan dice que tienes cincuenta y tres años.

Al escuchar el nombre de su hijo sus ojos se abrieron un poco. También en eso era distinto a Aidan: los tenía de un azul frío y gélido, muy hipnotizante, mientras que los de Aidan eran de un vivo marrón oscuro, casi negro.

Me examinó con la mirada y luego me reconoció, o creyó reconocerme.

-         No me lo tiño. Aún soy joven.

-         Sigue diciéndote eso. Seguramente la gente como tú piensa que siempre es joven para salir, beber y follar. – le repliqué. No pensaba morderme la lengua ni cortarme un pelo con él, y además quería ver cómo reaccionaba. De alguna forma, adiviné que se iba a reír.

-         Me caes bien, chico. A Aidan tienes que volverle loco, pero a mí me caes bien. Se nota que eres hijo mío. Pasa – dijo, y se apartó de la puerta.  Me abstuve de decir que no era hijo suyo, y que era idiota por confundirme, porque supe ver que la confusión me convenía a la hora de averiguar cosas sobre él.

Caminamos a lo largo de una habitación amplia y poco amueblada, hasta llegar a un sofá. Él se sentó. Yo no. Me miró durante unos segundos con las manos juntas y los dedos entrelazados. Mi visita había tenido que sorprenderle, y sin embargo con su actitud insinuaba que él que controlaba la situación era él.

-         ¿Qué necesitas? ¿Buscas dinero? – preguntó, sin rodeos. A saco.

-         Aidan puede mantenernos sin problemas – repliqué. Por alguna razón sentí que debía dejar ese punto claro, y que debía defender a Aidan.

-         Hace unos años no era así.

-         Hace unos años tú no moviste el culo para echarle un cable. Espero que el dinero se te indigestara.

-         Él no me pidió dinero.

-         ¡No tenía que pedírtelo! ¡Es tu hijo, joder! ¡Tú tendrías que haberle ayudado! ¡A él y al resto de tus hijos, a los que no pareces tener en cuenta! – estallé. Pero qué subnormal ¿no?

-         ¿A eso has venido? ¿A hacer reclamaciones?

No respondí. En realidad no sabía muy bien por qué había ido. Para tratar de averiguar qué quería Greyson de él, para ver lo que había pasado entre él y Aidan…pero no tenía un plan de acción para esos objetivos.

-         Tú eres Theodore ¿verdad? – preguntó – Sí. Theodore es el mayor. Casi reclamo por tu custodia cuando me enteré del nombre que te puso.

-         Todos me llaman Ted – respondí. Tal como había imaginado, me había confundido con mi hermano. Ni siquiera sabía el color de los ojos de su hijo. Al menos, sabía el color de su piel. – Y es macabro que hagas chistes con eso. Parece que no te importa que Aidan  tenga la custodia del resto de tus descendientes.

-         No me importa. Lo hace bien. Lo hace bien, ¿no? ¿O por eso has venido? ¿Habéis discutido? – inquirió, y ahí le noté algo más interesado. Menos indiferente que hasta ese momento.

-         Sí – mentí, por plena curiosidad de ver a dónde iba a parar aquella conversación. ¿Me ofrecería (le ofrecería a Ted) vivir con él, si le decía que no estaba bien con Aidan?

Andrew no dijo nada. En seguida entendí que era un hombre de pocas palabras. Sin embargo me miraba mucho, y sus ojos, más claros que los míos, se sentían penetrantes.

-         ¿Cuántos años tienes? – preguntó tras unos segundos.

-         Ni la puta edad de tus hijos sabes…

-         Cuántos – cortó, sin inmutarse por mi tono, y por el lenguaje. Eso me gustaba. No era tan tocapelotas como Aidan en eso.

-         Diecisiete – volví a mentir.

-         Te quedan pocos meses para poder irte legalmente de su casa. Y si no aguantas, siempre te puedes escapar o sino pedir la emancipación.  – me dijo. Y tan tranquilo. “Oye, que he discutido con mi padre”. “Vale, pues emancípate”.  Sabía cómo dar consejos ¿no?

-         ¿Cuál de las dos opciones escogiste tú?  - le pregunté, sabiendo que se había ido de su casa con dieciséis años.

-         Me escapé. Meses después pedí la emancipación, alegando que podía mantenerme sólo y tenía un hijo propio. No vivía en la misma ciudad que mis padres y estar bajo su tutela implicaba un gran lío de papeleo así que el juez terminó por acceder.

Procesé la información reparando en el poco afecto que ponía en las palabras al hablar de sus padres. No supe qué responderle y paseé la mirada por la habitación. No había fotos. Aidan en cambio tenía muchas fotos en su casa, aunque todas de sus hijos y ninguna de Andrew.

-         ¿Por qué habéis discutido? – preguntó al final, y no respondí, porque no se me ocurrió una buena mentira en ese momento. Tampoco parecía esperar que fuera a responder. - ¿No os lleváis bien?

-         No, para nada bien.

Eso no era del todo una mentira. Se podría considerar que estaba mintiendo, porque me estaba haciendo pasar por Ted y con él si se llevaba bien, pero conmigo no. Yo era más bien un grano molesto y tocanarices.

-         Cuando tenías seis años o cosa así Aidan me contaba alguna de las tonterías que hacías, y me pasó fotos. Se te veía feliz.

-         Las fotos engañan. – repliqué.

-         ¿No te trata bien? – indagó. Noté que tenía mucha curiosidad. Seguramente no sabía el tipo de padre que era su hijo. - ¿Bebe?

-         No. Nunca bebe alcohol. – dije, y reparé en eso por primera vez. No le había visto beber ni una gota. Me apunté preguntarle al respecto.

Los ojos de Andrew se oscurecieron.

-         ¿Es racista?

-         ¿Qué?

-         Que si te trata a ti peor que a tus hermanos por el color de tu piel.

-         ¿En qué puto siglo vives? – me indigné.

-         Oh, te sorprenderías – respondió, soltando una risa sarcástica y muy oscura, que me dio muy mal rollo y me erizó la piel. Me estremecí y él volvió a recuperar su mirada calculadora y observadora. - ¿Te golpea?

Algo le tenía qué decir. Alguna razón tenía que darle para mi supuesto enfado con Aidan, y recordé que la primera vez que me pegó quise ver en ello un maltrato…. Quise poder odiarle por pegarme para no tener que quererle por ser un tipo legal.  Siempre es mejor mentir sobre algo que has tenido por  verdad alguna vez, o mentir sobre algo que tiene una base cierta.

-         Sí.

De nuevo silencio. ¡Esas pausas suyas y su forma lenta de hablar me ponían de los nervios!

-         No te golpea – aseguró al final, y se recostó contra el sofá, apoyándose en el respaldo, mucho más tranquilo.

-         Que te digo que sí.

-         Y yo te digo que no – respondió, con una sonrisa arrogante.

-         Piensa lo que quieras. Me la suda – bufé. Por algún motivo me molestó que no me creyera. O quizás era esa actitud prepotente que me impulsaba a contradecirle, pese a ser el primero en saber que estaba mintiendo.

-         Si de verdad te golpeara, no te atreverías a decirlo. No a mí, cuando casi no me conoces y lo poco que sabes de mí te desagrada, y tampoco así. No me mirarías a los ojos y lo declararías casi como si fuera algo de lo que enorgullecerse. Más bien, lo hubieras soltado entre lágrimas, buscando alivio en una persona que te diera confianza. Te sentirías avergonzado, asustado, inseguro, intimidado, dañado y vulnerable. No chulo, gallito, confiado y como poniéndome a prueba. Te tocarías imperceptiblemente la mejilla o el brazo, o el sitio en el que te hubiera hecho el último cardenal, y te temblaría la voz, y el cuerpo entero. Tampoco estarías ahí de pie, sintiéndote superior a mí. Tu lenguaje corporal te delata. A ti nunca te han golpeado. Nunca te han hecho sentir una basura. Te encanta tu cuerpo, confías en tu propia fuerza y no tienes miedo de utilizarla.

Durante unos segundos probablemente le miré con la boca ligeramente entreabierta como un idiota. Fue su discurso más largo hasta el momento y casi me pareció que hablaba desde la experiencia. Nadie sabía nunca cuando mentía. Nunca. Me daba la sensación de que Aidan  podía descubrirme si se lo proponía porque era una persona muy intuitiva y porque cuando trataba de mentirle a él - como cuando lo del puñetazo del hospital - me volvía tonto por motivos que aun no me explicaba, como si no fuera capaz de mentirle a él.  Pensar en aquél puñetazo me dio un argumento para replicar a Andrew:

-         Si me han golpeado. Tienes razón: Aidan, no. Pero sí me han golpeado, y amenazado, y me han hecho sentir una basura. No tienes ni  puta idea de mi vida así que no…

-         Oye, ¿te pagan dinero cada vez que dices puta, puto o alguna variante? Si es así debes tener unos cuantos billetes. No es necesario acompañar cada sustantivo con esa palabra. Existen muchos otros adjetivos, seguramente más apropiados. – comentó, sonriendo con todos los dientes. ¿Y si se los rompía de un puñetazo? ¿Cómo quedaría su perfecta boca de perfectos dientes blancos si le arrancaba unos cuantos?

-         Puto puto puto puto – gruñí, rabioso.

Lo sé, fue una rabieta infantil. Tal vez pasaba mucho tiempo con los enanos de Aidan.   Lo único que conseguí fue que Andrew rodara los ojos. Luego volvimos al ya casi acostumbrado silencio. Me cansé de estar de pie, así que me senté lo más alejado de él que pude.

-         Era verdad. – me dijo, al cabo del rato. Le miré sin comprender. -  Lo de que alguien te ha tratado como una mierda. Ahí no mentías. Lo lamento.

Abrí mucho los ojos, al reconocer en él el primer signo de empatía. El primer signo que me hacía pensar que ese tío era humano, con emociones  humanas normales.

-         ¿Aidan lo sabe? – siguió diciendo. Asentí. - ¿Y qué ha hecho al respecto?

Lo pensé bien.

-         No… sabe todos los detalles. No estaba con él cuando pasó, y prefiere no presionar con el pasado, así que cree lo que yo quiero que crea.

Recordé, demasiado tarde que me estaba haciendo pasar por Ted. Se supone que Ted estuvo con Aidan desde siempre. Por suerte, Andrew no debió prestar demasiada atención a ese detalle, o quizás interpretó mis palabras de otra forma, porque no pareció extrañarse. A decir verdad, parecía estar sumido en sus propias reflexiones. Pronto supe el resultado de su debate interno:

-          No sé en qué clase de persona se ha podido convertir Aidan ni lo que te ha hecho para que estés aquí contándome mentiras sobre él, pero no necesitas hacer eso. Si ya no quieres estar con él eres libre de irte, no requieres de mi consejo o de mi aprobación… pero aquí no puedes venir.

-         ¿Por qué no? ¿Tanto miedo te da tener un hijo? Porque tienes doce. Y ya no soy un crío, no tendrías que cuidar de mí.

-         ¿Tan mal estás con Aidan que te estás planteando vivir conmigo?

-         Oye, si quitamos que eres un cerdo hijo de puta, no estás tan mal. Parece sobrarte la pasta y yo no necesito un padre, sólo un techo.  –  dije, sin saber a dónde nos iba a llevar todo aquello.

-         No sabes lo que estás diciendo – bufó, y se levantó bruscamente, dándome la espalda. Eso me sorprendió. Había  soltado aquello por tirar del hilo, por ver si decía en voz alta por qué despreciaba a sus hijos, pero aquella reacción casi me hizo pensar que lo estaba considerando. Le observé caminar dándome cuenta de que era mucho más tranquilo que Aidan, y eso que él ya daba la impresión de ser  bastante imperturbable. Pero lo de Andrew era ya casi algo insano.  Incluso en aquél momento en el que estaba nervioso, su rostro seguía igual de relajado, como si llevara una máscara o un inhibidor de sentimientos. No parecía que nada en el mundo pudiera alterarle, enfadarle, o sacarle de aquella pose de absoluta tranquilidad.

Lo que al principio me había parecido un caminar sin rumbo resultó tener un destino cuando llegó a un mueble con aspecto de minibar, pero cuando lo abrió estaba vacío. Andrew debía de haberlo olvidado, porque pareció decepcionarse de no encontrar nada dentro y cerró de un portazo. Volvió al sofá donde yo estaba y se puso delante de mí,  a la expectativa. No entendí lo que quería que hiciera.

-         Quita – verbalizó. Me levanté, y él levantó el asiento del sofá, para descubrir una especie de cajón secreto, del cual sacó una botella.  - ¿Bebes?

-         Soy menor de…

-         No pregunté eso. Pregunté que si bebes.

-         Depende de la gradación. – respondí, con cautela. El alcohol podía reaccionar con la insulina y mandarme al otro barrio de una patada, pero no pasaba nada por beber un poco. Sin embargo, esa cosa no parecía un traguito de cerveza, sino ron, o whisky o algo de eso.

-         No me vengas con pijadas. ¿Bebes o no?

-         Con el estómago vacío, no.

Andrew bufó, caminó hacia una habitación que deduje que era la cocina, y volvió con  restos de pizza del día anterior.

-         No puedo comer eso.

-         ¿Por qué mierdas no? – replicó. Le estaba cansando.

-         Porque tengo diabetes. – respondí y le miré con atención, a ver si sabía que su verdadero  hijo no la tenía. Por lo visto, no.

-         ¿Y eso significa que no puedes comer pizza?

-         Sí puedo, pero ya me cuesta bastante ser delgado con esta mierda como para complicarle las cosas a la insulina.

-         ¿Vives en una dieta continua? – preguntó, con curiosidad.

-         Sí.

-         Vaya mierda.

Tiró la caja con la pizza sobre la mesa de mala manera y acercó un vaso para llenarlo con la bebida. Luego se tiró él sobre el sofá con una habilidad increíble para no derramar ni una gota y se bebió aquello de un trago. Repitió el proceso dos veces, en menos de un minuto. Cuando se llenó el vaso una cuarta vez, sentí que tenía que decir algo.

-         ¿No deberías parar?

-         Es mi cumpleaños, puedo emborracharme si quiero.  – replicó, pero sin embargo no se llevó el vaso a los labios.

-         ¿Cumples años?

Soltó una risa de esas que hielan la sangre.

-         No sabes ni eso y quieres venirte a vivir conmigo.

-         Tú tampoco sabes cuándo cumplo yo. – contraataqué. Alzó una ceja, y dejó el vaso en la mesa.

-         Touché. Pero no soy yo el que pretende jugar a las familias felices.

-         No soy yo el que realmente se lo está pensando. No has dicho que no. Sólo te has levantado y te has puesto a beber. – apunté.

-         Lo normal es que al menos lo piense un poco, digo yo ¿no?

-         No pareciste pensarlo cuando te deshiciste de todos tus hijos. – le ataqué.

-         ¿Qué es lo que te ha hecho Aidan? – preguntó, ignorando mi pulla.

-         No quiero hablar de eso.

-         Si no me lo dices se acabó la conversación. Me estás pidiendo quedarte aquí: lo mínimo es saber por qué.

-         ¡Mi padre eres tú, no él! – le espeté. En realidad, mi padre no era ninguno de los dos. Pero aquello iba mejor de lo que yo había pensado: no había creído que Andrew pudiera ser capaz de considerar que yo  (o Ted) viviera con él.

-         ¡YO NO SOY TU PADRE! – gritó, y tiró el vaso contra el suelo, haciendo que estallara en pedazos. Ocurrió en un segundo. No era un cambio que pudieras prever. No había habido progresión en su gesto: había pasado de estar de buen rollo a lanzar vasos por el aire.

Respiró con fuerza y sostuvo mi mirada. Yo sostuve la suya, azul contra azul. Él era más alto que yo, igual que Aidan pero no me intimidaba. Antes había tenido razón: yo confiaba en mi fuerza, y no le tenía miedo a un hombre desarmado.

Tan repentinamente como le vino la furia, se le fue. Sus ojos volvieron a estar tranquilos. En ese momento me di cuenta de que había estado conteniendo el aliento.

-         Sólo te estaba tanteando. No ha pasado nada con Aidan. Ni loco viviría aquí. Sólo me apetecía conocerte. – dije al final, decidiendo ser sincero por fin, con más información de la que esperaba haber conseguido.

Andrew gruñó.

-         ¿Y no podías decirlo desde el principio? – masculló.

-         Necesitaba saber hasta qué punto pasabas de mí. No me interesa saber tu color favorito, sino si estarías dispuesto a dejar de ser un cabrón.

Por unos segundos pensé que las tornas habían cambiado, y el que iba a partirme los dientes era él, pero en lugar de eso  cogió otro vaso sin molestarse en recoger el que había tirado, lo llenó y dio un sorbo. Y siguió así por un rato. Me cansé de verle beber como un idiota, así que cogí un vaso y me serví un poco, creo que buscando que me lo impidiera. Aparte de por mi edad, yo no debía beber por la diabetes y él lo sabía. Deseé que me lo prohibiera, como hubiera hecho Aidan, pero no dijo nada. De hecho, pareció  mirarme con aprobación. Le di un sorbo a esa cosa y demás está decir que sabía a rayos.

-         El rojo. – dijo al final, en tono casual.

-         ¿Eh?

-         Ese es mi color favorito.

-         Vale. – respondí, sin saber qué más decir.

-         Vale. – replicó. Jugueteó con el dedo y el borde del vaso en un gesto que no supe si interpretar como pensativo o infantil – Así que…. ¿venías a conocerme?

-         Sí.

-         ¿Por qué?

-         Me parece lógico, teniendo en cuenta que….

-         No lo digas. Mira, si vamos a estar aquí hablando un rato, evita decir la palabra con “p” ¿de acuerdo?

-         ¿Puta? – pregunté para chincharle – Aidan también tiene esa norma.

-         Pa… Pa...

-         Lo que intentas decir es “padre”. Ánimo hombre, que ya casi lo tienes. – me burlé. Sus ojos se encendieron y pensé que iba a romper otro vaso, pero no se movió. Simplemente me miró serio.

-         No lo digas.

Aunque era placentero tener algo con lo que incomodarle, no quería que acabara por hartarse y diera la conversación por terminada, así que contuve las ganas de repetir la palabra hasta que le sangraran los oídos.

-         ¿Sabes si quiera cuántos hijos tienes? – le interrogué.

-         Once.

-         Meeec – imité el ruido de una bocina, como el pitido de los concursos cuando te equivocas – Doce. Qué bien, tío, qué bien…

-         Once – insistió. – También sé sus nombres, no soy tan idiota.


-         ¿Oh, de veras? Ilumíname. – repliqué, con sarcasmo, pero sin poder ocultar algo de sorpresa. Parecía muy seguro de lo que estaba diciendo.

 -         Aidan, Theodore, Alejandro, Zachary, Harry, Bárbara, Madelaine, Cole, Kurt, Hannah y Alice.

-         El que te olvidas es Dylan.

-         Ah…Es verdad. Es el retrasado ¿no?

En vez de responderle,  fingí dar otro sorbo a mi bebida. Después arrojé el vaso de forma muy similar a como lo había hecho antes él, y al segundo siguiente me tiré sobre él golpeando donde podía. Cegado por la ira, llevé las manos a su cuello, pero él me sujetó impidiendo que llegara. Las venas de sus brazos resaltaron por la fuerza que ambos estábamos haciendo. Me hacía daño en el pecho, que era de dónde estaba empujando para separarme. Al final, renuncié a estrangularle y le metí un puñetazo, tras el cual nos  quedamos a unos dos metros de distancia el uno del otro.

-         ¡TE VAS A TRAGAR TUS PALABRAS PEDAZO DE MAMONAZO! ERES UN HIJO DE LA GRANDÍSIMA PUTA, MARICÓN DE MIERDA, CERDO DESGRACIADO…¡MUÉRETE Y ASÍ TE REENCARNES EN EL OJETE DE TU PUTA MADRE! ¡EL ÚNICO RETRASADO ERES TÚ…. PERO SUBNORMAL PROFUNDO! ¡SUBNORMAL DEL TODO! A ti te golpearon la cabeza al nacer….¡Y SI NO DEBIERON HACERLO!

-         ¡Cálmate, chico!

-         Que te follen. Espera no, que eso te gusta: que te metan un palo por el culo y te lo claven en los riñones.  – gruñí, y busqué como un tonto mi chaqueta para entender luego que no me la había quitado. Caminé hacia la puerta sorprendido de no haberle matado ahí mismo.

-          ¡Espera, Ted! ¡Lo estás entendiendo mal! – dijo, y se levantó del sofá, donde había quedado medio tumbado a causa del pequeño forcejeo para seguirme e impedirme salir. Apenas me inmuté porque me llamara Ted. Estaba demasiado enfadado como para eso.

-         ¿QUÉ ES LO QUE ESTOY ENTENDIENDO MAL, BASTARDO HIJO DE PUTA? ¿Acaso crees que Dylan es un error? ¡TÚ ERES EL ERROR! ¿Desearías  que no hubiera nacido, es eso? ¿Tal vez querrías haberlo abortado antes de nacer? ¿CÓMO TE MOLESTAN TUS HIJOS QUIERES MATARLOS A TODOS? A este no le cuento porque es autista, a éste porque es negro, a éste porque es rubio…

-         Le llamé retrasado porque…es lo que es… no con intención de insultarle...

-         ¡NO ES RETRASADO CABRÓN SIN ESCRÚPULOS! ¡A LAS PERSONAS COMO TÚ DEBERÍAN ARRANCARLES EL PENE, FREIRLO Y DÁRSELO DE COMER A LOS PERROS!

Gritar me ayudaba a descargarme. Poco a poco me cansaba y me dejaba sin energías, y eso se traducía en una especie de calma. Siempre me han dado rabia ese tipo de cosas… Yo no era precisamente del tipo que se sentía a gusto con los discapacitados… de hecho no terminaba de entender la situación de Dylan, pero si tenía muy grabado el tabú de insultarles.

-         Tranquilízate. Debo reconocer que no le he nombrado a posta…Me cuesta aceptar que tengo un hijo re….

-         ¡NO ES RETRASADO!

-         ¡LO QUE SEA!

-         ¡NO, LO QUE SEA NO! ¡ES AUTISTA! – bramé.

-         ¡Que vale! Me da igual lo que sea, el asunto es que no es normal.

-         ¿Pero te estás escuchando? ¿Cómo no es “normal” no le quieres? ¡Qué digo! SI TU NO QUIERES A NINGUNO! ¡PERO AL MENOS A LOS DEMÁS LOS CUENTAS, COÑO! ¿TANTO TE AVERGUENZAS DE ÉL? ¡TU ERES QUIÉN DA VERGÜENZA! ¡VERGÜENZA Y ASCO!

-         ¡Te estás equivocando mucho, chaval! ¡Pero del todo!

-         EL QUE SE EQUIVOCA ERES TÚ. “Me cuesta aceptar que tengo un hijo retrasado”….¡HIJO DE PUTA!

Cada vez que le llamaba eso me sentía un poco mejor. Era como si las palabras “hijo de puta” tuvieran alguna clase de efecto calmante.

-         ¡Claro que me cuesta, coño! – me espetó -  ¡Me cuesta saber que hay por ahí un niño que no puede valerse sólo y que he sido yo el que le he traído al mundo! ¡Me cuesta saber que tiene necesidades especiales y que yo no he estado ahí para atenderlas!

Eso me sorprendió lo bastante como para aplacar mi ira. ¿Había oído bien? Por lo visto, había malinterpretado sus palabras. Andrew había omitido a Dylan porque pensar en él dolía demasiado, no porque se avergonzara de su condición.

-         ¿Por qué no has estado? – pregunté, ya con un tono de voz normal – Si te sientes así ¿por qué no has estado? ¿Por qué no llamaste al menos, para ver cómo le iba a él y a los demás?

-         Yo no pedí ser su padre.

-         ¡Tú metiste la salchicha en el bollo, vamos a ver! ¡No puedes ser tan inmaduro! ¡Tú la cagas tú te haces cargo! ¿Te das cuenta que tu hijo ha tenido que cargar con tu responsabilidad?

-         ¡Tampoco le pedí a Aidan que fuera su padre!

-         ¡NO ES CUESTIÓN DE QUE SE LO PIDIERAS! ¡Dios, pero qué imbécil!

-         Deja de insultarme, mocoso, porque estás tentando tu suerte…

-         Odio que me amenacen.

-         Odio que se presenten en mi casa sin avisar para llenarme de insultos. – contraatacó.

-         Odio a los cerdos hijos de puta que abandonan…¡ay! – exclamé, cuando me dio una colleja. Fue extraño, porque en verdad no me dolió y él se rió un poco.

-         Te avisé.

-         ¿Y si yo te aviso de que te voy a romper los huesos? – gruñí.

-         No repliques. Sólo no me insultes más. Además no te di fuerte.

Le dediqué la mejor mirada de odio que supe poner y le bufé. Rodó los ojos, como si dijera “las cosas que hay que aguantar” y luego se quedó pensativo.

-         Nunca le di una colleja a Aidan… - murmuró.

-         Puto sádico, lo dices como si fuera un momento feliz que no vivisteis…

En vez de responder, me dio otra colleja, por lo de “puto”, imagino, pero en verdad me prestó poca atención y parecía medio ausente.  Aunque habíamos estado hablando de él la mayor parte del rato, al nombrar a Aidan aquella vez pareció entristecerse un poco.

-         Él era un trozo de pan ¿sabes? Era un gran niño.  – comentó.

-         ¿Era? Que no está muerto… - dije, pero no hizo caso a mi interrupción, como si no me hubiera escuchado.

-         No puedo recordar que alguna vez hiciera algo realmente malo.

-         Pues ya es un milagro, teniéndote a ti por padre – repliqué, sin poderlo evitar. Sorprendentemente, pareció estar de acuerdo conmigo.

-         Sí, es un milagro… - concordó, aún con la mirada perdida. Luego sacudió la cabeza y sus ojos brillaron un poco, con una chispa de interés y de entusiasmo. - ¿Cómo es?

-         ¿Aidan? – pregunté, extrañado. Soltó un chasquido exasperado y asintió. - Más alto que una farola, con unas greñas al estilo Jesucristo, ojos grandes y oscuros…

-         Conozco su aspecto, Ted….

-         Pues ya es todo un logro, porque dudo que conozcas el del resto de tus hijos.

-         Deja de lanzarme pullas y contéstame.

-         Sigue siendo un trozo de pan – admití, al final. No se me daba bien describir a las personas y creo que eso lo sintetizaba bastante bien.

Andrew asintió, casi puedo jurar que con algo de orgullo, y se encaminó hacia el teléfono.

-         ¿Qué haces?  - pregunté. Era increíble la forma en la que se había esfumado mi enfado. Supongo que me alegró descubrir que no era tan capullo.

-         Le llamo para que venga a por ti. – dijo, mientras comenzaba a marcar. Me abalancé sobre el aparato y le hice colgar antes de terminar de hacer la llamada.

-         Suelta, Ted.

-         No te voy a dejar.

-         ¿Qué?

-         No te voy a dejar hasta que admitas que le llamas porque quieres verle, y no para que venga a por mí. – desafié.

-         No digas tonterías. Quiero que te largues ya, no tienes ninguna educación y me tienes harto.

-         Como si eso te importara. Admite que quieres hablar con Aidan o no lo suelto – amenacé.

-         Suelta…

-         No.

-         Qué sueltes…

-         No.

-         ¡Que sueltes de una puta vez!

-         ¡Que lo digas de una puta vez!

Andrew me apretó el costado para hacerme soltar el teléfono y se alejó para que no pudiera arrebatárselo. De todas formas no le perseguí, porque estaba algo impactado. Aquello se  había parecido bastante a una interacción estilo Aidan... lo de apretarme el costado…

No había conseguido que lo reconociera en voz alta, pero no necesitaba palabras para entender que quería verle. Quería ver a su hijo.



-         Aidan´s POV -


Cuando me hice cargo de Ted en un principio no lo hice por pensar que Andrew era malo para él. Mi intención no era robárselo a mi padre. En pocas palabras, él le abandonó y yo le recogí. Durante un tiempo tuve la esperanza de que Andrew se lo pensara mejor, y le obligué a ver a Ted con la intención de despertar en él alguna clase de amor paternal. Pero, una noche, cuando Ted tenía cosa de un año o así y yo le observaba dormir, me di cuenta de que por más inepto que yo fuera a la hora de cuidar un bebé, él estaba mejor conmigo que con un hombre que  había elegido no madurar. Llegué a experimentar un verdadero desprecio hacia mi padre a medida que crecía el amor por mi hermano.

Miré a mis hijos, que estaban esperando a que yo tomara una decisión. Ellos no lo entendían. No podían dejar esa decisión en mis manos. No podían pedirme que les diera permiso para ir a la casa de nuestro padre. Era injusto que me pidieran algo como aquello…

Mi mirada se detuvo en Ted y quise gritarle ahí mismo lo que él no recordaba… lo que ocurrió cuando era demasiado pequeño para poder recordarlo…

-         Chicos… yo… - intenté hablar, pero no me salía la voz.

-         No nos vas a dejar ir ¿verdad? – preguntó Ted.

Chasqueé la lengua. Si no hubieran sido tantas las veces en las que había suplicado la ayuda de Andrew cuando Ted era pequeño, cuando vino Alejandro, e incluso cuando llegaron Harry y Zach… No me atrevía a pedirle dinero, pero le rogaba que me ayudara con ellos, que tenía que trabajar, que no tenía con quién dejarles, que Zach estaba muy enfermo y yo muy asustado, que les conociera al menos, que me dejara llevarlos a su casa porque al verlos les iba a adorar…. Una vez llegué incluso a decirle que le echaba de menos y le quería ver.

Pero ninguna de esas veces tuve éxito. Yo no di sólo el primer paso, sino también el segundo, y el tercero, y hasta el centésimo, y nunca sirvió de nada.  No podía exponer a mis hijos a esa clase de dolor.  Por malo que fuera lo que se imaginaban sobre Andrew, no sabían el punto hasta el que podía llegar cuando no sabía manejar una situación.  Se volvía un crío gritón, irresponsable e hiriente.

-         Escúchame, Ted… - empecé, buscando la forma de hacerme entender.

-         ¡No! ¡No escucho nada! ¡Esto no me lo puedes prohibir! – exclamó, controlándose por no gritar. - ¡No puedes prohibírselo a ella! – añadió, señalando a Alice.

Miré a mi niña y tragué saliva, intentando resistirme al efecto de sus ojos, que normalmente hacían que no fuera capaz de negarle nada.

-         Princesa, sé que no lo entiendes, pero no puede ser, mi amor. No podemos ir a ver a Andrew.

-         ¿Por qué no? – preguntó ella, con un puchero perfecto y la desilusión pintada en el rostro.

-         Sí, papá. ¿Por qué no? – atacó Ted, bastante rabioso.

“Porque él no querrá veros. Porque nunca ha querido. Porque se lo he pedido mil veces y ha sudado de mí. Porque de querer veros sabe dónde estamos y el padre es él: debería ser quien se preocupara por sus hijos. Porque por teléfono me retaba a ir, pero no me invitó a que vinierais conmigo. Porque tus hermanos son muy pequeños e impresionables y no quiero causarles más traumas de los que ya tienen. Porque me niego a tenerte a ti y a él en una misma habitación: no voy a tropezar dos veces con esa piedra”   pensé para mí, pero por supuesto no lo dije en voz alta. Esas palabras le habrían hecho mucho daño, por más ciertas que fueran.

-         Porque no, Ted. Y basta. – le respondí. Nada más decirlo supe que no fue muy brillante por mi parte soltar algo como eso. Para empezar, una respuesta tan seca, tajante y poco argumentada suele provocar en los adolescentes la necesidad de rebelarse. Y además yo no solía hablarles así, y menos a Ted, con el que solía razonar las cosas, así que supe que no se lo iba a tomar muy bien.

-         ¡No basta! ¡No basta en absoluto! – protestó - ¿Tienes miedo de que conocerle a él cambie en algo la relación que tenemos contigo?

Abrí un poco los ojos. ¿Tenía miedo de eso? Supongo que sí. A veces me daba miedo que Andrew reclamara su custodia y me los pudiera “robar”, pero esa era una posibilidad tan remota… Además, él era su verdadero padre. Si él… si se rehabilitaba…entonces….yo…Yo no podía impedir que estuvieran con su padre…

-         ¿Temes que no sepamos entender por qué le guardas rencor? ¿Qué nos pongamos de su parte? – siguió diciendo Ted – Él nos abandonó, papá. No quiero verle para darle un abrazo e ir con él al parque de atracciones. Quiero verle para ver la clase de monstruo que es. Quiero mirarle a la cara y…

-         Y decirle que le odiamos – apoyó Alejandro. Me estremecí un poco por la ferocidad que había en su voz.

-         No es… lo más prudente… - intenté explicar.

-         ¡A la mierda la prudencia! – replicó Ted.

-         Ted. No te lo estoy diciendo por capricho, ni por celos, ni por nada parecido. Tengo mis motivos, hijo.

-         ¡Lo que tienes es una historia con él, pero nosotros no! Tenemos derecho a enfrentarle. Tenemos derecho a preguntarle por qué nos abandonó. Tenemos derecho a conocerle. – insistió Ted – No puedes impedir que Alice le vea…

-         ¿Crees que soy yo quien lo impide? – exploté, a la defensiva, molesto porque no me entendieran. - ¿Crees que os mantengo alejado de vuestro padre?

Hubo unos instantes de silencio.

-         Nuestro padre eres tú… - dijo Ted.

-         Exacto. Yo. Y te estoy diciendo que no puedes venir porque considero que es lo mejor. Punto.

Di la conversación con Ted por finalizada y me agaché para hablarle a Alice. La agarré las manitas para que me prestase atención. Recordé cómo fueron los primeros días con ella. Sus constantes preguntas de “¿Dónde está papá?” “¿Cuándo viene papá?” y sus lloriqueos incesantes. La forma en la que huía de mí, porque la daba miedo, y la forma en la que nos miraba a Alejandro y a mí con curiosidad y terror a partes iguales, porque nos parecíamos físicamente a Andrew. Recordé la forma en la que no se atrevía a coger las cosas si no se las ponías en la mano, porque Andrew había reprimido su curiosidad infantil impidiendo que tocara sus objetos personales, tal como había hecho conmigo. Lo típico que hacen todos los críos de cogerte el móvil, la cartera, las llaves y todo lo que te pillen para observarlo, examinarlo y catalogarlo en su mente, ella no lo había podido hacer. Seguramente él la gritaba si lo hacía, y por eso se había vuelto un bebé tímido y retraído…

En comparación, nada que ver con lo que era tras aquellos dos años con nosotros.

-         Alice… - empecé, y realmente no sabía cómo continuar. ¿Cómo le dices a una niñita que no puede ir a ver al primer padre que recuerda? - ¿Tú confías en mí? – la pregunté, y ella asintió efusivamente. - ¿Sabes que papá siempre intenta que seas feliz y no te pase nada malo?

-         Chi. ¡Como “cando” dijiste que no “subera” solita a las barras del “paque”, se subió un niño y se cayó!

-         Eso es, princesa. Tú no entendías por qué no podías subir si era divertido, y luego aprendiste que si no se tiene cuidado uno se puede caer y hacer pupa.

-         Oh, espera, espera, que esta es buena. ¿Esa va a ser tu estrategia para convencerla? – intervino Ted. Le fulminé con la mirada - No lo entiende ella como tampoco lo entiendo yo. ¡Te estoy pidiendo que me lleves a verle, no que hagas las maletas para que nos mudemos!

-         Ted, para.  Comparto tu frustración, créeme.

-         ¡Entonces déjanos ir! – exigió.

-         ¿Acaso crees que él te abriría la puerta?  - pregunté, y me arrepentí un poco de decir verdades tan duras.

-         ¡Si no me la abre la tiro abajo! ¡Yo no le tengo miedo como pareces tenérselo tú! – me gritó.

Durante unos segundos dudé cuál debía ser mi reacción. Esas palabras me habían molestado mucho, pero una parte de mí me recordó que Ted estaba hablando sin saber. Aun así, no me gustaba el rumbo que estaba tomando la conversación, ni la forma en la que estaba empezando a hablarme.

-         Theodore. Ya vale…

-         “Theodore, ya vale” – imitó, ridiculizando mi voz. - ¡Y eso es todo lo que sabes decir! ¡Palabras estúpidas porque sabes que tengo razón! ¡Y mi nombre también es estúpido y lo odio!

Alcé una ceja, sorprendido por algo que sólo pude calificar como un conato de rabieta.

-         Sube a tu habitación hasta que te calmes y estés dispuesto a tener una conversación civilizada. –le dije, y le miré a los ojos para ver si iba a hacerme caso. Pareció dudarlo, pero al final resopló y subió las escaleras. Mejor así. Hubiera odiado tener que enfadarme con él cuando después de todo tenía su punto de razón.

-Ted´s POV -

Quería llorar de pura rabia pero me conformé con golpear la almohada como si ella tuviera la culpa de la cabezonería de mi padre.

Andrew era un imbécil sin escrúpulos que renunció a nosotros y que seguramente no fue un buen padre para Aidan. Eso lo entendía. Lo tenía muy interiorizado. Era perfectamente consciente de que cualquier  contacto con él no sería cordial, y por eso creía que tal vez mis hermanos no debieran ir… sobretodo los peques, salvo Alice. Ella le conocía y le recordaba con algo parecido al cariño, o más bien con emociones confusas y contradictorias. Era injusto y hasta cruel no dejar que le viera de nuevo.

Le había dicho a Alejandro que dejara de presionar a papá porque entendía que no le gustaba hablar de Andrew… por eso era mejor acudir a la fuente.  Nunca había tenido ningún interés en hablar con el hombre que me había dado la vida, porque él había dejado bien claro que no quería ni hablar conmigo ni saber nada de mí… pero era probablemente la única persona del mundo que podía hablarme de mi madre, y él número de preguntas sobre ella habían crecido en los últimos tiempos. Él podría decirme quién  era ella, y la clase de relación que habían tenido. Podría saber si se habían amado…Si eran verdad las sospechas de Michael y su marido la maltrataba….

¿Por eso había ido Michael a verle? ¿Para preguntarle al respecto? Me daba la sensación de qué él tenía aquello bastante superado. Que le daba igual la historia de Adele con Andrew, más allá de que yo había nacido de ella…. Supuse que era lógico: al fin y al cabo él no tenía nada que ver con Andrew. No era justo. Michael estaba con él, y ni siquiera era su padre. Sentía envidia por eso, porque él tuviera aquella ocasión y yo no.

Escuché que llamaban a la puerta e intuía que sería papá. No me molesté en responder, porque sabía que iba a pasar de todas las maneras. Entró sin hacer ruido y se acercó a mi cama, sentándose al lado de dónde yo estaba tumbado sin decir nada. Luego me empezó a acariciar la espalda. Eso era trampa: no podía enfadarme con él si hacía eso. Era demasiado relajante.

-         ¿Sabes por qué te llamé Theodore? – me preguntó, con voz muy suave. No imaginé que fuera a empezar por ahí. Recordé que le había gritado que odiaba mi nombre… No le respondí, aparentando indiferencia, pero en realidad no tenía ni idea y me daba curiosidad, porque sus palabras indicaban que había un motivo.   – Significa “don de Dios” – me explicó. – Búscalo luego si quieres en internet. En el orfanato no te habían dado nombre aún, porque estaban buscando posibles familiares. Durante un tiempo te llamé “bebé” pero acabé por darme cuenta de que necesitabas un nombre. Ninguno representaba mejor lo que eras para mí.

Tragué saliva.

-         Eso… eso no vale.

-         ¿Qué no vale?

-         No puedes decirme esas cosas cuando trato de estar enfadado contigo – protesté.

Papá sonrió un poco y me acarició la frente. Luego se puso serio. No sabía si me iba a regañar, o qué…

-         Voy a intentar… voy a tratar de hacer que esto suene lo más suave posible… pero probablemente siga sonando como algo horrible – empezó. – Si Andrew quisiera veros… él sabe dónde estamos. Antes le mandaba cartas y le llamaba. Cuando cumpliste dieciséis le escribí diciéndole que tenías tu primer coche, y pasabas las horas encerándolo para mantenerlo nuevo. Le escribí en el cuarto cumpleaños de Alice, pensando que la enana era su debilidad. Ninguna de esas veces obtuve respuesta. La última vez que le llamé por teléfono y lo cogió por error me colgó.

-         ¡Pero ahora ha llamado él!

-         Para que vaya a por Michael, Ted… No creo que eso signifique que nada haya cambiado…Y de ser así... antes de dejar que os vea, tengo que hacer algunas comprobaciones.

-         ¿Comprobaciones?

-         No dejaré que os haga daño, hijo.

-         No espero nada de él. No espero que de pronto nos quiera… No debes temer que hiera mis sentimientos – le dije. – Sólo quiero preguntarle por qué me abandonó.

-         Pero eso puedo decírtelo yo. No tiene nada que ver contigo, Teddy, te lo he dicho muchas veces… Él sólo… no está preparado para tener hijos, ni quiere estarlo.

-         A ti te crió.

-         Viví con él. No estoy seguro de que pueda decirse que me crió. – me respondió.

-         ¿Tanto daño te hizo? – pregunté, intentando sonar suave. Me dio un beso en la frente.

-         Mucho, hijo. De muchas formas. La peor de ellas fue hacerte daño a ti.

-         ¿Daño? ¿Te refieres a que me abandonó?

-         Sí – respondió, pero tuve la sensación de que me mentía. Estuve a punto de insistirle, pero algo me dijo que en verdad no quería saberlo.

-         También quería saber sobre mi madre. – le dije, y él me miró con una mezcla de compasión y afecto.

-         ¿Confías en mí? – me preguntó. Era lo mismo que le había dicho a la enana.

-         Papá, yo no soy Alice…

-         Pero ¿confías en mí? – insistió, obligándome a mirarle.

-         Sabes que sí.

-         Entonces ten paciencia, hijo. Te prometo que haré que responda a tus preguntas. Le obligaré a verte si es preciso, porque no, no le tengo miedo, “jovencito”. – concluyó, frunciendo el ceño como fingiendo enfado. Me abochorné un poco. Siempre me avergonzaba más cuando me regañaba así, medio de broma.

-         Siento haber dicho eso…

-         En muchos sentidos sí que me asusta, Ted, pero hace tiempo me prometí que en el momento en el que quisierais verle, le veríais. Tan mal no he debido de hacerlo para que no sintieras interés hasta ahora.

Fue mi turno de hacer que me mirara. Para eso puse mis manos en sus mejillas, como a veces hacía Alice.

-         Él no es mi padre. Que quiera hablar con él no significa que algo esté mal contigo.

Le retuve un poco, hasta estar seguro de que me creía, y luego le solté. Él me sonrió.

-         Ya he hablado con tus hermanos. Les he dicho que se quedarán contigo mientras yo voy a por Michael. ¿Me haces ese favor, o ya has tenido suficiente como niñera? –  preguntó.

-         Ve. Pero trae a mi hermano vivo. – le pedí.

-         Descuida. Le mataré aquí.

Suspiré, porque sabía que eso no era del todo una broma.


-         Aidan´s POV –


Traté de no suspirar hasta estar dentro del coche, para que mis hermanos no me vieran. Lo que me proponía hacer no era nada fácil. Me sorprendí pensando en excusas para no ir. Michael había ido sólo, podía volver sólo.

“No digas idioteces, Aidan. Es de noche, es muy lejos y no tiene medio de transporte. Es tu hijo, está con tu padre y tienes que sacarle de ahí.”

La voz de mi inconsciente tenía razón. Arranqué el coche y mientras conducía intenté bloquear los recuerdos que inevitablemente me venían a la mente por estar yendo al encuentro de Andrew.

Como quería pensar en algo que me distrajera, pensé en Michael. Y lo cierto es que estaba bastante molesto con él…Más que molesto. No sólo por la falsificación, sino por dejar tirados a sus hermanos, y darme un susto de muerte…e ir con Andrew….Grrr.

Cuando me acerqué a la “zona cero” empecé a sentir gusanos en el estómago, que más bien debían de ser aliens. La seguridad que había ganado con los años desapareció, y me percibí a mí mismo como un crío asustado. Detuve el coche frente a la puerta de la que fue mi casa por algunos años. La lluvia la daba un aspecto lúgubre y tenebroso, o tal vez eran sólo mis emociones, que distorsionaban lo que mis ojos veían.

No puedo hacerlo. No puedo. No puedo hacerlo” pensé, y entre en bucle. Empecé a repetir eso una y otra vez en mi cabeza mientras miraba fijamente esa fachada que tan bien conocía. Pasaron cinco minutos, tal vez diez, y no me moví de allí.

No iba a entrar. No estaba preparado para verle. No sabía qué decirle. Es más, era probable que en vez de decirle nada me entraran impulsos de darle un puñetazo en la cara…y como no era capaz de hacerlo porque quisiera o no era mi padre, me quedaría con las ganas y eso sería peor.

Le llamaría y le diría que saliera Michael, que yo estaba en la puerta.  De hecho, puede que eso fuera lo que Andrew quería que hiciese. Tal vez no quería verme y su  idea había sido esa desde el principio… Pero entonces pasó algo que no me esperaba. La puerta se abrió y de ella salió Andrew, que miró a todos lados como esperando algo…¿a mí? ¿Me esperaba a mí?

“Si, Aidan, sí… y ahora saca la cámara y os hacéis fotos de familia…¡Espabila!”

Le observé por un rato. Andrew no dejó de buscar en la calle. Entonces miró mi coche y su vista se detuvo ahí. Mis cristales no estaban tintados, pero dudo que desde su ángulo pudiera verme a mí en el interior. Tampoco tenía por qué saber qué coche usaba en la actualidad. Y sin embargo miraba como si de alguna forma supiera que yo estaba dentro.

Aguanté menos de un minuto. Luego me empezó a poner nervioso el ser observado de esa manera. Sin pensarlo demasiado finalmente di el paso de desabrocharme el cinturón y bajar del coche. Crucé la calle y me quedé parado a dos metros de él. No había apartado la vista de mí ni un segundo.

¿Cuáles debían ser mis primeras palabras? ¿”Hola, papá”? ¿”Hola, Andrew”?  ¿”Devuélveme a mi hijo de una vez y acabemos con esto”?

-         Hola – dije al final. Durante cinco horribles segundos pensé que no me iba a responder, y que iba a quedar como un idiota. Su expresión no me decía nada. Estaba más bien serio, pero ese era el estado habitual de su rostro. Luego, pasados esos segundos, su ceño se relajó un poco y ladeó ligeramente la cabeza hacia la izquierda. Si su lenguaje  corporal no había cambiado, eso quería decir que estaba impaciente por algo.

-         Hola. – me respondió, con su acostumbrada voz aterciopelada.   – Has venido.

-         He venido. Es mucha distancia para que Michael se vuelva sólo y a pie.

“Y dudo mucho que tú te hubieras ofrecido a traerlo a casa” pensé, pero no lo añadí en voz alta.

Abrió la boca como si quisiera decirme algo, pero al final lo pensó mejor y la cerró de nuevo. Luego me miró extrañado.

-         ¿Quién es Michael?

-         El chico que tienes en tu casa.

-         No…. Él es Ted…

-         Ted es más bajo, tiene los ojos oscuros, el pelo más corto, no viste así y es tu hijo. Michael es su hermanastro. Es el hijo mayor de Adele. Se llevan poco más de un año.

-         Pero… él me dijo… ¿No es Ted? – preguntó Andrew. Verle tan confundido me provocaba alguna clase de placer insano.

-         Deberías ser capaz de reconocer a tu propio hijo. Además,  tienes fotos…. O quizá ni abriste mis cartas, ¿Tampoco lees los periódicos? Mencionan a Michael en alguno, aunque me he negado a hablar del tema.

-         ¿Has venido a echarme cosas en cara?

-         No. He venido a por mi hijo.

-         ¿Y nada más? – preguntó.

Eso me descolocó por completo. ¿Qué quería que le respondiera? “No, papá, he venido por ti.” El tono de su pregunta me daba a entender que es eso lo que quería, pero no era posible. En lugar de responder y quedar como un imbécil (cosa que ya me había pasado a menudo con él) decidí contraatacar:

-         ¿Por qué me llamaste?

Parpadeó más veces de las necesarias antes de contestarme.

-         Porque ese chico, Ted, Michael, o quien sea, estaba en mi casa…

-         ¿Y nada más? – insistí, con cierta sonrisa triunfal involuntaria.

Ninguno de los dos respondió, y de alguna forma ese silencio fue de lo más elocuente. Significó aquello que ni él ni yo nos atrevíamos a decir en voz alta.

-         ¿Quieres pasar?  - me preguntó – Vas a empaparte.

Para ser sinceros, apenas era consciente del roce del agua mojándome la piel. Mi cerebro prestaba atención a otro tipo de sensaciones. Además había amainado un poco.

-         ¿Michael está bien?

-         No le he hecho daño, sí es lo que preguntas – replicó, algo ofendido.

-         No… es que… se fue de casa… y aun no sé bien por qué, aunque tengo teorías. No se fue al cine, después de todo, sino a hablar contigo…

-         Dijo que tú… que le maltratabas.

-         ¿QUE QUÉ? – bufé.

-         ¡Tranquilo! No le creí.

-         Yo jamás le haría daño.  – dije, sintiendo que me tenía que defender - Hace muy poco que está conmigo, y de lo único que me arrepiento es de no poder pasar más tiempo con él.

-         Aidan, no te estoy culpando de nada. No soy quien, después de todo ¿no?

Era la primera vez que Andrew hacía un comentario de ese tipo. Un comentario con el que reconocía lo mierda que había sido como padre. No supe qué decirle, y él me miró con algo parecido a la candidez. Se apartó un poco para que pudiera entrar, y tras dudar unos segundos, como si  hubiera rayos  láser dentro de la casa, finalmente di un par de pasos y avancé lo suficiente para que mi padre pudiera cerrar la puerta.

-         Ha pasado mucho tiempo… - comentó él.

-         No tanto. Venía a visitar a Alice, ¿recuerdas?

-         Entrabas sin dirigirme una palabra, la dabas un regalo, te aseguraras que tuviera bien puesto el pañal como si yo no supiera poner uno, y luego te ibas. Yo era invisible para ti.

Creo que con esas palabras buscó hacerme sentir culpable, pero sólo consiguió cabrearme un poco.

-         Si te daba esa sensación tal vez fuera porque en verdad TÚ NO SABES PONER UN PAÑAL. Y por cierto,  soy yo el que debo ser invisible para ti. Yo y el resto de tus hijos.

-         No empieces, Aidan.

Decidí que no había ido allí a discutir, así que respiré hondo y desterré de mi mente insultos varios que tenía preparados para soltarle en cualquier momento.

-         Sí que hace mucho tiempo – accedí – Estaba nervioso.

-         ¿Nervioso por venir a casa?

-         Nervioso por verte – aclaré, abogando por la sinceridad.

Andrew abrió un poco los ojos y luego dirigió la vista al suelo, algo incómodo, aunque seguramente no tanto como yo. Entonces se escuchó un bufido:

-         Si me dais una tarjeta de crédito os pillo un hotel – dijo Michael. Le miré, alcé una ceja, me acerqué a él y sentí algo de placer al ver que se ponía nervioso. No obstante, me limité a darle un abrazo, como pude, ya que no se levantó del sofá en el que estaba sentado.

-         No te dejo a ti una tarjeta de crédito ni aunque estuviera hasta arriba de pastillas – le dije, y le di un beso en la frente.

-         ¡Oye! ¿Y eso por qué?

Aunque quiso aparentar normalidad y sobreactuó una actitud ofendida, le noté intranquilo, como temeroso de que no me fiara de él, por su pasado delictivo. Decidí aclarárselo.

-         Si te vas de casa  a la otra punta de la ciudad sin coche y sin dinero, ¿qué harías con una tarjeta que te permite viajar? De seguro tendría que ir a buscarte a Australia.  – le dije. Michael sonrió un poco y luego bajó la mirada, intuyendo que entre mis bromas se escondía un regaño que cobraría fuerza cuando estuviéramos en casa.

Andrew se nos acercó un poco.

-         Así que te llamas Michael.

-         Esto… sí. Diste por hecho que era Ted y vi que eso me podía “convrenir”….

-         Convenir, Michael, convenir. – corregí. Ya me había fijado en que Michael se expresaba bastante bien, como si hubiera leído mucho, pero al mismo tiempo tenía muchos fallos de persona inculta… Supe que tenía que conseguir que volviera a las clases, pero decidí respetar los tres meses de plazo.

-         Eso. Si me presentaba aquí como un completo desconocido con el que no guardas ninguna relación igual me dabas con la puerta en las narices.

-         Lo que me ha sorprendido es que no lo hiciera al creer que eras Ted – dije yo y miré a Andrew – Nunca has mostrado el menor interés por tus hijos.

-         Eso no es cierto – replicó él, con el ceño fruncido.

-         Te voy a pedir un favor: si vamos a fingir que todo está bien y a hablar como personas normales, no mientas ni niegues lo que es obvio. Puedo tragar con que abandones a tus hijos, pero no con que lo hagas y luego lo niegues.  – medio gruñí.

-         No niego nada, Aidan, pero no digas que no muestro ni el menor interés.

Iba a pasar. Me había propuesto firmemente no armar un espectáculo, en especial delante de Michael, pero en ese momento  quise golpear la pared.

-         ¿Acaso sabes algo de tus hijos? ¿Sabes qué curso hacen? ¿Sabes lo que les gusta? ¿Sabes quiénes son sus amigos, cuáles son sus miedos, qué sueños tienen? ¡Ni siquiera sabes su aspecto! ¡Pensaste que él era Ted! Te envíe cartas, te envíe fotos, te invité a sus cumpleaños, a sus comuniones…te avisé y te pedí ayuda cuando se ponían enfermos… ¡y no apareciste! ¡Eso no es mostrar interés!

-         ¡TE CRIÉ A TI, MALDITA SEA! – chilló. Tras su grito hubo un segundo de silencio y yo le miré con mucha frialdad.

-         Yo no soy tu único hijo. Y dudo mucho que se pueda llamar “criar” a lo que hiciste. – espeté - Michael, vámonos.

Él se levantó y se encaminó conmigo hacia la puerta, pero antes de salir miré a mi padre una vez más.

-         ¿De qué trabajas?

- ¿Qué?

-         Mis hijos me lo han preguntado. ¿De qué trabajas?

Andrew me miró fijamente, pero no respondió. Ni eso me iba a decir. Atravesé la puerta y cerré de un portazo. Tuve la estúpida esperanza de que la abriera tras de mí para impedir que me marchara, pero no lo hizo entonces, como no lo hizo  casi veinte años atrás, cuando me fui de su casa.

Sin embargo mientras bajaba los escalones de la entrada principal me di cuenta de que Michael no me seguía.

-         Michael, vamos.

-         ¿Vas a dejar las cosas así? – preguntó, con manifiesta incredulidad.

-         Vámonos.

-         Yo no me voy. Tú haz lo que quieras.

-         No estás en posición de llevarme la contraria. Tú y yo tenemos que hablar seriamente de lo que ha pasado hoy.

-         ¡Con quien tienes que hablar seriamente es con él! – dijo Michael, y seguidamente se dio la vuelta para llamar al timbre.  Llamó varias veces, para que fuera imposible ignorarlo.

-         Michael, para.

-         ¡No! -  siguió llamando sin siquiera mirarme.

-         Michael, ven aquí, tenemos que volver a casa.

-         ¡Lo que tenemos es que hablar con tu padre!

-         ¡Para tener una conversación es necesario que dos personas quieran tenerla! – repliqué, frustrado porque hasta ese momento no había entendido que Michael era más cabezota que yo.

-         ¡Pues imagínate lo difícil que es si no quiere ninguno de los dos! – respondió, apretando tanto el botón del timbre que pensé que lo rompía. – Pareces ligeramente menos idiota que él, así que échale huevos y…

-         Aidan ¿qué demonios…? – gritó Andrew, al tiempo que abría violentamente. No llegó a terminar su improperio y se nos quedó mirando. - ¿Y bien?

-         Ha movido su culo hasta aquí, que es justo lo que tú querías, así que para con la tontería y deja el orgullo a un  lado – le ordenó Michael. Me sorprendió un poco escucharle hablarle así.

-         Es él quien se ha ido. – se defendió Andrew.

-         ¡Y tú no has hecho nada para impedirlo! – bufé, con una frustración que llevaba arrastrando varios años.

-         Mira Aidan, ya estás mayorcito para decidir cuándo te vas y cuándo te quedas…

-         ¿Hace veinte años también estaba mayorcito? – le increpé.

-         Eras mayor de edad.

-         ¡Era mi 18 cumpleaños, coño!  Se ha hecho tarde sin que Michael vuelva y le he salido a buscar. ¡YO HICE LA MALETA DELANTE DE TI Y NO DIJISTE NADA!.

-         Eres mejor padre que yo, ¿es eso lo que quieres decir? – se burló.

-         Sí – respondí, sin pensar. Luego me arrepentí un poco aunque en verdad supuse que lo era. – Al menos yo soy un padre – añadí. – Otros son simplemente los que ponen el semen.

-         ¡NO TIENES NI IDEA DE LO QUE HE HECHO POR TI! – replicó Andrew, a voz en grito.

-         ¡ILUMÍNAME! ¿QUÉ HICISTE?  ¿Qué se supone que hiciste por mí?

-         Eres un desagradecido. Nunca te faltó de nada, y lo sabes.

-         ¡NADA MATERIAL!  ¡SI REALMENTE CREES QUE ESO ES LO ÚNICO QUE NECESITABA ES QUE ESTÁS PEOR DE LO QUE PENSÉ!  - grité, y luego respiré  agitadamente hasta que conseguí calmarme un poco.  - Crees que con el dinero se consigue todo.  Pero eres la persona más pobre que he conocido.

-         ¿Pero tú estás grillao? ¿Tienes idea de cuánto hay en mi cuenta bancaria?

-         No, pero en cambio sé lo vacío que tienes el corazón. Llenas ese espacio con alcohol, pero ni todo el ron del mundo podrá abrazarte por las mañanas. Pagas para que alguien finja que te ama porque nadie es capaz de amarte de verdad.

Un incómodo silencio se extendió después de mis palabras. Supongo que fueron bastante duras. Por alguna razón a Andrew parecieron hacerle mucho daño, aunque le había llamado alcohólico y adicto al sexo otras veces.  Mis palabras fueron diferentes en esa ocasión. Más crueles… Y parecieron calarle realmente hondo.

-         ¡VETE DE MI CASA, HIJO DE PUTA! – gritó, y se echó para adelante, como si quisiera agarrarme. Estaba completamente fuera de sí. Michael se  impactó más que yo y se puso inmediatamente en medio de los dos.

-         ¡Eh, eh, eh! ¡Qué es tu hijo, joder! ¿Cómo le dices eso?

-         No, Michael, no pasa nada. Después de todo mi madre era una puta. – respondí yo, de pronto con voz tranquila. No estaba relajado ni mucho menos. Más bien de pronto tenía ganas de llorar, pero logré convertirlo en frialdad. – Ya has visto que quiere que nos marchemos, y he dejado solos a tus hermanos. Es hora de irse.

Esa vez Michael me siguió, pero no dejó de girar la cabeza como para comprobar que Andrew seguía ahí. Yo no me giré, pero sentí su mirada clavada en la espalda. Nos observó marchar sin hacer nada, como de costumbre. La gente desaparecía de su vida sin que él hiciera nada por impedirlo.

El camino de vuelta a casa fue bastante silencioso. Yo no quería hablar  y aparentemente Michael tampoco. La situación había sido muy tensa y los dos teníamos mucho que pensar. Me alegraba de no haber llevado al resto de mis hijos, para que no presenciaran aquella discusión.

Aparqué el coche al lado del de Ted y suspiré. Michael se quedó quieto, mirando al frente como si el coche no se hubiera detenido. Dejé de pensar en Andrew para pensar en él. No estaba dispuesto a pasar nunca más un susto semejante al de aquella tarde, al ver que se hacía tarde y no volvía, y yo sin saber siquiera dónde estaba. Y eso no era lo único que había hecho…

-         Estás en un lío –  dije yo, como para romper el hielo. Michael me miró, pero no dijo nada. – Sé lo de la firma – aclaré. Sus ojos se abrieron con algo de sorpresa y luego se echó para atrás en el asiento, frustrado – Pero aunque no hubieras hecho eso seguirías estando en un lío. Dejaste solos a tus hermanos. Te fuiste sin avisar a nadie y de noche, y fuiste a casa de Andrew.

-         Por lo visto volví a la cárcel y no me enteré y tengo las salidas restringidas.

Ese comentario me molestó mucho. No era justo que comparara aquello con una cárcel. Yo le permitía hacer muchas  cosas… muchas más que al resto. Básicamente se acostaba a la hora que quería, le dejaba ver cualquier programa en la TV sin ningún control y le había pasado contestaciones que no le habría pasado a Alejandro. Intentaba tratarle lo más posible como un joven adulto que ha pasado por mucho y se estaba adaptando. No era ningún carcelero.

-         Sí, Michael, tienes las salidas restringidas. Vives con una familia, estás a mi cargo, y eso significa que tengo que saber dónde estás. Al menos saberlo, ya que no pareces necesitar mi permiso. Y en ningún caso puedes irte cuando estás cuidando de tus hermanos. Te daré un consejo para el futuro. Espero que tú lo  escuches, y no como Alejandro: cuando te esté regañando, no me repliques.

-         Sí, Mein Führer.

-         Tienes un acento alemán bastante bueno. Ahora deja de estirar la goma y entra en casa. Después, vas derecho a tu cuarto.

Michael no se movió y me miró con mucha rabia. Alcé una ceja. Eso solía bastar para que la mayoría de mis otros hijos reaccionara, pero Michael siguió sosteniéndome la mirada como buscando taladrarme.

-         Ahora, Michael.

-         Qué imbécil eres – masculló, y  se bajó del vehículo.

Caminó un poco más deprisa de lo necesario, como para escapar de posibles represalias, pero yo lo dejé pasar… por el momento. Salí poco después y entré en casa con más tranquilidad.

Llegué a tiempo de ver como Michael desaparecía por las escaleras. Algunos de mis hijos estaban en el sofá y miraban en esa dirección, desconcertados. Seguramente Michael ni les había saludado.

-         ¿Está bien? – preguntó Barie.

-         Sí, cariño, no le ha pasado nada.

-         ¿Estaba con… él? – inquirió Zach, con algo de vacilación.

-         Sí.

Rogué al cielo porque no me pidieran detalles y afortunadamente no lo hicieron.  Me  acerqué a dar un beso a Barie, a Madie, a Cole, y a Zach, y luego me dejé guiar por las voces que escuchaba para encontrar a Ted, a Hannah, a Kurt, a Dylan, y a Alice en la cocina. Estaban terminando de cenar, más tarde que nunca. Ted  había servido la cena mientras estaba fuera, demostrando una vez más que estaba en todo. Aunque claro, si le preguntabas a él únicamente empezaría a sacarse defectos…

-         Hola – saludé.

Alice se estaba durmiendo  sobre la silla. Kurt me saludó con la mano porque tenía la boca llena y Hannah me dedicó una sonrisa. Dylan no pareció reaccionar ante mi entrada, pero sus ojos me siguieron mientras entraba en la habitación.

-         Hola, papá – dijo Ted. -  ¿Le has traído? Creo que le vi pasar, pero le llamé y no vino…

-         Está arriba.

-         ¿Todo bien? – preguntó, mordiéndose el labio.

-         Sí. ¿Y por aquí?  ¿Está rica la cena?

Hannah asintió. Los peques se habían quedado los últimos, como era habitual, pero parecía que estaban cenando bien. Ted trató de espabilar a Alice para que terminara su yogur, pero la peque estaba medio dormida.

-         Déjala. La pobre está agotada.

Ted sonrió y la cogió en brazos con mucho cariño. La dio un beso y en ese momento habría sacado mil fotos. Ella, medio dormida, se chupó el dedo y se agarró de él, apoyando la cabeza en su hombro con los ojos cerrados. La di un beso en la cabeza y ni sé si lo notó.

Ted se la llevó a su cuarto colgada como un koala, y yo me quedé con los otros tres enanos. Acaricié el pelo de Kurt, suave y recién peinado, mientras él terminaba su postre.

-         ¿Cómo está mi campeón? ¿Te bañaste solito?

-         No.

-         ¿Te ayudó Alejandro?

-         No. Harry.

Lo lógico hubiera sido que si no estaban ni Michael ni Ted le hubiera ayudado Alejandro, pero seguía con sus complejos sin sentido… Tenía que ocuparme de eso próximamente, y en un futuro más inmediato darle las gracias a Harry.

-         ¿Y a ti princesa?

-         Maddie me ayudó a mí y Barie a Alice. ¡Pero me vestí solita!

-         Qué mayor – la rodeé con un brazo y la robé una cucharada de yogur.

-         ¡Oyeee! – protestó. La di un beso en la nariz y se rió.

-         ¿Qué prefieres, que me coma el yogur o que te coma a ti?

-         A mí :3

Me reí y fingí que la mordía el brazo.  Soltó algunos gorgoritos y me dio un beso. Cómo quería a esa cosita. 

Estuve con ellos hasta que terminaron de cenar y en ese tiempo todavía no había decidido lo que le iba a decir a Michael. También tenía que hablar con Alejandro por sus exámenes y sencillamente no me apetecía ser el malo en ese momento. Venía de un uno contra uno con mi padre y sólo quería dejar la mente en blanco y relajarme con  un vaso de algo caliente.

Pero eso no era lo que tocaba. Suspiré, cogí fuerzas, y subí las escaleras. La puerta del cuarto de los mayores estaba entreabierta. Escuché voces que me indicaron que dentro sólo estaban Michael y Alejandro. Aunque no era mi intención, les oí hablar y capté algunas palabras que llamaron mi atención. No llegué a golpear la madera para anunciarme.

-         … Vamos, joder, no seas marica…

-         Déjame en paz, Michael. Si vas a meterte conmigo mejor vete. – pidió la voz de Alejandro. Sonaba quejoso, como si tuviera la voz tomada.

-         No, oye… No me meto pero…¡es que pareces a punto de llorar! – dijo Michael.

-         ¡Me va a matar!

-         No exageres. Suspendiste unos exámenes y copiaste su firma. De hecho, la copié yo. No estará contento, pero ¿qué tan malo puede ser?

-         Tú no lo entiendes… nunca has tenido un padre….

Pensé que a Michael le dolerían esas palabras, aunque creo que la intención de Alejandro no fue hacerle daño. Sólo intentaba hacerse entender.

-         No broté como las setas…

-         Ya sabes lo que quiero decir. Nunca has tenido una familia normal.

-         Tampoco creo que tu familia de conejos pueda considerarse normal.  

Escuchar aquello me frustró mucho. ¿Por qué esa manía de decir “tu familia”? ¿Por qué Michael se excluía de esa forma?

Durante unos segundos no dijeron nada más. Me atreví  a mirar por el espacio de la puerta abierta y vi a Alejandro sentado en el suelo con aspecto hundido, y a  Michael mirándole desde la silla.

-         ¿Por qué te preocupas tanto? – preguntó Michael – Eso déjalo para cuando venga él. Te vendrá bien la pose de niño arrepentido y asustado.

Alejandro sólo suspiró y encogió un poco las piernas. Me preocupó que pudiera estar asustado de… bueno, de mí. El problema de Alejandro es que las armaba primero y pensaba después. No podía dejar pasar aquello… No podía seguir suspendiendo… y copiar mi firma  era simplemente demasiado. Tenía que ponerme serio con él… digo yo ¿no?

- ¿Tanto miedo le tienes? – preguntó Michael, y mi corazón empezó a latir más despacio, expectante ante la respuesta de Alejandro.

-         No es… miedo. Creo. No sé. ¡Me dirás que tú estás tan tranquilo!

Le tocó el turno a Michael de quedarse callado. La respuesta de Alejandro no me había tranquilizado demasiado. Hubiera esperado un “no” tajante. 

-         ¿Alguna vez…? – empezó Michael, pero no acabó la pregunta.

-         ¿Alguna vez qué?

-         Nada…Déjalo…

-         Vale – bufó Alejandro. Decidí entrar en ese momento, pero Michael se animó por fin a soltar su pregunta y me quedé clavado en el sitio.

-         ¿Alguna vez ha hecho algo más que…? ¿Siempre  hace lo mismo? Ya sabes, con la mano…

-         No te entiendo. – dijo Alejandro. Por desgracia yo sí creí entender.

-         Que si... que si alguna vez ha usado otra cosa. Un cinturón, un cepillo, una zapatilla, una regla…

Los ojos de Alejandro se abrieron mucho. Por un segundo pensé que era porque me había visto, ya que estaba mirando justo en mi dirección. Pero la luz del pasillo estaba apagada y yo no debía ser más que una sombra, porque no pareció darse cuenta de mi presencia.

-         ¿Pero qué dices? Joder… ¡qué sádico eres! ¿Qué libros te lees tú? …¿Qué pelis te miras? Si quieres me ata a la cama y me fustiga, no te jode…

-         No te pongas así, caray. No es tan raro. De hecho lo extraño es que… que con quince años te de palmaditas, y no te ofendas. Eso sí me pareció raro cuando… cuando…

-         ¿Cuándo lo hizo también contigo? – se burló Alejandro.

-         Calla. Pero sí. Me extrañó….Es decir…luego, cuando lo pensé….En el correccional había un chico… de veras que ese sí que estaba mal… que yo soy un ángel ha su lado… que quemó un pobre perro y casi ahoga a su hermano, por el amor de Dios… El caso es que ese chaval me contaba cosas… Sus viejos debían de estar desesperados y lo habían intentado todo… y parte de ese todo fue que… que le dieron con un cinturón. Él lo contaba riéndose, insultando a sus padres….

-         A mí no me parece cosa de risa – gimoteó Alejandro – Papá me dijo que no lo haría… Me lo dijo… Aunque igual se refería sólo a aquella vez…. Pero he hecho cosas peores que suspender…Y dijo…dijo…. “hoy no lo haré, y creo que nunca”….

-         Eh, eh, tranquilo, jobar. Sólo preguntaba.

Había escuchado demasiado. Empujé la puerta y entré, y Alejandro  casi toca el techo del bote que dio. Supe que lo primero que debía hacer era tranquilizarle. Me acerqué a él y me agaché buscando no ser intimidante, puesto que él estaba sentado.

-         ¿Has escuchado? – murmuró Alejandro. Pensé que no tenía sentido negarlo, así que asentí. Le acaricié el pelo.

-         No tienes que tener miedo de mí, ya deberías saberlo. ¿Por qué a veces actúas como si… como si tuvieras motivos para asustarte? ¿Cómo si alguna vez te hubiera hecho daño?

-         Macho, vas a pegarle. Yo diría que es un buen motivo para estar asustado.

-         Michael, estoy hablando con tu hermano, no contigo.  No te metas, por favor. Y no me llames “macho”.

-         No estoy asustado por eso – intervino Alejandro, creo que en parte para distraernos y que así Michael no tuviera ocasión de meter más la pata.

-         ¿No? ¿Y entonces por qué, campeón? – pregunté, en un tono muy suave, intentando hacerle sentir cómodo. Algo tuvo que funcionar porque su postura era un poco menos tensa, pero no me respondió. - ¿Por qué dudas de mí, Jandro?  ¿Por qué piensas a cada rato que voy a hacer algo que nunca hice? No es la primera vez que tienes miedo de que vaya a ser muy duro contigo.

-         En realidad… en realidad lo que me da miedo es que decidas que ya no soy tu problema… Nunca lo he sido, después de todo… Nunca has tenido la obligación de cuidar de mí…

-         ¿Qué?

-         Sé que no hago más que suspender y que… que le pedí a Michael que falsificara tu firma…y que ya no vas a confiar en mí, pero….

-         Alto, alto, alto. ¿Crees que existe la remota posibilidad de que yo algún día decida que ya no quiero cuidar de ti? ¿Es eso?

Alejandro no dijo nada, pero su silencio fue bastante elocuente.

-         ¿Es que estás mal de la cabeza? Alejandro, llevas toda la vida conmigo. Eres mi hijo… mi hermano… ¿Cómo puedes pensar que sería capaz de deshacerme de ti? ¿Cómo puedes hablar de “obligación”? Eres mi familia. Un padre no se preocupa por su hijo por obligación, sino porque le quiere.

Me miró a los ojos, que no eran los de un chico de quince años, sino los de un niño de diez e incluso más pequeño. Eran ojos inseguros. Ojos de un chico acostumbrado a que la gente se rindiera con él. En eso se parecía a Michael. Y por eso, según creía, los dos eran … rebeldes. Todos mis hijos se habían enfrentado a lo mismo, pero no todos habían reaccionado igual.

-         ¿Aún no te has cansado? – murmuró, como para confirmar mis pensamientos.

¿Lo hacía aposta? ¿Quería comprobar si era posible matarme de ternura? Porque estaba muy cerca de conseguirlo. Le abracé.

-         Nunca me voy a cansar. No de ti, ni de tus hermanos. Nunca. Jamás.

-         ¿Haga lo que haga?

-         Hagas lo que hagas. Pero no necesitas poner esa frase a prueba ¿mmm?  No tienes por qué meterte en un lío antes de salir del anterior.

-         No lo hago aposta – protestó.

-         Vaya, quién lo diría – chinché, y le di un beso en la frente. - ¿Has cenado?

-         No tenía hambre…

-         ¿Y ahora que papá te ha quitado esas tonterías de la cabeza? ¿Tienes hambre? – pregunté, infantilizando la voz y haciéndole cosquillas con la punta de los dedos. Cuando Alejandro estaba mimoso esas cosas le gustaban.

-         Un poquito… - dijo, con una media sonrisa. Le devolví la sonrisa, y le ayudé a levantarse.

-         Pues venga, buscalíos. Ve a cenar. Tus hermanos ya terminaron – dije, y le envié de una palmadita.

Le observé salir mientras reflexionaba un poco sobre el hecho de que el caso de mis hijos era peor que el de otros chicos abandonados y posteriormente adoptados. Generalmente crecían sin conocer a sus padres biológicos, viviendo en una familia que les quería y sintiéndose seguros por eso. Mis hijos en cambio conocían al hombre que les había abandonado. Sabían que no lo había hecho por problemas económicos y no podían justificarle de ninguna manera. A veces conocer la realidad es peor que imaginársela.

Andrew les había dejado tirados, y en el caso de Alejandro su madre también, a una edad en la que él podía recordarlo.  Con esos antecedentes y siendo además un chico que constantemente se está metiendo en problemas, era fácil pensar que tarde o temprano la gente terminaría por cansarse de ti. Después de todo era uno de los muchos mensajes que transmitía la sociedad. Sé perfecto, sé como el resto, sé normal o se cansarán de ti.

Si esos sentimientos habían estado siempre dentro de él, parecía lógico que se potenciaran con la adolescencia. Pero yo iba a hacer lo posible para dejarle claro que conmigo podría contar siempre.

-         Sabe qué botones apretar – dijo Michael, sacándome de mis pensamientos.

-         ¿Disculpa?

-         Oh, por favor. No te habrás creído ese numerito ¿verdad?

-         ¿Qué ganaría Alejandro por mentirme en eso? No tiene nada que ver que vaya a castigarle con que quiera dejarle claro que es y siempre será mi hijo. No voy a ser más blando con él por eso.

-         Sí, sí lo vas a ser. Y él lo sabe. – bufó. – No conoce más vida que esta. No tiene motivos para pensar que vas a pasar de él. Se lo ha inventado.

-         A veces lo que para una persona es absurdo e ilógico para otra tiene mucho sentido. – le dije a Michael, y me acerqué poco a poco a él. – Yo también creo que esas inseguridades, como muchas otras que tiene, carecen de fundamento. Pero eso no quiere decir que se las invente. Me gusta escuchar a mis hijos, Michael, a todos ellos, porque en lo que dicen y en lo que no dicen suele estar la clave de cómo tratarles. Por ejemplo, tú ahora mismo  estás molesto porque piensas que él va a irse de rositas. Y te aclaro que no. Tanto él como tú estáis en un buen lío, pero también tenéis que tener claro que jamás  dejaré que otra persona cuide de vosotros.

-         Yo no necesito que nadie me cuide. –protestó.

-         Todo el mundo necesita que alguien le cuide.

-         ¿Incluso tú?

-         Yo sobretodo – le aseguré.  – Por suerte tengo doce hijos para que lo hagan.

Michael sonrió un poco, pero sólo un poco.

-         Entiendo por qué Alejandro piensa así… Es algo que yo mismo podría pensar… - musitó.

-         Lo sé. Y si lo piensas es porque eres tan tontito como él.

-         ¡Oye!

-         Esto no tiene fecha de caducidad ¿de acuerdo?  Sois… eres, mi familia. Para siempre. Y no importa lo que hagas, que eso no cambiará. Lo único que pasará es que cuando metas la pata te castigaré.

-         … ¿y no podríamos obviar la última parte?

-         Nop.

-         Pero…

-         Lo siento, Michael, pero así funcionan las cosas en ésta casa. Y en cualquiera, en realidad. Los métodos pueden cambiar, pero ningún padre dejaría que su hijo hiciera lo que tú hiciste hoy. – le dije.

-         ¿Sabes? Muchos psiquiatras abogan por una educación sin castigos de ningún tipo. Y además  yo ya no soy un niño, así que es doblemente ridículo que pretendas…

-         Ahórratelo, Michael.  No pienses que porque ahora estoy tranquilo no me enfadé por lo que hiciste.  Te voy a castigar. Nada de lo que digas cambiará eso.

-         ¿Ahora ya ni me puedo defender? ¡En otros juicios al menos dejan que hable mi abogado!  Deberías haberme avisado que únicamente me cambiaban de celda, y así me habría dejado el traje naranja.

Era la segunda vez en menos de media hora que insinuaba que le tenía en una especie de prisión. Sabía que no lo pensaba en serio, y que lo decía sólo para manipularme, pero odiaba escucharlo.

-         ¡Deja de intentar chantajearme, Michael! Nadie te está juzgando y esto no es una cárcel.

-         ¡Pues cada vez se parece más!

-         Oh… ¿De veras? No lo digas dos veces: aún estoy a tiempo de poner barrotes en tu habitación y así me aseguro que estés en casa cuando  se supone que tienes que estar en casa.

Eso no fue algo muy acertado por mi parte, lo admito. Era normal que él intentara por todos los medios hacerme cambiar de opinión, y yo no debía perder los nervios. Y en cualquier caso jamás debí insinuar algo como eso. Fue un golpe bajo.

Michael me miró bastante dolido, y yo me sentí fatal. Intenté acercarme a él para abrazarle pero sólo recibí un empujón. No le dije nada porque sentí que me lo merecía.

-         Michael… no iba en serio… Yo…. no quería decir eso… Es una expresión. A Alejandro se lo he dicho también alguna vez…

Me dio la espalda, y aunque podía ponerme tozudo y obligarle a responderme supe que lo mejor era dejarle tranquilo un rato. Suspiré y salí de la habitación.

Antes de bajar hice una ronda por todo el segundo piso para ver qué hacían los demás.  Ted estaba acariciando a Alice mientras dormía hecha un ovillo en su cama.  Me vio en el umbral de la puerta y me sonrió.

-         Es tan pequeñita… ¿Yo era tan pequeño a su edad?

Lo pensé un poco.

-         No. Tú eras más alto. Pero el resultado es el mismo. Eras y siempre serás mi bebé.

Ted volvió a sonreír, ésta vez algo avergonzado. Luego me miró fijamente y se puso serio.

-         ¿Ha sido muy duro? – preguntó. Estaba hablando de mi encuentro con Andrew. Debía de haberme notado algo en la cara, y como desconocía lo que había pasado con Michael debía de haber imaginado que era por mi conversación con mi padre.

-         Nunca es sencillo.

-         ¿Quieres… hablar de ello?

Me senté en la esquinita de la cama, ha su lado, bajo los pies de Alice. Hablábamos a susurros por no despertarla.

-         Terminó echándome. Se… enfadó. Pero antes de eso creo que… creo que hasta quería verme.

-         Claro que quería verte. Es tu padre. Pasaste muchos años con él.

-         No fueron buenos años, Ted… - respondí, suspirando.

-         No me has entendido. No digo que te eche de menos, porque eso no lo puedo saber: no le conozco. Pero eres sangre de su sangre… es normal que quiera saber de ti.

No parece tener interés en saber de vosotros”  quise decirle, pero me lo callé.

-         Tiene una forma muy curiosa de demostrarlo. – respondí, al final.

-         ¿Puedo preguntarte algo? – pidió, y no esperó a que contestara. - ¿Qué clase de persona es? ¿Sólo es un mal padre o es…un cabrón?

-         ¡Ted! Esa boca. No, no ruedes los ojos, sabes que no puedes hablar así y menos delante de tu hermanita.

-         Está dormida.

-         Aun así.

-         Deja de regañarme y respóndeme, no te escaquees.  – exigió. Respiré hondo.

-         No es… no es del todo una mala persona. Hay gente mucho peor, supongo. Pero eso a veces sólo lo hace más …duro ¿sabes? Es difícil recordar las cosas buenas que hizo por mí y seguir guardándole rencor.

-         Yo no tengo ese problema. Puedo guardarle todo el rencor que quiera. Ya no por lo que me hizo a mí. Ni siquiera por lo que te hizo a ti, porque no sé bien qué es, sino por abandonarla a ella – dijo, acariciando a Alice una vez más.

Me estremecí un poco por el anómalo toque de acero en su voz. Chocaba notar en él tanta aspereza, pero luego a mí me dedicó su mirada tranquila de siempre. Era un consuelo saber que reservaba la rabia para Andrew y no para mí. Le di un beso.

-         No pienses en él. No merece la pena – le sugerí, y asintió. Le miré para  asegurarme de que iba a estar bien y me levanté – Voy a ver a tus hermanos.

Bajé al piso de abajo, donde  todos mis hijos de entre diez y trece años estaban viendo la tele. Barie me señaló un hueco a su derecha para que me sentara, y la verdad es que estaba cansado, así que les hice compañía unos momentos.  Nada más sentarme Barie se dejó caer hasta recostarse en mis piernas. Sonreí y jugueteé con su pelo.

-         ¿Qué estáis viendo? – pregunté, porque en ese momento sólo había anuncios. Era extraño que los gemelos y las chicas se pusieran de acuerdo para ver un mismo programa.

-         Pesadilla en la cocina. – respondió Zach – No pienso ir jamás a ningún restaurante que salga en ese programa.

-         Somos dos – asintió Madie, y Harry  y Cole mostraron su conformidad con un gesto de la cabeza. Barie simplemente se restregó un poco sobre mi pantalón y cerró los ojos. Parecía un pequeño gatito mimoso.

-         Papito – me dijo Barie, mirándome desde abajo.

-         ¿Sí?

-         Gracias por no enfadarte por lo de meterme en tu cuenta…

Era increíble que aquello hubiera sucedido aquél mismo día.

-         Al principio sí me enfadé. Pero entendí que era con buena intención, y la verdad es que dudo que de otra forma me hubiera animado a hablar con Holly.

-         ¿Ella te gusta?

-         Eso no es asunto tuyo, princesa cotilla – me reí y la apreté el costado, haciéndola cosquillas.  Soltó un gritito y se contorsionó, pero sin llegar a salir de ese huequecito que se había hecho  encima de mí.

-         ¡Joo, dímelo!

-         Te lo diré tan pronto como haya algo que decir.

-         ¡Eso no vale! – protestó. Pasé el dedo índice por su ceño para desarrugárselo.

En ese momento Alejandro debió de terminar de cenar, porque pasó como una exhalación por el salón y subió las escaleras. Me dio algo de pena que hubiera cenado sólo, pero por otro lado seguramente prefería cenar sólo a conmigo haciéndole compañía en esos momentos. Suspiré. Ya lo había retrasado demasiado.

-         Cariño, deja que me levante. Tengo que hablar con tus hermanos.

-         Me quito si prometes que es sólo hablar. – respondió Barie con astucia. La levanté con cuidado y la di un beso.

-         Ya me gustaría.

-         Pero… pero…. ¡aún no has cenado! – soltó Barie, buscando argumentos que me retuvieran. No tanto para que me quedara con ella como para que no castigara a sus hermanos.

-         En realidad sí lo hice, por eso vine tarde. Pero además cualquier cosa que me tome en este momento me sentaría mal. Vosotros seguir viendo la tele ¿mmm? Que en un ratito os tenéis que acostar.

Barie suspiró y se dio por vencida. Cambió de posición para apoyarse sobre Harry esta vez. Su hermano la rodeó con el brazo en uno de los escasos momentos en los que se demostraban el cariño que se tenían.

Subí al piso de arriba sabiendo de alguna manera que debía empezar con Alejandro. Sospechaba que en aquella ocasión iba a ser el más fácil. Antes de llegar, sin embargo, mi móvil vibró con un mensaje nuevo. Era precisamente de Alejandro:


QUERIDO PAPÁ:
ME HE IDO A VIVIR LA VIDA CON MI NUEVA NOVIA, YA SÉ QUE SOLO TENGO 15 AÑOS, PERO ESTOY PERDIDAMENTE ENAMORADO. NO TE LA PRESENTO POR QUE SÉ QUE TENDRÁS ALGÚN PROBLEMA CON QUE SEA UNA STRIPPER TATUADA, Y PENSARÁS QUE NO ES BUENA PARA MÍ, PERO TE EQUIVOCAS. AUNQUE SEA 21 AÑOS MAYOR QUE YO, ME AMA Y ME HA OFRECIDO SU CARAVANA EN UN CAMPING PARA QUE VIVA CON ELLA Y EL BEBÉ QUE ESTÁ EN CAMINO. NO ES SOLO SEXO SALVAJE, QUEREMOS DAROS MUCHOS NIETOS AHORA QUE AÚN SU SIDA NO ESTÁ MUY AVANZADO. ELLA SE MERECE ESO Y MÁS, QUE LO HA PASADO MUY MAL AL DEJAR LA PROSTITUCIÓN. ME HA ABIERTO LOS OJOS Y AHORA SÉ QUE LA MARIHUANA NO ES MALA, DE HECHO VAMOS A PLANTAR PARA VENDER A LOS YONKIS DEL CAMPING A CAMBIO DE COCAÍNA Y SPEED. ESPERO PODER VISITARTE ALGÚN DÍA CON LOS NIETOS.
TU HIJO QUE TE QUIERE,
ALEJANDRO.
POSDATA : ES TODO MENTIRA. ESTOY EN TU CUARTO.  SOLO QUERÍA RECORDARTE QUE TENER UN HIJO QUE HA SUSPENDIDO TRES EXÁMENES Y HA INTENTADO OCULTÁRTELOS NO ES NI DE LEJOS LO PEOR QUE TE PUEDE PASAR.


Parpadeé varias veces después de leerlo. ¿Cómo se le ocurrían esas cosas?  Estaba seguro de que tenía una sonrisa idiota en los labios, y tenía muchas ganas de reírme, pero me contuve porque sabía que él estaría con el oído atento. Caminé hacia mi cuarto como si nada con el móvil en la mano. Entré y le puse el móvil delante fingiéndome enfadado.

-         ¿Te parece gracioso? ¿Crees que es momento para bromas?

-         Yo…esto…- balbuceó Alejandro, y tragó saliva tan fuerte como para que yo lo oyera - … sólo intentaba… no pretendía… no te enfades.

Sólo entonces le sonreí y le di un abrazo.

-         Eres un pequeño caradura, deslenguado y muy fresco y debería darte un buen castigo sólo por ese mensaje. Por suerte para ti fue demasiado divertido. 

-         ¿Sirvió de algo?

-         Mmm. Depende de lo que quisieras conseguir.

-         Que no me castigues.

-         Lo siento, es un móvil, no una lámpara mágica. No concede deseos – me burlé un poco, y luego por fin me puse serio, aunque no llegué a soltarle. – Alejandro… estabas advertido sobre tus notas. Más que advertido. Hemos tenido muchas conversaciones de este tipo. Y no sólo suspendes sino que además me mientes y le pides a tu hermano que falsifique mi firma.

Alejandro bajó la cabeza. Era extraño que no replicara pero es justo la actitud que quería. Alcé su barbilla para que me mirara.

-         Enséñamelos.

-         ¿Qué?

-         Los exámenes. Quiero verlos.

Salió un momento hacia su cuarto y me los trajo.  Se quedó a mi lado muy avergonzado mientras los veía. El primero era un examen de biología.

-         Este es de biología…. Eso se te da bien.  – le dije.

-         Ya… Bueno, ese no fue bien… pero aun así pensé que aprobaba…

Había mucho rojo escrito en la primera cara, más rojo que azul. Pero entonces le di la vuelta y vi que no había nada corregido. Se lo señalé a Alejandro.

-         Tenía tan mal la primera parte que no quiso leerse la segunda. – me explicó.

-         Eso no me parece justo. – comenté, y leí las respuestas de mi hijo. Me parecía que estaban bien. - ¿Cuánto valen estas preguntas?

-         Seis puntos.

-         Puede que estés aprobado.

-         Pero si tienes mal lo primero no se lee lo demás.

-         ¿Por qué? – pregunté. Vaya tontería ¿no?

-         Porque sí… lo avisó…aunque yo no me enteré…

Resoplé. Me parecía un criterio realmente absurdo, pero sabía que a veces los profesores daban más importancia a una parte del temario que a otra.

-         Osea, que podrías haber tenido un seis, pero como fallaste lo primero todo el examen está suspenso.  ¿Y por qué fallaste lo primero? ¿Ni te lo miraste? – inquirí. Tal vez soné demasiado incisivo. Alejandro asintió, sin mirarme. Suspiré y dejé el examen en la mesa – Ven aquí – le llamé.

Se acercó muy despacio. Esperé a tenerle lo bastante cerca y entonces le di otro abrazo. Parecía muy vulnerable y no estaba nada rebelde, así que me dispuse a ser muy cariñoso con él, a ver si con suerte esa actitud se volvía una costumbre.

-         No vale con estudiar sólo lo que es fácil o lo que nos gusta ¿eh? Si no luego pasa lo que pasa – regañé, le sujeté bien y luego sin soltarle me senté con él encima. No le bajé el pantalón y apenas le di tiempo a que se colocara.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS    Au… PLAS PLAS PLAS

Hice que se incorporara y le miré a los ojos. No estaba llorando, aunque las pupilas le brillaban un poco, húmedas. Le acaricié la mejilla y besé su frente. Estaba esperando una explosión, un empujón de rechazo o alguna de sus reacciones habituales, pero no hubo nada de eso. Alejandro había parecido entender mi punto y estaba… asumiendo sus errores. Me sentí orgulloso de él  y me odié por tener que seguir con aquello. Pero no era la primera, ni la segunda, ni la tercera vez que tratábamos el tema de las malas notas. No podía simplemente dejarlo estar.

Cogí el segundo examen. Aquél era de historia.

-         Este está en blanco, Alejandro.

-         Odio la historia – dijo, a modo de justificación.

-         Eso no es excusa.  ¡No respondiste nada!

Se quedó callado y yo solté un gruñido.

-         ¿Ni siquiera podías poner algo que te sonara de clase? – inquirí.

-         ¿De qué sirve echarle imaginación si sabía que iba a suspender igual?

-         ¡Al menos no era un cero! ¡Es mejor para tu media! Te va a costar mucho remontar esto… porque créeme que lo vas a remontar….

-         Sí, papá…

Respiré hondo. Pensé que una actitud menos rebelde me pondría las cosas más fáciles, pero me equivocaba. Era muy difícil regañarle cuando miraba el suelo y me daba la razón en todo. ¿Habría aprendido de Ted? ¿De verdad mi hijo había entendido? ¿Sería todo una pose? ¿Estaba buscando simplemente que yo no me enfadara?

Le froté el brazo y le hice mirarme.

-         Ey. Lo de dejar los exámenes en blanco no te pega. Tú eres justo de los de echar imaginación.

-         Es que… pensé… pensé que era sólo un control… de los que van “apto”  o “no apto”… no de los que van con nota…

Suspiré.

- ¿Y por eso no lo estudiaste? ¿Qué tengo que hacer para que estudies, mmm? – apoyé mi frente en la de él, y estuvimos así un rato. Luego me separé.  - Quítate el pantalón.

Gimoteó un poco, pero lo hizo. Después volví a tumbarle encima. Esa vez esperé un poco antes de empezar… y  fue algo más fuerte.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS  Auuu…PLAS PLAS PLAS Aii PLAS PLAS
PLAS PLAS … Muy fuerte…. PLAS PLAS PLAS….ai…. PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS….snif…auuu…. PLAS PLAS PLAS PLAS….perdón papá….snif…estudiaré, de verdad…. PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS
PLAS PLAS snif…PLAS PLAS PLAS PLAS ¡Ay! PLAS PLAS PLAS PLAS

Noté el temblor de sus sollozos  incluso después de detenerme. Dejé la mano en su espalda y dibujé en ella circulitos grandes y pequeños. Llevaba un slip y podía ver que tenía rojo en las partes que la tela no cubría.

-         Snif…. me  diste…snif…. mucho más fuerte ahora….snif…. Malo…snif…

Jolín. Me mató de ternura. Por un segundo pareció mucho más pequeño. Seguí acariciándole para que se calmara.

-         Porque dejaste ese examen en blanco, mientras que para el primero se ve que algo estudiaste.

- Snif…snif…. Entonces…. No veas ….snif… el tercero – pidió, y empezó a llorar más fuerte.

¿Qué podía ser más malo que un examen en blanco?  Seguí acariciándole, dispuesto a no alterarme.

-         ¿Tampoco estudiaste para este? ¿Está en blanco también?  - pregunté.

-         No… sí estudié….snif…No lo suficiente… pero estudié….snif

-         Entonces no será tan malo… Es más… si tienes un cuatro no te castigaré por eso ¿bueno?….y pasaremos a hablar de….la falsificación. – le dije. Me daba pena verle llorar a sí y aún nos quedaba tratar el asunto que más me había molestado, así que si  era un suspenso alto podía dejarlo pasar por esa vez… Sin embargo él empezó a llorar más tras mi oferta. 

Me alarmó un poco así que me apresuré a coger el último examen para salir de dudas. Era de Lengua.  Ese examen parecía bastante completo. Tenía pocas correcciones. Entonces, ¿por qué tenía escrito un gran suspenso al principio? Leí hasta el final, y ahí lo supe:  Alejandro había hecho una especie de dibujo obsceno en una pregunta que no se sabía. La única de todo el examen que no había respondido… y la adornó con un enorme órgano masculino mal dibujado.

-         ¡Alejandro! – dije, y chasqueé la lengua.

-         ¡Es injusto que me suspenda solo por eso! ¡Que mande una nota a casa, que me baje un punto… pero el resto del examen estaba bien!

Una parte de mí estaba con él… otra entendía que un profesor no podía permitir esa clase de dibujos en un examen. Ni un profesor ni un padre…

-         ¡Pensé que tendría un siete en este! ¡Me esperaba un siete y no un cero! ¡No es justo! – protestó. Aún estaba tumbado encima de mí, así que no le vi la expresión, pero juraría que tenía lágrimas de rabia.

-         ¿Por qué tuviste que hacer ese dibujo, eh?

-         Me sobró tiempo… El examen fue chungo… quería desquitarme… iba a tacharlo antes de entregarlo pero el profesor me sacó el examen antes de poder hacerlo… No pensé que fuera a suspenderme por eso. Creí que con suerte no lo vería.

Grr. Miré el examen una y otra vez. Me daba tanta rabia. Había respuestas bastante buenas. No sólo eso, sino que me di cuenta de que Alejandro redactaba cada vez mejor. No tenía faltas de ortografía, se explicaba bien…. ¡Y lo había echado por la borda por un maldito dibujo! Dejé el papel sobre la mesa y  le noté ponerse tenso. Dejé una mano en su espalda.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         La próxima vez que hagas algo como esto no seré tan suave – le advertí, e hice que se pusiera de pie. Alejandro se frotó un poco y me miró con ojos llorosos - ¿Quieres un abrazo?

Asintió, y yo me puse de pie también para rodearle y acariciarle la espalda. Le escuché sorber por la nariz y sentí cómo se aferraba a mi ropa.

-         Ya…. Shhh….ya, campeón, ya pasó….

-         No, no pasó….snif…. porque ahora me castigarás por pedirle a Michael que copiara tu firma…snif….

Suspiré y enredé los dedos en su pelo.

-         Jandro…

-         No me llames así…

-         Jandro – repetí, y le di un beso – Lo que hiciste es algo muy serio. Falsificar la firma de una persona es un delito… y la de tu padre es…es simplemente inmoral. Y se lo pediste a tu hermano, cuando estamos intentando que se olvide de esa vida.

-         Sólo quería evitar que te enfadaras…

-         Pues para eso tendrías que haber estudiado desde el principio.

-         ….snif….

Seguí abrazado a él un poco más, inicialmente para calmarle a él pero en verdad para darme fuerzas a mí. Ya iba a separarme cuando le escuche a hablar.

-         Nosotros no somos como el resto del mundo. – susurró  - Todos los hijos les deben la vida a sus padres, pero no siempre lo sienten así. No están constantemente pensando en eso. En cambio nosotros no podemos olvidarlo, porque te miramos a ti y no tienes canas como los padres de otros adolescentes. Te miramos a ti y no ponemos ninguna mujer a tu lado, ni siquiera una que ya esté muerta o que se haya ido. Te miramos a ti y vemos todo lo que podrías haber sido… leemos tu biografía en la contraportada de tus libros y  eso nos recuerda todo lo que podrías tener… todo a lo que has renunciado… Te miramos a ti y vemos que nos has criado sólo, renunciando a tu juventud. Cuando por fin pudiste vivir una vida, lejos de tu mal padre, te cortaron las alas con un bebé, y luego con otro, y otro más. Toda tu vida la has vivido para otras personas.

Sentí un nudo en la garganta y le estreché fuerte entre mis brazos.

“Aidan, ya te puedes ir olvidando de ser duro con este chico…”


-         Tal vez es el hecho de que no seas nuestro padre lo que te hace tan buen padre…Cuando te enfadas no lo haces como otros padres… Tus enfados duran el tiempo justo y casi siempre son menos de cinco segundos… luego…de alguna forma… sigues regañándonos pero sin estar enfadado…. Eres capaz de echarnos una bronca mientras nos estás dando un abrazo… Por eso… por eso… lo peor que nos puede pasar es que te enfades. No te enfades…. – me pidió.

Vale. ¿Quién había cogido el espíritu de Ted y el de Kurt, los había combinado y los había metido en el cuerpo de Alejandro? ¿Desde cuando era tan tierno y reflexivo? ¿Sería por todo el asunto de la llamada de Andrew? ¿Le habría hecho sentir inseguro?

- Estoy muy lejos de estar enfadado ahora mismo, pequeño. – musité, cerca de su oído, y le acaricié la cara. Estaba sudando. – A mí no me cortaron las alas. A mí me crecieron, con la suerte de que no tengo dos, sino doce, para poder volar muy muy alto.

Alejandro restregó un poco la mejilla contra mi hombro, como el gatito que tuvo que ser en otra vida.

-         Eso ha sido muy cursi, papá. – me dijo.

-         Pero serás…. Yo diciendo cosas bonitas y tú me llamas cursi… Pues empezaste tú primero, que lo sepas. Fuiste muy muy cursi….y eso me encanta – le dije, me separé un poco, y le sonreí. – No sé si soy buen padre… no, no, escúchame, no me interrumpas…. No sé si soy buen padre. No sé qué es lo que hace de un padre que sea “bueno”. Tal vez tendría que ser más firme, tal vez le doy importancia a cosas que no la tienen y se la quito a cosas que sí, tal vez exijo demasiado de tus hermanos pequeños o demasiado poco… No  lo sé. Pero sí que sé, es más, podría dar una conferencia sobre ello, si sé lo que hace de un padre un “mal” padre. Lo peor que puede pasarle a un hijo es sentir que no es importante para su padre. Que no es tan importante como le gustaría ser, que no es una prioridad para él. Que no es escuchado. Que no es comprendido. Que no es valorado. Y no hace falta que sea cierto, basta con que el hijo sienta que es así. De poco sirve amar a tu hijo si él no lo sabe. Vosotros sois lo más importante que hay en mi vida. Hablas de renunciar… Pero yo no he renunciado a nada. – le aseguré, y continué acariciando su pelo. Era algo que podría hacer durante horas, porque tenía un tacto entre áspero y suave que lo hacía adictivo – Cuando  empezaste a vivir conmigo  ya supe que tú no me lo ibas a poner fácil. No te rías, que es verdad. En un solo día me revolucionaste a Ted, y  me imaginé cómo ibas a ser de adolescente…. Por terribles que fueran mis premoniciones no se acercaron a la horrible realidad.

-         ¡Oye!

Puso una cara de indignación muy graciosa pero a la vez me miró con curiosidad, sin saber del todo por dónde iba.

-         Igual que acerté en que ibas a ser un saco de problemas, acerté también en que ibas a ser el saco de problemas más querible de todo el universo.  Te irá mejor si empiezas a pensar un poco las cosas, pero lo hagas o no, yo nunca, jamás, podré enfadarme contigo, Alejandro. No en el sentido que a ti te preocupa. No en el sentido de  fastidiar las cosas. Es mi trabajo enfadarme un poco ¿sabes? Si no me molestara que hicieras las cosas mal sería signo de que no me preocupo lo suficiente por ti.  Pero nunca me hartaré de ti… si es que sólo decirlo suena absurdo… Nunca pensaré que pasaste un límite ni me rendiré contigo. No hay límites en esto. La cagas  a lo grande y tendrás un castigo a lo grande. Eso es todo.

Le escuché respirar muy profundo, como Alice cuando se dormía. Era el sonido de su alivio saliendo por sus pulmones.

-         Y ahora la cagué a lo grande ¿verdad? – me preguntó, como si sólo quisiera confirmarlo.

-         Aham. Pero eres demasiado tierno para que te castigue a lo grande. – le dije, y me separé de él. Me senté y le indiqué que se tumbara. Él puso un puchero y después lo hizo, aunque se tapó con las manos en un gesto infantil. Se las retiré y vi que lo tenía menos rojo que antes, pero aún se notaba. – Sí suspendes un examen me lo dices, Alejandro, pero no tratas de ocultármelo involucrando a tu hermano en una falsificación.

No esperé ningún tipo de respuesta. Levanté un poco la mano y la bajé con rapidez, que no con fuerza.

PLAS PLAS PLAS….au….PLAS PLAS  aichs….PLAS PLAS PLAS PLAS jo….PLAS

PLAS PLAS …dijiste que….auchs…. PLAS PLAS …que no ibas … PLAS… ay…a castigarme a lo grande….

-         ¿Y te parece que estoy siendo duro? Pensaba bajarte el calzoncillo también…

-         ¿Qué?  ¡No te pases!

PLAS   

-         Yo no me paso, Alejandro….

  PLAS 

-         El que se pasa eres tú…

PLAS

-         No vuelvas a falsificar o a pedir que falsifiquen mi firma, ni la de nadie.

PLAS PLAS

Alejandro lloriqueó un poco, sin muchas ganas, y yo acaricié su nuca para indicar que había terminado. Agaché la cabeza y le hablé al oído.

-         Además te di flojito, y lo sabes.

-         ¡Tú no sabes dar flojito! – protestó.

Rodé los ojos, y puse la mano en sus muslos,  justo donde acababa la tela de su ropa interior. Aún tendría que dolerle un poco, así que pasé los dedos suavemente, haciéndole a la vez caricias y cosquillas.

-         ¿Te levantas ya? – pregunté, en tono casual, para que no pareciera que le metía prisa. Él negó con la cabeza. - ¿Ah, no? ¿Es que quieres que siga?

Negó otra vez y me pellizco la pierna sin hacerme daño, en un gesto pretendidamente infantil.

-         Malo.


-         Demasiado. – concordé. - ¿Con qué Alejandro hablo ahora? ¿Con el de quince años? ¿El de cinco?

-         ¡El de dos!

-         ¡Oh! A ver empezado por ahí. – comencé a hacerle cosquillas y le di la vuelta, dejándole boca arriba e indefenso. Me puse a hacerle pedorretas en la tripa como aún le hacía a veces a Alice, a Hannah y a Kurt.

-         ¡Papá! – exclamó Alejandro, abriendo mucho los ojos.

-         ¿Qué? Tienes dos años. No tiene por qué darte vergüenza.

Seguí con lo mío y él se rió, hasta que decidió que era hora de recuperar su dignidad y se escabulló para ponerse de pie. Se hizo el ofendido y agarró los pantalones para ponérselos.

-         Casi mejor no lo hagas – le dije, antes de que metiera la pierna por los vaqueros.

Me dedicó la mejor mirada de cachorrito de la historia. Mejor incluso que las de Kurt.

-         ¿Es que vas a darme más? – gimoteó.

-         No, campeón… es que creo recordar que alguien no se ducho ¿mm? Así que más que vestirte, tienes que desnudarte y a la ducha.

-         Pero ya he cenado… y luego dices que se me corta la digestión…

Cierto.

-         Pues mañana te levanto antes para que te duches… o sino cuando apestes te confundirán con los animales del zoo.

-         ¿De verdad vamos a ir? – preguntó, entre incrédulo e ilusionado. Supongo que la noche había sido lo bastante intensa como para que los planes del día siguiente peligraran.

-         No prometo cosas en vano – respondí, y le guiñé un ojo. A Alejandro le gustaban mucho los animales. En general a todos mis hijos, que tenían la espinita clavada de que yo jamás les había dejado tener una mascota.   Mis motivos eran bastante entendibles: demasiado jaleo había en esa casa con tanta gente como para añadir mascotas que luego tendría que cuidar yo.  Hacía  unos seis años Ted me tenía casi convencido, pero entonces vinieron Hannah y Kurt y con dos bebés recién nacidos a mi cargo no quería ni pensar en tener también una mascota. A veces yo mismo me arrepentía de esa decisión, porque siempre quise tener un perro, pero tenía que ser coherente. No estaría bien tener un animalito si no iba a poder cuidarle bien.

-         Papá… - dijo, en ese tono que ponía cuando iba a pedirme algo. Recé por qué no me preguntara si estaba castigado, porque  iba a fingir que se me olvidaba, pero si me lo preguntaba no me quedaba otra que contestarle que sí. - ¿Podemos ir primero a ver las aves rapaces? Alice siempre quiere ver los delfines y al final nos quedamos sin ver la exhibición de los halcones porque hay mucha gente…

Sonreí por que sólo fuera eso. Si es que en el fondo era un niño grande…

-         Claro, campeón.

Alejandro sonrió e hizo un gesto de triunfo.

-         Anda, mocosito…  que has salido demasiado bien librado.  – le dije, y le di una palmada de cariño. - ¿Quieres dormir hoy aquí?

-         ¿Bromeas? ¿Me confundes con Kurt, o algo así? – preguntó, indignado. Suspiré. El Alejandro niño se había marchado.

-         Si cambias de idea tienes un hueco aquí.

-         ¿Ya me puedo marchar?

-         No, todavía no. Tienes que darme un beso y un abrazo.

-         Papáaaa.

-         Papá nada. Estoy esperando, señorito. – insistí, con mi mejor cara seria. Tenía que aprovechar esas escasas ocasiones en las que no me rechazaba tras un castigo. Alejandro rodó los ojos, me dio un abrazo y se apartó – Ey, ¿y el beso? – exigí, pero ya había salido del cuarto con una risita.

Meneé la cabeza y sonreí. Aquello había sido relativamente fácil. Alejandro no había echado balones fuera, ni se había puesto rabioso o rebelde. Me quedaba  la seria preocupación por sus notas, y la duda de si debía ser más duro con él…  Pero al pensar un poco en lo que había pasado se sentía como que había hecho lo correcto.  Lo que de ninguna manera hubiera estado bien sería haberle dejado con ese miedo que había manifestado dentro del cuerpo.

Algo me decía que tratar con Michael no iba a ser ni de lejos tan sencillo. Pero ni de lejos… Miré el reloj. No quería retrasarlo más, ni dejarlo para el día siguiente.

Fui a su cuarto. La puerta estaba abierta, pero él no estaba dentro. Sólo estaba Cole.

-         Campeón, ¿has visto a Michael?

-         Está cenando.

Recordé que por su diabetes tenía que comer con bastante frecuencia. De hecho, solía cenar dos veces.  Tendría que ponerle la insulina antes de… antes de hablar con él. O quizá fuera mejor hacerlo después…

-         ¿Qué haces? – le pregunté, acercándome un poco a él. Estaba tumbado en su litera, pero sin un libro, en contra de lo que era su costumbre.

-         Kurt y yo estamos jugando al escondite, pero cada vez que viene aquí me escondo bajo las mantas y  no me ve.  Ya llevo aquí media hora.

-         ¡Vaya tramposo comodón! Oye, ya va siendo hora de ir a dormir.

-         ¡Es fin de semanaaa! – se quejó.

-         Pero mañana vamos al zooooo – respondí, en el mismo tono. – Y hay que estar despiertoooos.

-         ¡Un ratito más! ¡Porfis! – suplicó, con una habilidad sorprendente para hacer brillar sus ojos.

-         Está bien, campeón. Un ratito más. – le besé en la frente y sonrió,  contento de haber ganado. – Bichito mimado y consentido…

-         No le digas a Kurt que estoy aquí.

-         Mis labios están sellados – prometí, y salí del cuarto, sonriendo porque le divirtiera un juego tan sencillo.

Bajé a la cocina donde Michael  estaba comiendo una ensalada y un filete de pollo. No sabía si aún estaba dolido por lo que le había dicho antes, así que actué con cautela. Algo en el ambiente me daba mala espina.

-         ¿Comiste algo en casa de Andrew? – pregunté. Él negó con la cabeza sin siquiera mirarme. - ¿Sigues enfadado?

Se encogió de hombros con indiferencia.

-         No escogí bien mis palabras, y lo siento. Sabes que esto no es una cárcel, y no quiero que te sientas así, pero hay unas normas básicas que…

-         Métete tus normas por el orificio que más te plazca. – me  soltó, con voz  calmada, pinchando tranquilamente una hoja de lechuga.

En un impulso, di un golpe a la mesa del cuál me arrepentí por que habría asustado al resto de mis hijos… pero Michael siguió comiendo, imperturbable.

-         Que sea la última vez que te diriges a mí así…

- Tranquilo, suelo variar mis frases. No me gusta ser repetitivo. – se burló. Cerré los ojos para reunir paciencia, consciente de que seguramente lo que estaba buscando era provocarme.

-         ¿Soy tu enemigo ahora? ¿Por eso me hablas así? Te he pedido disculpas. No hay muchas más cosas que pueda hacer al respecto, excepto prometerte que tendré más cuidado con lo que digo en el futuro.

Michael pareció pensarlo, y luego asintió. Respiré aliviado, aunque tal vez me alivié antes de tiempo.

-         No puedes hablarme de esa forma, Michael. Lo dejé pasar en el coche y voy a dejarlo pasar ahora, pero si hay próxima vez lo sumaré a tu castigo… y confía en mí cuando te digo que no quieres que haga eso.

-         No me gustan las amenazas.

-         No es una amenaza. Es… un consejo. No hay necesidad de ser agresivos, ¿bueno? Cuando algo te moleste puedes…simplemente decirlo. Hablando se entiende la gente.

-         La gente, no los idiotas.

Resoplé, me levanté muy rápido e hice que se levantara él. Forcejeamos un rato, y al final me apoyé en la mesa y  me le acerqué, colocando sus manos sobre la madera.

-         Lo siento, Michael, pero estabas advertido. – le dije, y llevé la mano a la parte trasera de sus pantalones. Intenté no darle muy fuerte, porque estaba tenso y así iba  a dolerle más.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

No emitió un solo sonido, ni de queja, ni de ataque, ni de dolor.

-         ¿A qué ha venido eso? – pregunté, sin incorporarle, y acariciando su espalda con movimientos que esperaba que fueran relajantes.

-         Lo siento…

-         Está bien, Michael, no pasa nada… Pero realmente me gustaría no tener que regañarte más por tu forma de hablar… - le dije, mientras le levantaba. Se dejó hacer con docilidad, pero no me sostuvo la mirada, avergonzado por que le hubiera castigado.

-         Y a mí me gustaría que alguien te regañara a ti cuando sugieres poner barrotes en mi habitación.

Me gustó que dijera “mi habitación”. Solía referirse a ella como “la habitación de Ted”.

-         Pensé que ya habíamos aclarado eso. Disculpa si te ofendí, no pretendía…

-         Me da igual lo que pretendieras. No debiste decirlo. – bufó.

-         Tienes razón, no debí. Estaba frustrado porque comparaste tu hogar con una cárcel, y te respondí de la misma forma. Fue un error, pero tú no debiste insinuar aquello en primer lugar.

-         Claro, ahora échame la culpa a mí…

-         No voy a pedirte perdón más veces, hijo. No estuve bien, y lo siento, pero sé con qué intención lo dije y lamento si no fue así como te lo tomaste. 

Me mantuve firme con los ojos y con el tono, porque sabía que me estaba probando. Mi impulso era disculparme otra vez, pero lo que él en verdad quería era que me disculpara por regañarle, y yo no iba a hacer eso. Finalmente pareció rendirse. Le acaricié la nuca y le di un beso.

-         Termina de cenar. Después me gustaría hablar contigo.

-         No. Después te gustaría pegarme.

-         Gustarme nunca. –  le aseguré, y como no se sentaba le empujé suavemente y le froté los hombros. – Cena tranquilo. No quiero estar de malas contigo. No te enfades, pequeño.

-         No me llames pequeño – refunfuñó, pero me sonó al tono de voz que ponía Ted cuando le llamaba “Teddy” o al que ponía Alejandro cuando le llamaba “Jandro”.

-         Pequeño. – repetí, y le sonreí con todos los dientes – Come. ¿O tengo que dártelo yo, como a Alice? – chinché, e hice ademan de coger el tenedor. Me lo arrebató rápidamente.

Había ganado el primer asalto… pero  el combate acababa de empezar.

Esperé pacientemente a que terminara de cenar. Michael tenía la costumbre de no comer nada de pan con la comida, y tomarse luego un buen trozo después, casi como si fuera su postre. Era algo en lo que me había fijado en los días anteriores y me hacía gracia la forma en la que se lo tomaba, casi royéndolo. Me descubrió observándole y apartó el mendrugo, como si le hubieran pillado haciendo algo malo.

-         Antes de venir aquí no solía comer pan a menudo – explicó.

-         ¿Por qué? ¿No es recomendable para la diabetes? – pregunté, alarmado.

-         No es eso. Es que allí ponían poco y cuando los tipos grandes querían más casi siempre me lo quitaban. – dijo, encogiéndose de hombros. No hizo falta que especificara donde era “allí”.

La verdad, uno veía a Michael y costaba pensar que alguien pudiera ser abusón con él. No era una mole humana, pero si tenía aspecto de ser muy fuerte, y unos brazos formados a base de pesas.  Recordé que aquél policía había hablado de un tipo que se lo hacía pasar mal en su celda.

-         ¿Los policías o…los guardianes… no hacían nada?

-         Una de las cosas que cambian de un correccional a una cárcel es que no puedes soltar algo como “disculpe, agente, es que me ha robado mi pan….” No si quieres durar vivo. Allí no caen muy bien los chivatos.

-         No sabes cuanto siento que…

-         Tú no tuviste la culpa de que yo acabara allí – cortó. Ya me había dado cuenta de que no le gustaba ni hablar de su estancia en prisión ni que le compadecieran.  Nunca sabía si debía insistir o dejarle en paz… Dio otro mordisco al pan y luego comenzó a despedazarlo con aspecto distraído. – Siempre me decía “mañana les plantaré cara”, pero nunca lo hacía.  Nunca me han gustado las peleas.

No pude evitar soltar una tos sarcástica. Me salió sola.

-         Lo que hago aquí es tocar los cojones, no pelear en serio. A ti nunca te golpearía, Aidan. –  añadió Michael, y  casi se pudo notar la sinceridad y la intensidad de su voz como algo palpable.

-         ¡Esa boca!

-         ¡Ahora no te dije nada! – protestó. - ¡Deja de regañarme por todo!

-         No te regaño por todo, Mike, pero sé que sabes hablar bien cuando quieres.

-         Andrew es más enrollado con eso…. – refunfuñó, y al escuchar eso me tensé, porque el nombre fue como un puñetazo en mi estómago. Michael abrió un poco los ojos – Lo siento… perdona… no pretendía…

-         No pasa nada. Ya imagino que Andrew no tiene problemas con los tacos. ¿Quién te crees que me hizo tan palabrotero? Pero estoy empeñado en que vosotros me salgáis hablando bien.

-         Pues a mí me pillaste un poco tarde ¿eh?

-         Nunca es tarde, Mickey.

-         ¡Por favor te lo pido, no me llames así! ¿Tengo pinta de ratón? ¡Mickey Mouse, no te digo!

Me reí por la ocurrencia  y le acaricié el pelo, ya que no podía revolvérselo por que no lo tenía nada suelto.

-         ¿Alguna vez lo has llevado largo? – le pregunté.

-         Sí, para hacerme micro trenzas. Pero me cansé de lo mucho que picaba y me lo corté. Aunque nunca lo he llevado tan corto como Ted.

-         Se empeña en llevarlo así para natación, y porque yo le supliqué que no se lo rapara…

-         ¿Así que no eres de esos padres que se niegan a que sus hijos lleven el pelo largo? – inquirió.

-         ¿Hola? ¿Has visto a Zach y a Harry? ¿Has visto MI pelo?

-         No sé, es que como eres tan especialito con los piercing…

-         No soy especialito. Te dejé conservar el de la oreja. – me defendí. Vi que terminó con el pan, y con todo, y se levantó a lavar los platos. – Ponlos en el lavavajillas y ya.

-         No me importa lavarlos. Así tardo más y vivo más tiempo – dijo, con todo el morro.

-         Tengo entendido que no es buena idea hacer esperar al verdugo – respondí, en el mismo tono que había usado él. Luego me puse un poco más serio – Michael, es muy tarde, tus hermanos tienen que acostarse, y tú también, porque mañana nos espera un gran día, así que…

-         Así que mejor me voy a la cama y nos olvidamos del resto :D

-         Buen intento. Así que sube a mi cuarto para acabar ya con esto.

-         ¿Por qué a tu cuarto? –se extrañó.

Me mordí el labio.

-         Mi cuarto está más aislado… hay más intimidad…. Y ahí… ahí suelen ser los castigos… largos… - susurré, pero no le quería asustar así que continué hablando, muy de prisa – De todos modos ahora que en vuestra habitación sólo hay literas y apenas puedo sentarme en las camas sin darme en la cabeza estaremos mejor en el mío…

-         Comodidad ante todo – gruñó, con mucho sarcasmo. Soltó el vaso que estaba enjuagando y se fue escaleras arriba, pero pude ver su debate interno cuando pasó a mi lado. Le costaba obedecer órdenes como aquella y se estaba planteando si mandarme a la mierda. Me alegré de que no lo hiciera.

Apoyé los nudillos en la encimera de la cocina, y traté de dejar la mente en blanco.  Normalmente no me costaba decidir cómo de blando o de duro tenía que ser. Es decir, siempre era difícil castigarles, pero no establecer qué castigo merecían. Intentaba ser proporcional a su edad y a lo que hubieran hecho, y a veces tenía en cuenta otros factores, como si estaban arrepentidos o no.

Pero aquella vez quería pensarlo bien, para asegurarme que no iba a ser demasiado duro con él por causas externas. Había ido a ver a Andrew y eso me molestaba a nivel personal, pero ¿realmente era algo “malo”?  ¿Era de esas cosas que había que hablar, o castigar? Michael no tenía la culpa de mi enfrentamiento con mi padre. Yo había tenido que ir a buscarle, y las cosas no habían salido bien, pero no podía culparle por eso. No hubiera sido justo.  Además, no es como si Michael tuviera la lista poco llena…

Con las ideas un poco más claras, subí a hablar con él. Me tranquilizó encontrarle en mi cuarto, porque existía la posibilidad de que hubiera elegido complicar las cosas y no hacerme caso. Estaba sentado en mi escritorio, no en la silla, sino sobre la mesa.

-         Baja de ahí, anda. Esa mesa está algo vieja y se puede vencer.

Michael resopló, pero se bajó y se sentó sobre la cama.

-         ¿Ahora viene el sermón? ¿Seguro que no te equivocaste de profesión? Tal vez debiste meterte a cura…

-         Michael, no seas irrespetuoso. No estás en situación de hacer gracias y mi idea no es darte un sermón, sino hablar contigo como la persona adulta que se supone que eres.

-         Si soy adulto entonces no entiendo qué hago aquí esperando a que me castigues.

-         Sí, yo tampoco lo entiendo. Ya no tendría que ser necesario. Pero sé que nadie te ha puesto un freno antes, así que me toca a mí hacerlo ahora.

-         No soy un puto coche para que me pongan frenos….

-         ¿Qué dijimos de las malas palabras, Michael?

Me miró rabioso, pero no dijo nada. Se estaba mordiendo la lengua casi seguro. Suspiré.

-         Quiero repasar contigo las cosas que te han llevado a estar en problemas. – empecé, dispuesto a permanecer tranquilo pese a que no soportaba esa clase de miradas.

-         Oh, veamos… con once años robé ese paquete de chicles… con doce un teléfono y después… - enumeró, con tono guasón.

-         …lo que te ha llevado a estar en problemas CONMIGO. Mira Michael, mi paciencia tiene un límite y hasta Kurt colabora más que tú…Te sugiero que te quedes ahí sentado y callado, ya que si eres incapaz de tener un diálogo maduro al menos vas a escuchar un monólogo, y vas a hacerlo sin interrumpir y sin probarme.

De nuevo esa mirada con la que seguramente me deseaba los mil infiernos, pero al menos se quedó callado.

- No puedes dejar solos a tus hermanos pequeños cuando estás a cargo. Si acuerdas con Ted quedarte aquí, debes hacerlo. No puedes salir de casa de esa forma, sin avisarle a nadie, y por tanto tiempo, y además tú, señorito, estabas castigado sin salir.

-         ¿Ya acabó el monólogo? Fue muy corto.

-         ¡Basta Michael! Deja esa actitud.  ¡Fuiste un irresponsable y además de eso falsificaste mi firma! ¿Es que no hay nada que tengas que decir al respecto?

-         ¡Sí! ¡Qué deberías tener una firma más difícil de imitar, porque esa la copiaría un niño de tres años! – replicó.

-         Bueno, me cansé. No eres tonto, así que ya me has entendido más que de sobra. Ahora sólo me falta que me tomes en serio. – dije, mientras me sentaba a su lado, y tiraba de él para que de estar sentado pasara a tumbarse.

-         ¡No, no! ¡Espera, espera!

-         ¿Esperar a qué? ¿A que sigas tratándome como la cáscara del plátano que tiras a la basura? No, Michael, ya tuve bastante. Ahora vas a aprender a no pasarte de listo, a no falsificar mi firma y a no irte de casa. – le dije, y levanté la mano derecha, sin importarme que se estuviera resistiendo.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

De estar retorciéndose como una lagartija pasó a quedarse muy quieto, bastante rígido, como más calmado de pronto. Como si le hubieran cortado una rabieta de raíz. Le puse de pie.

-         El pantalón va fuera.

Se quedó muy quieto, mirando al suelo y sin moverse. Suspiré, levanté su barbilla, y le hablé en un tono más amable.

-         Vamos a terminar con esto ¿bueno? – susurré, y llevé las manos a su pantalón. Desabroché su cinturón sin que él hiciera nada para ayudarme o para impedirlo. Sólo cuando lo saqué de las trabillas pareció agitarse un poco.

-         ¿Tiene que ser sin ropa?

-         Sí, Michael, pero conservarás el calzoncillo. No tienes de qué avergonzarte…

-         ¡Si no es por vergüenza, es porque duele más!

-         Ah, pues esa es la idea ¿no? La próxima vez piénsalo dos veces antes de ponerte insolente y a lo mejor, quién sabe, te dejo conservarlos.

Michael puso una expresión que se parecía demasiado a un puchero como para no enternecerme. Le acaricié la mejilla antes de bajar su ropa del todo.

-         Vamos, saca las piernas, que sino te enredas. – alenté.  Terminó de quitarse los pantalones y luego le maniobré para volver a tumbarle.

Froté su espalda, pero no noté que eso le relajara, así que pasé a acariciar sus piernas. Sabía que la raza negra tiene por lo general menos vello corporal que la blanca, pero curiosamente Ted teniendo la piel más clara tenía menos pelo que Michael. Aun así se le notaba muy poco, era algo casi liso.

-         Falsificar es un delito, Michael. Sé que lo sabes mejor que nadie y ya no tienes necesidad de hacerlo. Aquí estás seguro en todos los sentidos de la palabra. Sé que creías que le hacías un favor a tu hermano, pero así no le ayudas. Él tiene que estudiar, y aprender a enfrentar las consecuencias de sus actos. No está bien que le ayudes a mentirme. La confianza es algo muy importante como para arriesgarla así. – dije, sin dejar de acariciarle. Esperé un poco como para que las palabras calaran dentro de él, y luego levanté la mano.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS ….auch….PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS PLAS  ay… jo….PLAS PLAS PLAS PLAS  ¡Auuu!  PLAS PLAS

Para no estar acostumbrado a ese tipo de castigos, Michael aguantaba bastante bien. No había intentado interponer las manos.

-         No salgas de casa sin decírmelo. Me asusto mucho si no sé dónde estás. Ya eres mayor, pero eso no es ningún consuelo: pueden pasarte cosas malas igual.

PLAS PLAS PLAS   Aich….PLAS PLAS PLAS …..au…PLAS PLAS  ay…. PLAS PLAS

En ese momento la puerta se abrió por acción de Hannah que venía corriendo, seguramente a buscarme. Ted estaba detrás de ella intentando que no entrara, y los dos se quedaron congelados al vernos a Michael y a mí.

-         ¡Papi malo, suéltaleeee! – chilló Hannah.

-         Princesa, deja que papá y Michael hablen a solas… - dijo Ted.

-         ¡Le está haciendo pupa!

-         No, Hannita, no le hace pupa…Anda, ven…

Ted la sacó de allí medio a rastras, mirándonos con cara de disculpa, y yo me quedé sin saber qué hacer. Michael era el ídolo de Hannah… Debía de haberse sentido muy humillado porque ella le viera, y porque le viera Ted también… Esperé una explosión por su parte, o alguna clase de reacción, pero no hizo ni dijo nada. Tal vez quería fingir que no había sucedido. Si era así, lo respetaría. Yo también hice como si nada,  y tras varios segundos, levanté la mano otra vez.

PLAS PLAS…. aich….  PLAS PLAS PLAS au…. No es justo….PLAS PLAS PLAS …auch…. ¡no es justo! PLAS PLAS   ¡Ted también salió! ¡Él también se fue!

Eso me sorprendió un poco. ¿Me acusaba de favoritismo? Por lo visto ver a su hermano le hizo pensar en algo diferente a la vergüenza.

-         Él salió a buscarte, Michael.

Le noté revolverse encima de mí y al final logró soltarse. Salió corriendo y entró en el baño. Suspiré y le seguí. Me obligué a tener paciencia. Traté de abrir la puerta, pero se había encerrado.

-         Michael… hijo…

-         ¿A él le castigaste? – me gritó desde dentro.

-         N-no….Tu hermano salió a buscarte ¿entiendes? Estaba preocupado por ti y además quería evitar que yo me enfadara contigo. Intentó encontrarte antes de que yo volviera a casa.

-         ¡No es justo!

-         Michael… grandullón…. Él se fue sabiendo que se quedaba Alejandro… no les dejó solos… y salió a buscarte a ti….

No me respondió. Intenté abrir la puerta de nuevo, y nada.

-         Abre la puerta, hijo.

-         ¡No!

-         Cariño,  abre…. Si me prometes no salir corriendo otra vez sólo hablaremos, ¿bueno? No te castigaré más… Pero tienes que abrir, ponerte los pantalones, dejar que te ponga la insulina y…

-         ¡Eso es! – me interrumpió. – Romperé  las dosis. Romperé todas como vuelvas a pegarme.

-         ¿Qué? Michael, no digas tonterías… Te he dicho que no habrá más si… ¿romper la insulina? Ni se te ocurra ¿eh? ¡Ni se te ocurra que ahí si me conoces! – grité, sintiéndome de pronto desesperado. Una parte de mí sabía que era un farol, pero…¿y si no? ¿Y si rompía la medicina que necesitaba para vivir? Guardábamos sus dosis en el cajón más alto, lejos del alcance de los peques…y al alcance de Michael en ese momento.

-         ¡Pues aléjate de la puerta!

-         No me alejo un carajo! Óyeme, tú no vas a amenazarme. No tienes derecho a hacer esto… ¡Crece un poco, Michael! Te estaba castigando por cosas bastante serias y estaba dispuesto a no ser muy duro contigo. ¡No puedes tener esta…esta rabieta… sólo porque no castigué también a tu hermano! No vas a venir a chantajearme solo porque…

Me callé de golpe al escuchar el sonido del vidrio  al romperse. Me había ido calentando más y más mientras hablaba, pero de pronto el enfado desapareció. Toda emoción desapareció de mi pecho, porque mi corazón dejó de latir. Aporreé la puerta con todas mis fuerzas.

-         ¡MICHAEL! MICHAEL, ¿QUÉ HAS HECHO?

Se escucharon más ruidos, como si lo estuviera golpeando todo a su paso, y ninguna respuesta.

-         ¡MICHAEL!

Intenté forzar la puerta. Empujé con el hombro para cargarme el cerrojo, pero no es tan fácil como parece en las películas. Al final me alejé de la madera, cogí aire y me empotré con todas mis fuerzas, haciendo crujir las bisagras… y mi hombro también. Me froté con dolor, me separé una vez más, y esa vez di una patada a la puerta, con lo que terminó de ceder.

A Michael casi le da un infarto, seguramente porque no se esperaba que abriera de esa forma. Y a mí casi me da algo también. Mi desastre con la puerta, que terminó por caerse entera, sólo contribuyó al caos que era aquella habitación.  Michael había vaciado algunos de los armarios y sus contenidos (cepillos, peines, pasta de dientes, cremas, coleteros…) estaban por el suelo. Pero lo que más llamaba mi atención era una cajita… una cajita que contenía las dosis de insulina de Michael.  Se habían roto, y el líquido se había derramado por el suelo. Di un paso adelante, pero Michael levantó la mano, donde tenía tres dosis.

-         Son las últimas que quedan, y estamos a viernes por la noche. Hasta el lunes no puedes conseguir más y si las rompo y estoy el fin de semana sin insulina ya sabes lo que pasará, así que yo me lo pensaría.

Sí, sí sabía lo que pasaría: que entraría en coma y que podía llegar a morir. De verdad lo había hecho… las había roto… Todas menos tres… En ese momento, no se me ocurrió pensar que existían cosas como las farmacias de guardia y los médicos. Mi cerebro estaba convencido que sin esos tres frasquitos mi hijo estaba muerto. Y todo por un capricho… una rabieta tonta, estúpida y sin sentido.

Con un movimiento rápido agarré su muñeca sin medir mi fuerza, y le obligué a soltar los frascos, los cuales cogí y dejé cuidadosamente sobre el lavabo, sin soltar a Michael en ningún momento.

-         ¡Ah! ¡Me haces daño! – protestó, refiriéndose a su brazo.

-         ¡TE ASEGURO QUE AHORA MISMO ME DA IGUAL! ¿DAÑO? ¡ME ENCANTA QUE TE DUELA! ¡ESO SIGNFICA QUE ESTÁS VIVO! ¿HAS PERDIDO LA CABEZA? – le zarandeé.

-         Au…. Me estás haciendo daño de verdad…. – gimoteó, y mis músculos aflojaron solos ante esa frase, aunque no le solté del todo.

-         ¿ES QUE QUIERES MATARTE? ¿HAS PENSADO POR UN SEGUNDO EN LAS CONSECUENCIAS DE LO QUE HAS HECHO? ¿DE LO QUE IBAS A HACER?

-         ¡Se suponía que tu ibas a dejarme tranquilo y yo no habría roto nada!

-         ¿Así que es mi culpa por no ceder a tu capricho? Si crees que las cosas funcionan así estás tan equivocado…   - le ladré, y me senté en la taza del inodoro, arrastrándole a él conmigo.

Estaba tan enfadado… tan histérico… Yo sólo había pretendido que abriera la puerta. No le había  mentido al decirle que si abría no iba a seguir castigándole. Quería que entendiera que no estaba poniendo a Ted por encima de él, quería que comprendiera mis motivos… Y él se metió mi comprensión donde le dio la gana, y rompió aquella medicina que tanto necesitaba.

Le sujeté tumbado sobre mis piernas, porque él no se estaba quieto, y daba patadas mientras intentaba soltarse.  Aunque el baño era amplio tampoco había tanto espacio y acabó por golpearse el pie con la bañera. Eso fue lo que me hizo reaccionar, porque llevaba varios segundos con él ahí encima sin hacer nada, aún asimilando lo que había pasado.

Tal vez, de no haber estado en el baño, o de no haber presenciado aquella conversación entre Alejandro y él… Tal vez si Michael no hubiera desparramado el contenido de los cajones por el suelo, jamás se me habría ocurrido coger aquél cepillo. Era un cepillo azul muy grande, de plástico. Se lo había comprado a Barie cuando empezó a quejarse de que la costaba mucho desenredarse su larga melena ondulada. Esa era la función de aquél objeto y nunca me había planteado darle otro uso, pero de pronto pensé que podía servir para  salvar la vida del que ya era, porque así lo sentía, mi hijo. Para defenderle de sí mismo.

Tiré del elástico de sus calzoncillos y se los bajé. Michael protestó de todas las formas que sabía hacerlo, y me dedicó todos los insultos de su repertorio. Escuché más de un “hijo de puta”, pero en realidad no le estaba prestando atención. Únicamente me concentré en sujetarle bien y en respirar hondo antes de hacer lo que me proponía. Levanté un poco el cepillo y lo dejé caer con poca fuerza, porque no sabía cómo utilizar ese objeto para no hacerle daño. A Michael no le dolió, pero si le sorprendió mucho porque notó que no era mi mano.

-         ¿Qué es lo que haces, capullo? – gruñó, e intentó voltearse para ver.

-         Asegurarme de que nunca más atentas contra tu vida. – respondí, con más calma de la que creí sentir, y esa vez levanté el cepillo un poco más que antes.

CRACK

-         ¡AAAH!

Me dolió en lo más hondo oírle gritar así, sabiendo que yo lo había causado, pero al mismo tiempo supe que era un dolor soportable, tanto para él, como para mí. Me sentía un hombre de otro siglo, haciendo algo que siempre me había parecido demasiado duro y estricto para hacerlo con mis hijos, pero no podía tener paciencia y perseverancia en un asunto como aquél. No podía ser blando y hacer que fuera aprendiendo poco a poco. Aquello era algo que Michael no podía repetir jamás.

-         Necesitas esa insulina tanto o más que el agua y la comida, ¿y tu coges y la rompes porque tu padre te está regañando un poco? ¿Crees que es un juego? ¿Crees que puedes morirte de broma y luego volver a la vida como si nada?

CRACK

-         Auuu…. Aidan…ya vale…

CRACK

-         ¡AAAH!

-         ¿Todo esto por qué a Ted no le castigué? ¿No tienes edad para saber cuándo alguien merece un castigo y cuándo no? No, por lo visto no la tienes… por eso mismo esos asuntos me los dejas a mí. YO decido cómo reprendo a mis hijos. YO, Michael. No siempre estarás de acuerdo, no siempre te parecerá justo, y a mí me da igual.  Así son las cosas, te gusten o no. Puedes protestar, puedes hablar conmigo, pero no puedes imponerme nada ni chantajearme…Y MUCHO MENOS CON TU VIDA.

CRACK

-         AIA…AMG….

Los quejidos de Michael se transformaron más bien en sollozos intensos…. En contracciones de su diafragma que agitaban todo su cuerpo.

- ¿Tan rápido has aprendido que eres muy importante para mí? ¡Me alegra eso, pero no lo uses para manipularme! ¡No amenaces tu vida para conseguir cosas de mí!

-         No las rompí….snif…snif… rompí el vaso…snif….snif…. las escondí en ese barreño. – gimoteó. Llevó las manos atrás y empezó a frotarse sin dejar de llorar. Intenté entender lo que me dijo y vi que algo brillaba dentro del barreño que me señalaba. Michael lo alcanzó con la mano izquierda y me lo enseñó. Ahí dentro había un montón de frasquitos con dosis de insulina.

-         Michael…

-         No soy tan idiota. – dijo, y su voz se quebró al final.

Había roto el vaso colocando la caja de su medicina para hacerme creer que las había roto… Al menos no las había roto de verdad. Me consolaba saber que no había sido capaz de hacerlo. Demostraba que un poco de sentido común sí tenía.

-         ¿Y por qué hiciste eso? – pregunté, apartando sus manos, porque me dio la sensación de que iba a hacerse más daño que otra cosa si seguía frotándose así.

-         No…snif…. no me gusta que me pegues. – protestó. Sonaba como un niño pequeño, así que le hablé como si fuera Kurt.

-         Ya sé que no te gusta, Michael, por eso es un castigo para cuando haces algo mal. No puedes amenazarme para que no te castigue…. Eso nunca dará resultado.

-         ¿Y qué….snif… qué lo daría? A Ted….snif… no le castigaste.

-         Mi niño… a Ted no le castigué porque él sólo estaba intentando hacer las cosas bien. El problema no es que salieras de casa… no estás prisionero aquí, aunque sí estabas castigado… El problema es que salieras dejando solos a tus hermanos, sin decírselo a nadie y sin importarte lo preocupado que nos tenías.

-         ….Snif…

-         Anda, ya no llores, Mike… - pedí, y le subí el calzoncillo. Luego le fui levantando poco a poco – Te quiero mucho, por eso me enfadé así… me asustaste…

-         Me…snif… me pegaste con esa cosa… - me acusó, al ver el cepillo.

No me sentí capaz de responderle, así que en lugar de eso abrí mis brazos para él y le dejé llorar en ellos un rato. Lo malo fue que pasaba el tiempo y no dejaba de llorar. A lo mejor le había hecho mucho daño…

-         Ya, Michael, no llores… No lo vuelvas a hacer ¿bueno? Ni en serio, ni engañándome, ni nada. La insulina siempre en ese cajoncito ¿sí?

Ni asintió, ni negó, ni dijo nada. Simplemente dejó que le abrazara mientras él seguía llorando. Pocas veces en mi vida me he sentido tan mal como en aquél momento. Traté de consolarle lo mejor que supe, sin saber exactamente por qué estaba llorando. ¿Por el castigo propiamente? ¿Porque me hubiera enfadado? ¿Porque lo sentía? ¿De rabia?

-         ¿Verdad que mi niño ya no lo va a hacer más? ¿Que vas a ser bueno y a portarte bien? – susurré, casi como si fuera un arrullo. Soné excesivamente infantil, pero a él no pareció importarle. De hecho, casi actuaba como si en ese momento necesitara que yo le hablara así.

-         S-sí….

-         Ya lo sabía yo – dije, y le di un beso en la frente. – Te has disgustado mucho, ¿no? Tus hermanos han visto como papá te castigaba… y tu pensaste que no estaba siendo justo contigo…

-         ¡Sí! ¡Eres malo!

-         En realidad, Michael, son ellos los que se podrían quejar… Porque te he dejado pasar cosas que habrían supuesto un castigo para el resto.

-         Pero…pero…snif…a Ted y a Alejandro no les castigas porque son tus hijos.

-         ¿Cómo?  Michael, tú eres mi hijo también… y a Alejandro sí le castigue. Y en verdad a Ted le di dos palmadas. Todos sois mis hijos aquí, y os quiero por igual… aunque quizá no siempre os trate igual, porque cada uno es diferente. Quiero que pienses una cosa conmigo. ¿De verdad crees que habría hecho bien en pegar a tu hermano cuando se pasó toda su tarde de viernes cuidando a los peques, haciendo la compra y yendo a buscarte asustado porque te hubiera pasado algo?

-         No….snif…. pero tampoco tendrías que haberme castigado a mí – se quejó.

-         Ah, con que ahí está el problema. Papá es malo ¿verdad? – pregunté, de nuevo infantil, y haciéndole mimos.

-         ¡Sí! ¡Papá es malo!

Sonreí, porque había hecho que me llamara papá. En realidad sabía que Michael jamás me llamaría papá de forma voluntaria porque él… porque ya tenía un padre. Pero aunque no me lo llamara yo me sentía como si lo fuera. Era mi hijo.  Apreté el abrazo como para dejárselo claro, y le mecí un poco mientras le hablaba con frases suaves y sin mucho sentido. A ratos renovaba sus sollozos y eso me mataba. Era como si no fuese a dejar de llorar nunca.

Cuando pasó un rato más o menos tranquilo, le separé un poquito para mirarle a la cara. Tenía los ojos muy rojos y las mejillas le brillaban por las lágrimas.

-         Tengo que ponerte la insulina, pequeño. Hoy en el abdomen ¿bueno?

Asintió, y se levantó un poco la camiseta. Preparé la inyección y esperé a ver si me decía que quería pincharse él, pero no lo hizo, así que se la puse yo, con cuidado. No pareció inmutarse, pero yo sabía que no le gustaba demasiado pincharse ahí.

-         Ya está… muy bien…¿te dolió?

Negó con la cabeza, aunque algo tenía que haberle dolido. Suspiré, y miré a nuestro alrededor. Tendría que recoger aquél desastre… pero después.

-         Vamos a la cama, Mike. A dormir.

Nos levantamos, y en ese momento me hubiera gustado poder llevarle en brazos, pero era demasiado grande. Le guié hasta mi cuarto, y no al suyo.

-         Hoy duermes aquí, y no es una pregunta. Estás castigado a dormir en esta cama… y no hay televisión en el fin de semana.

-         ¿Por qué? – protestó, sin muchas energías.

-         Por hacer rabietas de niño grande. Ahora a dormir.

Se quitó la camiseta y se echó boca abajo sobre la cama. Michael solía dormir en ropa interior. Me eché un rato junto a él y le masajeé la espalda. Como no se quedaba dormido, decidí hablar con él un rato.

-         Ya has conocido a Andrew… ¿qué te pareció?

-         Él no me habría castigado. – me dijo, y me encogí un poco, pensando que era un nuevo reproche y una forma de decir que él era mejor que yo. – Supongo que no se parece en nada a su hijo.

Esa frase tan ambigua me hizo dudar sobre si me estaba alabando o criticando. Ladeó un poco la cabeza sobre la almohada y aproveché para darle un beso.

-         Voy a meter a tus hermanos en la cama. Enseguida vuelvo ¿vale?

Asintió, y dobló la almohada por la mitad, para tener la cabeza más alta. Sonreí, porque yo también hacía eso. Recogí su camiseta y los pantalones, que habían quedado en el suelo, y luego le quité los calcetines, haciéndole un poco de cosquillas. Con su ropa en la mano, salí del cuarto y lo dejé en el cesto de lo que estaba pendiente de lavar.

La casa estaba anormalmente en silencio. ¿Los demás lo habrían oído todo? Aunque no fuera así, Hannah y Ted seguramente les habrían contado… y lo del baño sí que habían tenido que oírlo. Como para confirmar mis sospechas, las puertas de los diferentes cuartos de fueron cerrando a mi paso. ¿Qué era aquello? ¿Me hacían el vacío, enfadados, o me tenían miedo?

Bajé a la cocina a por un vaso de agua, aunque en verdad  quería algo más fuerte. Por primera vez en años sentía que necesitaba una copa de algo que pudiera hacerme perder el sentido, pero tuve que conformarme con el agua.

Escuché pasos que se acercaban con lentitud. Me giré para encontrar a Ted en el umbral de la puerta, sin atreverse a entrar.  No estaba de humor para enfrentarme a sus reproches, así que me le quedé mirando para ver qué quería.

-         Las bisagras de la puerta del baño… habrá que cambiarlas – comenzó. Asentí, y dejé el vaso en la pila. - ¿Vas a llamar a alguien o lo harás tú mismo?

-         Seguramente trataré de hacerlo yo y cuando me rinda acabaré por llamar a un cerrajero. – respondí, con sinceridad. Ted se acercó un poco más, como  alguien que decide aproximarse a un perro al comprobar que no muerde.

-         Alice se despertó… pero conseguí que Hannah y ella se metieran en la cama y creo que se han mordido…digo dormido…. – prosiguió, hablando algo rápido, y  estirando  los labios como si quisiera sonreír, pero no le saliera. Estaba muy nervioso.

-         Ted… ¿me tienes miedo? – le pregunté, algo dolido, porque actuaba como si no me pudiera reconocer. Como si yo fuera un extraño.

-         ¡No! – se apresuró a exclamar, pero en realidad sonó a “no estoy seguro”. Suspiré.

Me senté en una silla y le invité a hacer lo mismo en la de al lado. Dudó un poco, pero lo hizo.

-         Le pegué… con el cepillo de tu hermana. Lo hice porque pensé que había roto la insulina. Luego resultó que no lo hizo, aunque quiso que yo pensara que sí. Estaba enfadado porque según él yo no era justo al castigarle. Se encerró en el baño, tiró todo, y rompió un vaso, escondiendo la insulina y amenazándome con romper hasta el último frasco si no le dejaba tranquilo.

-         Así que… el ruido de cosas rompiéndose…¿no eras tú? – me preguntó Ted.

-         ¿Qué? ¡No!

Respiró con alivio, y entendí que en realidad ellos no sabían lo que había pasado. Sólo habían oído gritos y ruidos fuertes, y habrían pensado cualquier cosa.

-         Es que… como has tenido un mal día… con Andrew y eso… y ha sido culpa de Michael, pues…

-         ¿Pensaste que lo pagué con Michael golpeándole y haciéndole daño? Gracias, Ted, es genial saber la opinión que tienes de mí… - respondí. Tal vez sí fuera cierto que estaba de mal humor, porque aquella respuesta fue demasiado áspera y Ted me devolvió una mirada de pena que me hizo arrepentirme de mis palabras.

-         No, papá…. no es eso… Yo…. sólo no sabía. Escuchamos ruidos y… los peques se asustaron…. Pensé que igual te habías enfado y habías roto algo…Pero no pensé que le estuvieras haciendo daño… o habría hecho algo para impedirlo…

Le miré con orgullo, porque sé que decir eso le costó mucho.

-         Y habrías hecho bien.  ¿Eso es lo que pasó cuando entraste con Hannah?

-         No, ella sólo te estaba buscando y… no pude frenarla a tiempo… Michael tuvo que morirse de vergüenza.

En vez de responder me quedé mirando los dibujos de las vetas de la madera de la mesa, pensando en todo lo que había pasado.  Ted no me interrumpió ni me sacó de mis reflexiones, y así mi mente pudo ir lejos… muy lejos…

-         No sé… no sé si soy el adecuado para ser el padre de Michael… - dije al final.  – No sé si le exijo demasiado o demasiado poco. Me empeño en tratarle como un chico normal pero no tiene reacciones normales.  Ni siquiera es lo que esperarías de un tipo que  ha pasado por lo que él….Es… como un niño….

-         Es justamente lo que esperarías de un tipo que ha pasado por lo que él – replicó Ted. – Sin padre, sin nadie que te apoye, te guíe y te ayude…. Vamos, papá, tú más que nadie sabes lo que es eso. Él no tuvo una bolita de llanto para hacerle crecer de golpe.

Sonreí cuando se refirió a sí mismo, y entendí que tenía razón. Michael era justo lo que yo podría haber sido de no haber tenido  niños de los que ocuparme. De no haber entrado Ted en mi mundo, seguramente seguiría bebiendo y no aspiraría más que a huir de Andrew, sin buscar nada más en mi vida.

-         Michael aún es un niño… un niño muy adulto a veces, porque la vida le ha obligado a serlo… pero a la hora de tener una familia, muy niño… porque no tiene ni idea de cómo funcionan. – siguió diciendo Ted.

-         Es cierto… - suspiré y me recargué sobre la mesa – Y yo le di con esa cosa…. Dios… Aún no sé cómo fui capaz de hacerlo…Pero…es que pensé que había hecho una tontería… y la hizo… pero no una tan grande como yo creí… y….

-         ¿En serio le… le pegaste con un cepillo? – preguntó Ted.

-         Estaba desesperado… No fueron muchos… No me mires así, Ted, que ya me siento lo bastante mal…

-         No te miró de ninguna forma… Pero siempre pensé que si algún día te enfadabas en serio sería con Alejandro.

-         Estaba peor que enfadado… Pocas veces he pasado tanto miedo.  Pero ahora… lo pienso y… tal vez fui demasiado duro con él. – le dije, y suspiré. Michael no llevaba ni un mes con nosotros. Era normal que le costara adaptarse y yo… yo había hecho algo que nunca había hecho con mis otros hijos. De pronto me sentí un animal…

-         ¿Qué habrías hecho de ser Alejandro? – dijo Ted, cortando mis pensamientos.

-         ¿Eh?

-         Que qué habrías hecho de tratarse de Alejandro, y no de Michael. Yo te apuesto algo a que quizá no le habrías dado con esa… con esa cosa… pero si habrías estado con él… “hablando”…un rato más.

Ted tenía razón…A Alejandro le había dado más palmadas esa misma tarde… Objetivamente no había sido tan duro con Michael, pero no podía evitar sentir ese nudo en la boca del estómago por haberle hecho llorar así.

Miré el reloj. Si no les metía ya en la cama mañana se iba al zoo el vecino, porque no conseguiría levantarles. Malditas las ganas que tenía yo de ir a ningún lado después de esa noche….pero quizá nos vendría bien a todos salir y pasarlo bien.

-         Hora de dormir – le dije a Ted. Se levantó y me dio un abrazo de buenas noches.

-         ¿Te sientes mejor? – me preguntó.

-         Si me das un beso sí – decidí aprovecharme de que estuviera cariñoso.

-         No te pases, que después de todo castigaste a mis hermanos. ¡No mereces un beso!

Puse mi mejor cara de ofensa e indignación e intenté atraparle para darle un beso igual, pero fue más rápido. Sonreí, y luego me alegré de que Ted no hubiera escuchado que todo el berrinche de Michael había venido porque no le había castigado a él también, o el trozo de pan que tenía por hijo se habría sentido culpable.

Subí primero al cuarto de las peques y las observé dormir. Me acerqué con cuidado a darlas un beso. A Alice no la despertaría ni una orquesta de trombones, pero Hannah tenía el sueño muy ligero y como asustadizo, y el más mínimo ruidito la desvelaba por completo. Las arropé bien y luego fui al cuarto de Kurt y Dylan.  Ambos estaban haciendo muchos progresos: esa noche había podido dedicarle poco tiempo a Kurt y no se había puesto histérico, ni tenido una rabieta. Y Dylan era cada vez más independiente de mí, y dejaba que otros le ayudaran en cosas que antes sólo podía hacer yo.

A Barie y Madie las encontré sentadas en  la misma cama, mirando algo en la tablet.

-         A dormir ya, princesas. Justin va a seguir ahí por la mañana.

-         No estábamos mirando a Justin – dijo Madie, y me sacó la lengua. Salió de la cama de su hermana y se metió en la suya. Sonreí y la arropé. Ellas aún dejaban que yo las arropara sin sentir ningún tipo de vergüenza, no sabía si por ser chicas o por cuestiones de carácter. En cualquier caso me encantaba. Acaricié el  pelo de mi princesa, que cada vez estaba más y más largo a elección suya. Era la única de mis hijos que lo tenía de ese color, entre cobrizo y pelirrojo.

Fui a la cama de enfrente para arropar también a Barie pero me encontré con que el colchón estaba vacío. Pero… si estaba ahí hacía dos segundos… De pronto escuché un chillido viniendo del baño.  Volé hacia allí temiendo que aun no hubieran terminado los problemas por esa noche:

-         ¿QUÉ…HA…PASADO…AQUÍ? -  dramatizó Barie en cuanto me vio, señalando con ambas manos el desastre de la puerta, y las cosas tiradas que aun no había tenido tiempo de recoger.

-         Oh…. Eso… Ahora voy a limpiarlo…

-         Mi diadema… ¡mi pasta de dientes! Y…¿eso es mi maquillaje? ¡Esta todo desperdigado! ¡Se ha roto!

-         Usted no debería tener eso en primer lugar, señorita. – me defendí, señalando el maquillaje.

-         Me lo regaló Michael, ¿recuerdas?  ¿Quién ha hecho esto?

-         Pues… precisamente…el que te lo regaló. Anda, vete a la cama, princesa, ahora lo limpio y verás como no se ha echado todo a perder…

-         No vas a limpiarlo todo tu sólo… - dijo, y se agachó para recoger el estuche con los coleteros de Alice. Empezó a refunfuñar cosas como “vivir con hombres”  “todos iguales” y “luego nos llaman histéricas a nosotras”.

Sonreí y recogí con ella. Volví a guardar la insulina de Michael  y tras pensarlo un poco cogí algunas dosis y  las separé del resto, para guardarlas yo, por lo que pudiera pasar. El gesto no le pasó inadvertido a Barie.

-         ¿Por qué coges esas?

-         Por si acaso.

-         He oído… he oído algo de lo que ha pasado. Golpes… y gritos…. ¿Michael está vivo? – preguntó al final, sin rodeos.

-         ¿Tú también?  No le hice nada. – me quejé.

-         “Algo” seguro que le hiciste – replicó, mientras  recogí su cepillo, que había terminado en la repisa que había junto a la bañera.

-         Yo que tú no cogería eso – aconsejó Alejandro, apoyado en el marco de la puerta. – Ted dice que papá le ha dado un uso muy especial.

Creo que me puse de todos los colores, mientras le taladraba con la mirada. Alejandro ni se inmutó, y siguió allí, con su media sonrisa.

-         ¿Qué quieres decir? – preguntó Barie. Alejandro se acercó y le susurró algo al oído. Barie abrió mucho los ojos y soltó el cepillo con asco. - ¡Papáaaaaa! – protestó.

-         ¿Qué?

-         ¡Ese cepillo me gustaba!  - gimoteó.

-         ¿Gustaba?

-         ¡No voy a volver a tocarlo! ¡Es más, ahora tengo que desinfectarme las manos!

-         Pero qué exagerada, madre mía. – no sabía si reírme o molestarme un poco por su exceso de escrúpulos. Sin embargo luego pensé que a Michael y a mí nos traería malos recuerdos ver esa cosa. – Te compraré otro ¿bueno? Ahora mejor ve a dormir, yo termino con esto.

-         Eso, no vaya a ser que papá estrene el nuevo cepillo sobre el pantalón de niñitas mimadas – se burló Alejandro. Barie pasó a su lado y le dio un pisotón,  ante el cual me hice el ciego porque Alejandro se lo había buscado solito.

-         Hay que ver, hijo, hay que ver… ¿No tenías otra cosa con que chincharla?

-         ¿Has visto la cara que ha puesto? – dijo, y se rió.  Luego se puso serio. - ¿Es verdad? ¿Le diste a Michael con eso?

Suspiré, y asentí. Todo atisbo de humor había desaparecido del rostro de Alejandro. Me miró  como si esperara ver alguna clase de transformación sobrenatural en mí.

-         Alejandro… no te asustes… no me mires así. Fue una cosa de una sola vez ¿de acuerdo? Hizo algo que… Pensé que quería… atentar contra su vida. Algo tenía que hacer para hacerle reaccionar.

-         ¿Le pegaste con eso porque me ayudó con la falsificación? – preguntó, horrorizado, y retrocediendo un poco.

-         ¡No! ¿Es que no me has escuchado? No tuvo nada que ver con eso,  Jandro… ¡Ey! ¡Soy yo!… No tengas miedo…

-         ¿Qué harás si… si vuelvo a suspender un examen? ¿O…o si copio tu firma? – insistió.

-         Castigarte. En mis rodillas. Con la mano. Como hago siempre. – dije, hablando despacio, como para que le calara en la mente. Jamás pensé que esas palabras pudieran relajarle. Me acerqué a él y le acaricié la mejilla.  – No le hice daño. Nunca lo haría. Y nunca te lo haré a ti o a tus hermanos. Eres mi niño. Mi bebé.

Alejandro me miró unos segundos más y luego pareció creerme. Se abrió hueco poco a poco entre mis brazos y se acurrucó ahí, para que no tuviera más opción que abrazarle. No es como si tuviera pensado hacer otra cosa, de todas formas.


- Ted´s POV -


El encuentro de papá con Andrew no había ido bien. No había que ser un genio para darse cuenta de eso, pero además me lo dijo. Me dijo que le echó… Y sin embargo para echarle primero tenía que haber entrado. Andrew había querido hablar con él y luego lo había mandado todo a la mierda, como de costumbre. Ya no sabía si ese hombre era malo o simplemente idiota.

Desde el regreso de papá  la noche se había vuelto extraña para mí. Sabía que tenía conversaciones pendientes con Alejandro y con Michael y no era algo que tuviera el menor interés en escuchar, así que intenté mantenerme ocupado.  Aun así, nada pudo evitar que  oyera ruidos extraños, gritos y golpes cuando sabía que estaba hablando con Michael.

Cole se asustó un poco. Debo admitir que yo también me asusté un poco. Pero confiaba en papá y en que él lo manejaría… Aidan no era del tipo de romper cosas, así que alguna explicación habría.

Y la hubo. Me quedé mucho más tranquilo después de hablar con él, porque me quedó claro que no le había hecho daño a mi hermano.

 Cuando volví a mi cuarto, me tocó a mí tranquilizar a mis hermanos.. Cole y Alejandro me miraron sin pestañear, y casi sin respirar. Intenté ignorar esas miradas y comencé a desvestirme para ponerme el pijama. Como había usado esa ropa muy poco rato, sólo por si tenía que salir otra vez a buscar a Michael, la dejé en la silla para ponérmela al día siguiente.

-         ¿Y bien?  - preguntó Alejandro  cuando ya no aguantó más.

-         ¿Y bien qué? – me hice el tonto y  me giré para mirarle.

-         ¿Qué es lo que pasó?

-         Michael hizo el idiota y se la buscó. Nada que no supiéramos.

Esa respuesta, claro, no le valió a Alejandro. Él también la había tenido con papá, pero nadie había roto cosas. Es más, creo que su “conversación” fue bastante bien, porque Alejandro no estaba de bajón y mala leche como otras veces.

- Pero ¿qué eran todos esos golpes? Le ha… ¿le ha hecho daño? –  insistió Alejandro. Le miré fijamente para ver si hablaba en serio. Era de papá de quien estábamos hablando.



-         No, Alejandro, claro que no le hizo daño. Michael rompió algo, creo. – le dije, y me puse la camiseta del pijama. Quería acabar ya con el interrogatorio, así que decidí ser directo – Al parecer le… le pegó con un cepillo.

-         ¿Qué? No te creo. Te estás quedando conmigo.

-         Por lo que me ha dicho papá, tuvo buenos motivos para hacerlo.

-         ¡Que no! Que me mientes. Papá nunca… ¡él no haría eso! – insistió Alejandro. Cole por su parte pareció perder el interés en la conversación, convencido de que no había pasado nada grave. Aun así, estaba seguro de que el enano nos estaba escuchando. Se enteraba de todo, siempre.

Me fui al baño que Michael no había destrozado y cuando volví Alejandro no estaba, pero vino al poco rato acompañado de papá, que intentaba convencerle  de algo.

-         No hay necesidad de hacerse el duro,  Jandro.

-         No me llames así, y ya te he dicho que no. No voy a dormir contigo.

-         ¿Por qué no?

-         Ya vas a dormir con Michael, ¿qué más te da? – replicó Alejandro.

-         Cole, ¿tú si quieres dormir con papá? – preguntó Aidan, pero Cole negó con la cabeza. Papá se enfurruñó, y puso exactamente el mismo gesto que Kurt cuando le dejaban sin postre. Al pensar en Kurt me acordé de algo, y así de paso me libraba de que me lo preguntara también a mí:

-         Hoy es Viernes y no has ido al parque con los enanos. No se han acordado en todo el día, pero verás como mañana Kurt te protesta.

-         Bueno, ya vamos a ir al zoo. Eso tiene que contar algo ¿no?

Me encogí de hombros y trepé a la litera de arriba, la que normalmente usaba Michael. Papá me miró con curiosidad.

-         ¿Qué? Si va a dormir contigo su cama está libre.

Papá sacudió la cabeza y arropó a Cole. Le dio un beso y habló con él un poquito, a susurros en los que básicamente le decía que le quería, aunque no los entendí todos. Luego hizo lo mismo con Alejandro, y por último se acercó a mí. Era raro mirarle desde arriba, aunque él era lo bastante alto para llegar bien a la litera. Me sonrió y me acarició el pelo. Me gustaba cuando hacía eso y la verdad, creo que no dormiría igual de bien si algún día dejaba de darme las buenas noches.

Nos miramos los dos en silencio durante un rato. Los ojos de papá siempre parecían atentos y curiosos a todo, casi como si siguieran siendo ojos de niño. Tenía una mirada alegre, diferente a la mía, pero casi del mismo color.

-          ¿En qué piensas, Ted? – me preguntó, tras unos segundos.

-          En lo mucho que he cambiado últimamente…

-          ¿Cambiado? Eres el de siempre…

-         No, no es verdad. Antes no me parecía tanto a ti. 

Sólo unas semanas atrás, si él me hubiera  dicho que podía castigar a mis hermanos, le habría mirado como si estuviese loco. Además, seguramente habría protestado por pasarme toda la tarde de Viernes haciendo de niñera, pese a que hubiese sido idea mía.

-         Pues ten cuidado entonces, o dentro de poco empezarán a salirte canas también. – me dijo.

-         Pero si tú no tienes canas…

-         Verás como mañana despierto con alguna – replicó, y me dio un beso – Buenas noches, Ted. Que duermas bien… y sino, para ti también hay un hueco en mi cama.

Me hice el sordo ante la última frase, aunque en verdad la idea no me desagradaba del todo. Pero uno tenía una edad que aparentar…


-         Aidan´s POV –

No recuerdo el momento exacto en el que me dormí. A decir verdad, apenas recuerdo haberme tumbado en la cama, junto a un Michael ya dormido, y rodearle con un brazo. Creo que estaba tan cansado que cuando mi espalda tocó el colchón mis ojos se cerraron automáticamente.

En cambio recuerdo perfectamente cómo me desperté, porque eso es imposible de olvidar. Desperté medio ahogado con el brazo de Michael en la boca.  Él seguía tranquilamente dormido, ajeno a los movimientos que hacía entre sueños. Me le saqué de encima con cuidado y miré el reloj. Faltaban dos minutos para que sonara el despertador, así que no tenía sentido tratar de dormirme otra vez. Tenía doce chicos a los que movilizar para ir al zoo.

Me pareció que Michael tenía un mal sueño, así que decidí despertarle. Abrió los ojos y tenía las pupilas algo dilatadas.

-         Hola, grandullón. ¿Has dormido bien?

Se llevó la mano a la frente, como para aclararse las ideas.

-         He dormido aquí… - susurró.

-         Pues sí ^^  Ya estabas tardando ^^

Michael no dijo nada y se sentó sobre la cama.

       Me noto mareado. Anoche no me desperté para comer  - comentó.

-         ¿Estás bien? ¿Te pasa algo? ¿Qué necesitas?

-         Que te calmes – me gruñó, pero luego me dedicó una sonrisa tranquilizadora. Guardé a mi “mamá gallina” interior bajo llave.  – Voy a medirme el azúcar.

Salió un momento y volvió con un aparatito. Se pinchó en el dedo índice y con esa gotita de sangre el aparato analizó su nivel de azúcar.

-         Debería pincharme.

- ¿Insulina? – pregunté, estúpidamente. Generalmente se inyectaba un poco más tarde, pero si tenía el azúcar bajo…

-         No, marihuana – me respondió, rodando los ojos. – Sí, insulina.

-         Yo lo hago – me ofrecí.

No se negó, porque creo que en el fondo le gustaba que otra persona lo hiciera por él. Fui a por la jeringuilla y todo lo necesario y regresé junto a él. Aún tenía el tatuaje temporal en  los brazos, aunque se le estaba empezando a borrar, y de todos modos decía que no le gustaba que le pincharan ahí, así que levanté su camiseta para pincharle en el abdomen, como la noche anterior. Sin embargo, en cuanto vio la aguja acercarse, se apartó.

-         ¿Qué pasa, pequeño? Vamos, lo has hecho muchas veces.

Lo intenté de nuevo, pero se volvió a apartar, casi como algo involuntario.

-         Mejor en el muslo, ¿mm? – sugerí, y él asintió.

Se tumbó sobre la cama, pero yo le cambié de posición y le tumbé encima de mí, acariciándole antes de nada. Empezaba a odiar su diabetes con todas mis fuerzas, por hacerle pasar malos ratos.

Bajé su ropa lo mínimo indispensable e intenté ser rápido pero sin hacérselo mal.

-         Ya está, mi ángel.

-         ¿Tú ángel? – se burló, aún tumbado. Sonreí, porque eso quiso decir que estaba bien, y que no debía de haberle dolido.

-         Me salió sólo. Es mejor que “mi diablillo”, aunque te pega más – le chinché de vuelta, y se rió suavemente. Me mordí el labio un segundo antes de seguir hablando. -  Michael… me…me dejas….

-         ¿Qué?

-         ¿Me dejas que vea si…te hice daño? – pregunté al final. No me refería al pinchazo, y él lo sabía.

-         No me hiciste daño – respondió, ladeando la cabeza y poniendo las manos bajo su mejilla. – Pero mira si quieres. Ya lo has hecho antes.

Eso me sonó mal a varios niveles, como si yo fuera un pervertido o algo así. Le bajé la ropa con cuidado, hasta los muslos y no vi ninguna señal, lo cual me tranquilizó mucho. Aunque su piel era oscura, de haberle hecho moretones lo habría notado… y habría querido morirme. Le coloqué la ropa y  le di una palmadita antes de levantarle.

- ¡Eh! ¿Y eso por qué? – se indignó, frotándose como si le hubiera dolido.

-         Por hacerme ser malo contigo. Y ni protestes, que debería darte más.

Me miró enfurruñado, pero la verdad es que con esa cara estaba muy gracioso. Sonreí, me levanté, y le di un beso, que todavía no le había saludado como es debido.

-         ¿Es algo a lo que me deba acostumbrar? – me preguntó.

-         ¿El beso de buenos días?

-         No. El…el “coso” ese…

Le miré con bastante  dulzura.

-         No, Michael. – le frote el brazo - Además, Barie me mataría si alguna vez vuelvo a usar su cepillo para eso.le chinché, para verle sonreír.

-         ¿Qué? ¿Ellos lo saben? – se horrorizó. Silbé, en lugar de responderle. – No, Aidan, responde. ¿Lo saben? ¡Jo! ¡Qué vergüenza!

Seguí silbando y él se subió a mi espalda, como para hacerme hablar.

-         Eres malo y te ríes de mí y…y me voy a vengar.

-         ¿Ah, sí? ¿Y cómo?

-         ¡Tengo todo un día en el zoo para pensármelo! – gritó, y salió corriendo. Inmediatamente después empezó a oírse bulla en el pasillo. Mis hijos despertaban.


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N.A.: Sé que tardé mucho. Vale, muchísimo. El cerebro se me quedó seco después de exámenes y escribía muy despacio… pero es que además este capítulo ha sido el más largo que he hecho nunca.

Había un montón de cosas que quería decir y se me han ido olvidando, así que me conformaré con esperar que os haya gustado, con agradeceros vuestra paciencia y con pedir disculpas si alguno se creyó que hoy era el funeral de Michael xD Tiene suerte de que su padre sea Aidan y sea más blando que  un pan bajo la lluvia ;)

15 comentarios:

  1. Lo AMO A AIDAN... de veras no lo compartes conmigo... pero a Alejandrito me lo quedo para mi solita bujajajaj...

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  2. Excelente me ha encantado pero si Lady se pide a Alejandro yo quiero a Michael ^^

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  3. jajajaj que tengo horas leyendo jaja casi muerdo cuando me interrumpían en casa. Lo máximo... sin palabras Dream.

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  4. Espere con ansias esta capítulo estuvo chivo.... estaré pendiente de la actualización ......

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  5. Hola Dream,como primer punto,quiero darte las mas sinceras felicitaciones y agradecer hayas compartido este increíble capitulo.Me lo e leído de un suspiro y me quedé con las ganas de seguir leyendo mas.
    Aún tengo las emociones revueltas ,las cosas que ocurren en este mundo están cada vez mas cautivantes y sus personajes mas adorables.
    Pero en este momento tengo la cabeza llena de dudas con respecto a Andrew.Es un ser tremendamente complejo para mi.Su relación e interés por sus hijos es evidentemente nula,mas tengo serias dudas de lo que le pasa con Aidan,en capis anteriores nos has mostrado un Andrew vicioso y con una sutil crueldad o frialdad con respecto a su primogénito.Mas por otro lado ,en ese capi en que Aidan lo recuerda en una escena en que el es chiquito y esta dejando los pañales y hace una alusión al cabello largo de su padre y el color de ambos...ahí Andrew aún es adolescente e igual demuestra ciertos cuidados con el niño...no permite que nadie lo golpee ,el jamás lo tocó y lo rescató y defendió de los castigos del abuelo(en anteriores recuerdos) a pesar de las abismales diferencias se nota que Aidan en algo (ya sea inconscientemente) quiere parecerse o tener algo similar a su padre...por el largo de pelo pienso yo,...para mi siento que algo mas hay por ahí.Por otro lado se notó que Andrew quería ver a su hijo (porque era su cumpleaños?porque se siente solo?porque se alejó de sus padres siendo muy jovencito aún y necesita de alguien ?...al fin de cuentas para tener hijos de tantas mujeres diferentes ...supongo que jamás conoció el amor verdadero,conclusión :sin amor de padres,sin amor de mujer,sin amor de hijos......realmente ¡¡¿que esconde Andrew en realidad???que clase de persona es??...es bueno ? o es malo?es victima primero para luego ser victimario????
    Wooooww,de que está buenísima esta historia LO ESTÁ!!!
    Espero que mas pronto que tarde nos regales mas y si puedes también cuéntanos mas de Andrew si?? porfis!!!
    Marti

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  6. Querida Dream Girl, me uno al comentario y las dudas de Marti que "resumen" (jejeje) las mías!!!

    Te cuento que anoche (.... 3 a.m. pasadas!!) no podía dejar de leer ésta maravilla de capi... y no es que los demás no lo sean, sino que no siempre llego a terminarlos =( por eso no paré hasta leerlo completito!! El caso es que me maravilla Aidan! Siempre dispuesto a todo, incluso enfrentar sus propios fantasmas por sus hijos. Michael me pareció genial en su modo detectivesco =P Lo adoré y le perdoné todas sus palabrotas, jejje... y hasta el berrinche del baño!! (aunque le autorizaba a Aidan a darle unos cuantos cepillazos más!!! jeje) Ay, y Alejandrito, un encanto... como siempre! Todos son bellos!!!

    Te juro que me quedé con el alma en vilo, pensando en qué se oculta detrás de Andrew! Por fa, sé que soy impaciente, pero ya quiero saber, siiiiiii?!!!

    Me despido con un merecidísimo y grannnn aplauso para una GENIA como tu!!! ;D

    Camila

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  7. Eres maravillosa, como siempre tu capitulo estuvo genial, me tuvo al borde....te felicito, he ledio todos más de una vez, me encantan, no dejes de escribir y no tardes, por faaaaaaaa, siiiii, tu fan numero uno...

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  8. Wow wow wow! Casi q necesite una libreta al lado mientras te leía, q hermoso capítulo largo con infinidad de detalles q ya no se q partes quería comentar, veamos primero Andrew, un padre muy pero muy imperfecto, tan ausente tan frío, alguna vez te pedí q lo redimieras pero ahora no se, claro quiero saber porque es así pero me gusta este personaje tan imperfecto tan humano (lo digo porque Aidan es un ángel) hay una cosa q no me queda muy clara, q paso en los años intermedios entre Aidan y Ted ? Porq Andrew no hizo hijos en ese lapso? Primero creí q ese policía corrupto era otro hijo no reconocido y por eso quería hundir a Andrew, pero andrew dice q sabe cuantos y cuales son sus hijos así que... en fin por alguna razón no puedo odiar a este hombre creo q debe haber alguna justificación q ni Aidan conoce todavía. Otra cosa al fin Ted actúa como su edad! Me reí mucho con su pequeña rabieta quisiera verlo así menos maduro y reflexivo de lo que es. Y Alejandro? De donde viene ese chico tan dulce?! Porque tanto miedo? Por un momento creí como michael que era pura manipulación luego quede intrigada y luego francamente descolocada Alejandro dejando hacerse pedorretas en la panza! El mundo esta por acabar je je. Y por ultimo Michael premio de oro para él su interacción con andrew fue genial, y su rabieta me hizo reír, se q por su historia es un poco inmaduro pero me encantaría verlo haciendo de hermano mayor como esa vez q ayudo a Ted cuando nadie le hacia caso, ok creo q eso es todo un placer leerte dream, me hiciste perder en el tiempo y el espacio, quede dentro de tu historia un buen rato aun después de terminarla, como sucede con un buen libro. LUNA

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  9. Estuvo increíble el capital, y el enfrentamiento de andan con andrew w, me quedé sin palabras, no me importa esperar por tú increíble historia.....

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  10. Yo solo puedo decir.....Quien fuera Holly!! Jajajaja Aidan es tan <3 lo amoo xD y wow Dream puede ser tu capitulo mas largo y tambien el mas :O fue un "revoltijo de emociones" ternura cuando se ponen mimosos, coraje contra Greyson y es que mientras mas muestras a este Michael mas ganas de golpear a ese tipo me dan xD y de Andrew por dios! Que personaje tan interesante y wow Aidan con cepillo en mano D: ame su forma de manejar la situación y tranquilizar a "Jandro"
    Me a encantado este capitulo :D (ya me extendi jeje no pude evitarlo)
    Saludos C:

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  11. Me gusto el hilo de la historia querida Dream, de verdad....... yo no juzgare a Andrew, creo que el hombre tiene su propio ataud a cuestas por razones que seguro nos lo develaras a futuro...
    en cuanto a Alejandro, lo adoro asi de simple, pero creo que Aidan debe ir al colegio y solicitar que le revisen el resto del examen,
    Michel mal hablado, si, pero nose puede esperar un vocabulario de biblioteca si te la pasaste mucho tiempo en la carcel, sus arranques de crio me matan, lo adoro Y mi dulce Aidan, aunque con cepillo en la mano es peligroso jjjjjj, creo que debe buscar alguna manera de abrirse a su padre, los dos lo necesitan, deben limar asperezas y darse una oportunidad de conocerse
    y se Greyson me trae mala espina, jjjj

    un bestoe ya estas de vacaciones asi que no se te ocurra perderte mucho tiempo, asi que no vayas tanto a la playa que el sol da cancer, esas hroas que quieras irte a dorar como camaron en la arena como ahcen en España mejor escribe a la protectora somrba para entretenernos a tantos
    UN beso, aun espero tu respuesta no se si le liste mi propuesta pero jajajajj si no la leite me dices adios

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  12. Mary

    Tenía un rato que no me ponía a leer : (
    Así que hoy me puse a leer los últimos 3 que subiste y cada vez que los leeo me encanta esta familia, aunque Michael se merece una buena tunda por esa boquita que tiene.
    Me encanta Aidan : )
    Una historia del cuando era pequeño estaría buena : )
    yo lo quiero conocer de esa edad : )

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  13. Me encantó. Me mata de ternura la actitud de Andan y hasta Andrew empieza a carmen algo bien. Sigue porfa y nada de instrumentos, dde este lo manual...

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  14. Me he leído toda la historia de nuevo esperando el próximo capítulo... dos cosas amo a todos tus niños incluyo a Adian pues su alma es del niño mas dulce del mundo... y a Andrew lo desprecio con todo mi ser... antes le tenia lastima pero ahora al leer todo junto lo desprecio

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  15. Aluciné cuando Aidan se sintio un animal por castigar a Michael, entonces ni le cuento como yo veo a Rubén cuando castiga a los gemelos. En serio que esto se pone cada vez mejor, adoro a Aidan es el padre perfecto.

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