martes, 2 de febrero de 2016

CAPÍTULO 50: FALTA DE CONFIANZA – PARTE 1.



Capítulo 50: Falta de confianza – parte 1.

La fiesta de cumpleaños de papá había sido un éxito. Ni en mis mejores sueños podía haber imaginado que acabarían dándose un beso. ¿Quién lo iba a decir? Papá tenía novia. Y no cualquier novia, sino que Holly parecía de verdad una buena mujer.

Papá esquivó el tema y solo sonreía ante nuestras preguntas. Repetía una y otra vez que no estaban saliendo, que aún tenían muchas cosas de las que hablar, pero yo sabía que todas esas cosas carecían de importancia ante el hecho evidente de que se querían.

Esa noche nadie iba a poder dormir. Después de cenar –aunque en verdad solo tomamos un vaso de leche, porque habíamos comido mucho en la fiesta- los enanos revoloteaban alrededor de papá, sin pizca de sueño. Incluso Kurt había acabado por despertarse, y aplaudió cuando le contamos las novedades. Al parecer se alegró mucho de que papá y Holly se hubieran besado, porque ella le había caído muy bien. Comenzó a saltar por todo el salón, y varios de los enanos con él.

Parecía qué éramos nosotros los que se habían atiborrado de azúcar, y no los trillizos de Holly. Había demasiado nerviosismo en el ambiente y todos querían que papá desembuchara cada pequeño detalle que sabía sobre la vida de aquella mujer que había conseguido un imposible: despertar el interés de papá por el género femenino.

-         Venga, va, ¡dínoslo! ¿Cuántos hijos tiene? ¿Sólo los bebés? – preguntó Cole.

Papá intercambió una mirada conmigo y dudó unos segundos. Era una pregunta difícil de responder, porque podía provocar toda clase de reacciones. Pero tampoco podía esquivarla para siempre, y cuanto antes lo supieran, mejor. Asentí, animándole a decirlo.

-         Once… - respondió al final.

Aquello desencadenó varias respuestas a la vez, que se hicieron incomprensibles.

-         Calma, chicos, calma… - pidió papá.

-         ¿De verdad son tantos? – preguntó Harry.

-         ¡Bah, les ganamos por uno! – sonrió Zach.

-         ¿Tantos tiene? ¡Ala! Yo pensé que serían poquitos… como cinco o así – dijo Kurt.

Sonreí al pensar que mis hermanos creían que “cinco” eran pocos hijos. Con una familia como la mía, podía parecer que así era.

-         ¿Te has vuelto loco? ¿De verdad vas a salir con una mujer con once hijos? – increpó Maddie.

-         Sí, la verdad, Aidan, te creía más responsable – apoyó Michael.

Eso reventó la burbuja de papá, y en parte la mía. Era cierto que tanto Holly como él tenían una familia muy grande. Pero eso no tenía por qué ser un obstáculo. ¡No tenía por qué serlo!

-         No he dicho que esté saliendo con ella… - murmuró.

-         ¿Entonces qué? ¿La besaste por que tenía algo en el labio? – inquirió Michael con sarcasmo.

-         ¡Michael! Déjale en paz. Es un adulto, puede hacer lo que quiera con su vida amorosa – salí en defensa de papá.

-         Yo también lo soy, y por lo visto no puedo. – replicó – San Aidan quiere que todos seamos castos y célibes, aunque por lo visto esas normas no se aplican para él.

-         ¡Michael! – gruñí. No quería que el día de papá se estropeara. Además, no era justo lo que estaba insinuando. Papá no había hecho nada malo.


-         ¡Michael nada! ¡Es un irresponsable que solo piensa con…!

-         Cuidado, Michael – cortó Aidan. - Entiendo tu punto de vista, pero no puedes hablarme así.

-         ¿Nos apostamos algo a que sí puedo? – desafío Michael.

-         ¿Nos apostamos algo a que terminas llorando? – repliqué yo.

-         Basta. Lo que vamos a hacer es irnos todos a la cama, que es tarde y mañana es viernes así que todavía hay colegio. A dormir, venga. Eh, pero primero mi beso de buenas noches.

-         Mejor subes tú y nos lo das – le dijo Barie, y se fue corriendo para ser la primera en entrar al baño y no tener que esperar cola. Chica lista.

Le eché una mirada envenenada a Michael y le pisé el pie con la silla al pasar, a propósito, por aguafiestas.  Debía de estar más molesto con todo aquello de lo que yo había juzgado, porque me empujó con rabia, ladeando la silla de tal forma que me hubiera caído si papá no hubiera tenido reflejos para sujetarme.

-         ¿Qué ha pasado? – preguntó. Entendí que no había visto a Michael y decidí no delatarle, para acabar el día en paz. Además, yo tampoco había estado bien al pisarle.

-         Nada, creo que tropecé con algo y me desequilibré.

-         Sí, con mi pie – gruñó Michael.

Papá nos miró confundido, percibiendo la tensión.

-         Nada de peleas hoy, chicos… Ha sido una tarde increíble, ¿mm? Lo he pasado muy bien. Que al menos nos dure hasta mañana.

Michael resopló, pero pareció dispuesto a dejarlo estar por el momento. Subió arriba con los demás y yo me propuse averiguar cuál era su problema con Holly.

Papá se acercó a mí para subirme al piso de arriba. Me hizo agarrarle del cuello y él me cogió por las piernas. En los últimos días hacía eso cada vez que yo subía o bajaba de piso.

-         Peso demasiado, papá… - protesté, aunque sabía que era inútil. Alejandro le ayudó subiendo mi silla.

Me daba vergüenza necesitar de su ayuda para subir las escaleras, pero de momento no podía hacer otra cosa. Intenté no pensar en ello.

-         No hagas caso a Michael. No sé qué le pasa, pero no tiene razón…

-         Sí la tiene, hijo. Once hijos son muchos, cuando yo tengo doce. Creo que tanto ella como yo queremos algo más que pasar el rato, pero hay que ser realistas….

-         Habías quedado con ella mañana ¿no? Tal vez, cuando la veas, te des cuenta de que hay cosas que son mejor sin realismo. Si hubieras sido realista nunca nos hubieras adoptado a todos. No siendo tan joven. – contraataqué. Papá acarició mi mejilla y pude ver una pequeña sonrisa en su rostro.

Fue a acostar a mis hermanos pequeños y luego volvió a mi cuarto para darnos las buenas noches a nosotros.

-         Yo quiero conocer a los hijos de Holly, papi – dijo Cole, mientras papá le arropaba.

-         Ya veremos, campéon – respondió Aidan, cauteloso, y le beso en la frente – A dormir, cariño. Buenas noches. Buenas noches, Jandro – dijo,  y le dio un beso a él también. – Sé que para ti fue un día algo difícil y lo siento por eso, canijo.


Alejandro susurró algo que no llegué a escuchar, pero que hizo sonreír a papá. Le acarició el rostro y vino a mi lado del cuarto, a la litera que compartía con Michael. Mi hermano aún estaba un poco malhumorado, pero papá tenía esa cara de “estoy dispuesto a hacerte sonreír y voy a conseguirlo”.

-         Buenas noches, Mickey.  – le deseó, en tono cariñoso. Aunque no podía ver su rostro porque dormía encima de mí, sí escuché el bufido de Michael ante esa forma de llamarle – Uy. Mira que las serpientes se comen a los ratoncitos malhumorados, ¿eh? – bromeó papá, agitando la serpiente que le regaló Kurt, y que colgaba de su cama.

-         Suerte que soy un lobo y no un ratón, entonces – respondió, indignado, pero algo contagiado del tono mimoso de papá. A Michael le gustaba especialmente cuando Aidan venía a acostarnos, supongo que porque nunca nadie lo había hecho con él.

Yo a veces me preguntaba si Aidan seguiría viniendo a mi cuarto de no ser porque Cole dormía en él, pero algo me decía que sí. Que a él le daba igual la edad que tuviéramos: siempre vendría a desearnos dulces sueños.

Tras darle un beso a Michael, papá se agachó para hacer lo mismo conmigo.

-         Mi pequeño liante. Mira la que me montaste hoy, enano. Aún no me lo creo. Y no sospechaba nada ¿eh?

-         La gracia de una fiesta sorpresa es que sea sorpresa, papá – le recordé, sonriendo de oreja a oreja.


Él sonrió de vuelta y me acarició la cabeza, deteniéndose en la parte donde tenía los puntos, como si quisiera curarme con el roce de sus dedos.

-         Me puse como un ogro por lo del móvil y tú estabas haciendo esto.

-         Sí, ¿ya ves que eres malo? Me lo tendrías que devolver – probé suerte a ver.

-         Ah, no, campeón. Te lo quité con motivos. Pero ya casi se termina el tiempo, renacuajo. Te lo daré entonces.

-         Buh – protesté, poniendo un puchero.

-         Buh – respondió, con una sonrisa. Le gustaba cuando me ponía en plan mimoso e infantil. Me colocó las sábanas, a pesar de que ya estaba arropado, y me besó en la frente. Luego salió del cuarto, apagando la luz.

Cuando papá se iba, dependiendo de lo cansados que estuviéramos, mis hermanos y yo nos quedábamos hablando un rato. Ultimamente yo, tras la operación, era el primero en dormirme pero esa noche no tenía sueño. Tenía muchas cosas de las que hablar.

-         Michael… - le llamé. Era imposible que se hubiera dormido ya, pero tal vez prefería estar en silencio.

-         ¿Qué?

-         ¿Por qué no te gusta Holly? – indagué.

Entendía que el desagrado que Aleandro sentía hacia ella se basaba en su miedo a perder a papá, y algo similar le pasaba a Harry, que no quería que las cosas cambiaran. Quería entender también cuál era el miedo de Michael.

Pasaron los segundos y no decía nada. Ya pensé que no me iba a responder, pero entonces chasqueó la lengua.

-         Es muy probable que solo se interese por Aidan por su dinero.

-         Vaya. ¿Así que crees que papá no puede gustarle a una mujer si no es por la pasta? Muchas chicas le miran por la calle, Michael.  – le dije. Papá era joven, fuerte, alto, atractivo y risueño. Creo que llamaba la atención de cualquier mujer que se cruzara en su camino…

-         Sí, le miran, pero ninguna está dispuesta a cargar con sus once hijos.

-         Doce. Somos doce – repliqué, al notar que se estaba excluyendo. – Eso es precisamente lo que hace que Holly sea especial. Además, ella también tiene una familia numerosa, así que…

-         Así que es una locura pensar que ella y Aidan pueden tener algo. Si quiere follar bien, pero…

-         ¡Michael! – le reproché, sabiendo que Cole estaba escuchando. Tenía que medir sus palabras.

-         Papá no quiere tener sexo. – intervino Cole, en un tono de voz serio que le hizo sonar muy maduro. - - Quiere alguien con quien compartir cosas. Quiere una relación.

-         Entonces debe fijarse en una mujer que no tenga tantos hijos como él. – respondió Michael. – Te guste o no, Ted, es la verdad. No puedes tener una relación seria con alguien sin relacionarte con sus hijos y no puedes relacionarte con ellos cuando tú mismo tienes más de diez.

Solté un gruñido, porque una parte de mí creía que Michael tenía razón. Sin embargo, al crecer con papá, mi vida se había asentado sobre una creencia muy firme: si quieres a alguien todo lo demás no importa, porque tienes que hacer que funcione.


-         AIDAN´s POV –


Solo cuando todos estuvieron acostados pude tener un momento de soledad para pensar bien en todo lo que había pasado. Sabía que Michael tenía razón, que aquello era una locura, que estábamos hablando de dos familias muy grandes y que mi vida ya era muy complicada con todo lo que había pasado últimamente. Casi había perdido a Ted dos veces en menos de un mes,  y aunque me hubiera propuesto ser fuerte, aquello me había afectado y mucho. Sufría al verle en silla de ruedas y sufría al recordar que podía haber pasado algo peor. ¿Qué clase de padre era al pensar en salir con alguien después de algo así?

Pese a todo ello, había despertado una parte de mí que llevaba mucho tiempo dormida. Lo que había sentido al besar a Holly no se asemejaba a nada que hubiera sentido antes. Y verla interactuar con mis hijos me había hecho pensar en cómo hubiera sido criarles con ella…

¿Era un egoísta por querer seguir adelante? ¿Era un mal padre? ¿Un imprudente?  Holly había sufrido mucho y no se merecía sufrir más, así que tenía que aclarar mi cabeza antes de dejar que aquello fuera a más. Ni ella ni mis hijos podían salir lastimados.

No me podía dormir con tantas cosas en la cabeza. Tras más de cuarenta minutos elaborando una lista mental de pros y contras, me levanté a por un vaso de agua, tratando de despejarme. Al salir al pasillo vi algo de luz saliendo de la habitación de Michael, Ted, Alejandro y Cole. Me asomé para ver si es que acaso no estaban durmiendo y me encontré con que Cole tenía encendida la lucecita pequeña que daba a su cama porque estaba leyendo. Michael y Alejandro estaban con el móvil, y Ted con el ordenador portátil encima de sus piernas, medio sentado en la cama.

-         ¡Pero bueno! ¿Es que no pensáis dormir hoy?

Dieron un respingo al escucharme, porque no me habían oído llegar. Cole se apresuró a dejar el libro, como si quisiera fingir que no estaba haciendo nada.

-         Tarde campeón, que ya te he visto. Sabéis que a estas horras lo único que podéis hacer es estar durmiendo – les regañé. 

Caminé hasta la cama de Cole y me topé con un puchero perfecto.

-         Ya lo iba a dejar, papi… No te lo lleves - me pidió.

-         No voy a quitarte el libro – le tranquilicé. Le observé pelear con las sábanas, y le ayudé a colocarlas otra vez, pero antes de arroparle le di una palmada suave a modo de regaño.

PLAS

-         Au. Jo, papi.

       “Jo”, digo yo. Mañana te caerás de sueño.

Me puso un puchero otra vez y me hizo sonreír, porque le quedaba una carita muy graciosa. Se lo deshice y contuve las ganas de hacerle cosquillas, no fuera a desvelarle más de lo que ya estaba.

-         A dormir, gusanito de biblioteca. El libro puede esperar hasta mañana.

-         El libro a lo mejor, pero yo no sé si pueda – protestó.

-         Tienes que dormir – insistí, algo más serio. Cole suspiró y cerró los ojos, como mostrando su buena disposición. – Eso es.

Fui con Alejandro, que ni siquiera había soltado el móvil todavía. Se lo cogí de las manos y lo dejé en la mesita. Estaba tumbado sobre el costado, encogidito, así que estiré un poco la mano y la dejé caer como con Cole sobre su pantalón del pijama.

PLAS

-         Aguafiestas – refunfuñó.

-         ¿Es que os habéis puesto de acuerdo los cuatro para desvelaros? 

-         Tomé mucha Coca-cola de la que tiene cafeína – me confesó – Y tengo muchas cosas en las que pensar.

-         ¿Ah, sí? ¿Cómo cuales? – indagué, mientras acariciaba su pelo.

-         Trato de decidir si me gusta o no que salgas con Holly.

Retuve el aire por un segundo. Pensaba que él estaba totalmente en contra…

-         ¿Y a qué conclusión has llegado? – pregunté.

-         No me gusta, pero creo que al menos debes intentarlo. Si renuncias a ella por nosotros nos odiarás para siempre.

-         Eso no es cierto, hijo, yo…

-         Lo harás. No intencionadamente, pero siempre nos culparás por no saber si habría funcionado.

-         Vosotros vais primero, Jandro, siempre será así…

-         Más te vale – me advirtió, enfurruñado, y luego relajó el rostro – Supongo que ella podría ser peor…

No es que fuera una frase muy alentadora, pero sí era más de lo que esperaba conseguir. Le di un beso y fui con Michael.

-         Hijo, deja el móvil.

-         Yo ya estoy grande para tener hora de dormir – replicó – Siempre me acuesto cuando quiero.

-         Sí, pero mañana tienes que ir a la comisaría. Tienes que madrugar… Además, señorito, tú estabas castigado sin móvil…

-         Es culpa tuya, por no esconderlo mejor.

-         ¿Cómo?

-         Pues eso. Si eres tonto no es mi culpa – replicó. No parecía especialmente enfadado conmigo. No me habló con desprecio, pero no por ello me gustó lo que dijo.

Suspiré, y le miré a los ojos.

- Michael. No me molesta que me consideres tu amigo, pero soy, ante todo, tu padre. No puedes hablarme así. Me encanta que me tengas confianza, más teniendo en cuenta que me conoces desde hace relativamente poco, pero no que pienses que conmigo todo vale. Dame el móvil e intenta dormir – le pedí, y afortunadamente me hizo caso.

Iba a volver mi atención hacia Ted, pero Michael me tomó del brazo.

-         ¿Te has enfadado? – preguntó. Sonó más pequeño al preguntar eso.

-         No, campeón. Lo sabrías de ser así. Solo quise aclarar algo.

-         ¿Añadí más días por haberlo cogido? – siguió preguntando, refiriéndose al móvil.

-         Mmm. Lo pensaré. -  respondí, aunque en realidad nunca había llegado a especificar cuánto duraba su castigo. Era consciente de que no podía tenerle mucho tiempo más sin poder hacer prácticamente nada, así que quizá le devolviera sus privilegios al día siguiente.

-         ¿Yo no tengo palmada de buenas noches? – bromeó, y me hizo reír.

-         Ah, pues mira, no ibas a tener porque eres el único que no tiene hora de acostarse. Pero como cogiste el móvil sin permiso, y además me lo has pedido… - le dije, y le di una palmadita.

PLAS

Soltó una pequeña risa y enseguida se calló, consciente de que no lo había hecho para que se riera. Me  miró para ver si estaba enfadado, pero nada más lejos de eso: por alguna razón Michael estaba de buen humor por primera vez en días y a mí me hacía feliz escucharle reír.

-         ¿Por qué tan contento? ¿Ya se te pasó el mal humor de antes? – le dije - ¿Aún piensas que tu padre está loco por haberle dado un beso a Holly?

-         Totalmente, pero igual ya sabía que estabas como una regadera. – respondió, y volvió a mirarme, como tanteando. Creo que trataba de descubrir qué bromas podía hacer conmigo sin que me enfadara. Intentaba ver dónde estaba el límite que no debía cruzar.

-         Ya te daré yo regadera… - repliqué, y le hice unas pocas cosquillas. – Me alegra verte reír. Llevabas unos días muy triste. Desde…

-         Desde que vine borracho.

-         Sí…

-         A lo mejor estoy tan triste porque me castigaste mucho – sugirió, de broma, pero no se me escapó su intención de esquivar el tema.

-         Qué malo soy, que pongo triste a mi niño – le seguí el juego y le di un beso. – A dormir, campeón. Buenas noches.

-         Buenas noches, papá – respondió, y el “papá” me llenó el corazón. Si me paraba a pensarlo las cosas con Michael habían ido muy rápido, pero cuando le oía llamarme así no me arrepentía de nada. – No regañes a Ted, que estaba hablando con su novia.

-         Ah, con que por eso estabas en el ordenador – dije, agachándome junto a la cama de Ted.

-         Perdón…

-         Bueno, al menos no cogiste el móvil tú también. – respondí, colocando bien el portátil encima de la mesa no fuera a caerse.

-         Es que quería despedirme de ella… Siempre hablamos un ratito antes de dormir y hoy no pude…

-         Pero hiciste más que despedirte ¿mm? Llevas un buen rato despierto – le recordé. – Además, hablarás con ella por la mañana. Creo que podréis soportarlo – me burlé un poco y él me sacó la lengua.

Coloqué las sábanas y al igual que con sus hermanos le di una palmadita. Ted ni siquiera dio un respingo y algo dentro de mí me puso sobre aviso, como un instinto. Levanté las sábanas y me fijé en cómo tenía las piernas, dobladas de una forma completamente antinatural.

-         ¿Se te han dormido las piernas? – le pregunté. Me habían advertido de que podía pasar. Se le insensibilizaba toda la zona inferior del cuerpo si no se movía de vez en cuando.

-         Siento como pinchacitos – admitió Ted.

-         Ven, vamos a moverte un rato y luego dormirás en mi cuarto.

-         No papa, no hace falta…

-         Yo estaré más tranquilo, campeón. Dormiré mejor si sé que estás conmigo.

Nunca se lo diría para no preocuparle, pero en los últimos días tenía pesadillas, asustado por la posibilidad de que un día se quedara dormido y no volviera a despertar. A veces los golpes en la cabeza eran como asesinos silenciosos.

Le senté en la silla y le llevé a mi cuarto, pero me detuve en el umbral de la puerta.

-         Intenta caminar hasta la cama, enano.

-         ¿Qué? No papá, no puedo.

-         Hoy en la rehabilitación te pusiste de pie. Diste un par de pasos. Vamos, campeón. El médico dice que debes recordarle a tus músculos cómo era eso de hacer fuerza. Ya no tienes la cabeza inflamada, tus nervios estarán bien. Puedes caminar, sé que puedes hacerlo.

Me puse delante de él, y le di la mano, para que no tuviera miedo. Ted se apoyó en mí para ponerse de pie y luego miró la cama como si estuviera a veinte kilómetros. Lentamente, arrastró el pie derecho y lo apoyó para hacer lo mismo con el izquierdo. Repitió el proceso un par de veces.

-         Eso es, Ted. Sigue así, ya lo tienes.

Aún quedaban más de diez pasos para llegar a la cama. Era una distancia que normalmente habría recorrido en menos de dos segundos, pero esa vez tardó casi un minuto. Aun así, finalmente lo consiguió, y yo me sentí muy orgulloso de él. Se sentó en la cama con una sonrisa de triunfo. Era la primera vez que caminaba desde la operación.

-         Sabía que podías, campeón, yo lo sabía… Te vas a poner bien, Ted. Mi pequeño luchador – le abracé fuerte desbordado por el alivio que sentía. Solo en ese momento estuve seguro de que Ted iba a recuperarse por completo.

-         Lo hice. Lo conseguí – susurró, incrédulo y orgulloso a la vez.

Le ayudé a meterse en la cama y me eché a su lado.

-         Descansa, campeón. Te lo has ganado.

Le observé mientras se quedaba dormido, esperanzado por ese pequeño logro. Miré la silla de ruedas con el deseo de perderla de vista lo antes posible.

Tardé bastante más que él en dormirme, porque no dejaba de darle vueltas a los últimos acontecimientos. El accidente de Ted, verme de pronto en todas las noticias, Michael y su extraño estado de ánimo, Holly…. Al menos Michael parecía estar de mejor humor.  Y Holly… Holly podía ser un problema, o una solución.

Al día siguiente desperté con muchas energías, quizás por la perspectiva de ver a Holly por la tarde, si es que los planes seguían en pie y todo indicaba que sí. No lo hacía cancelado el día anterior y teníamos muchas cosas de las que hablar. Me sorprendí a mí mismo pensando en cómo sería su familia. No es que tuviera esperanzas de conocerlos pronto, ya había intuido que en ese aspecto Holly era más reservada que yo… Debía sentir que tenía que honrar la memoria de su marido, aunque por lo que sabía de él no era alguien que mereciera ser honrado.

Me quedé en la cama un rato observando a Ted, que seguía completamente dormido, y el gatito aprovechó para tumbarse encima de mí. Había colocado su “cama” en el salón, pero algo me decía que se había pasado toda la noche en mi cuarto. Le cogí y miré sus ojos gatunos, que eran bastante hipnóticos.

-         ¿Me echabas de menos? Te da miedo dormir solo, ¿eh? No eres más que un cachorro. Subiré tu cama aquí arriba. Pero dormirás en tu cama ¿estamos? Nada de subir a la mía. – decreté, aunque algo me dijo que el gato acabaría durmiendo en mi almohada.

La verdad es que siempre había querido una mascota. Era más de perros que de gatos, pero nadie podría evitar babear con esa ricura que me habían regalado mis hijos. Primero, porque me la habían regalado ellos. Segundo, porque era pequeño, y mono y ni siquiera tenía que hacerme el duro y decir que no nos lo podíamos quedar porque me habían pillado con la guardia baja y ya había dicho que sí.

Acaricié al gato durante un rato y luego comencé a despertar a la gente. Siguiendo la rutina diaria, me ocupé de que todos estuvieran listos para ir a clase y luego llevé a Ted a la rehabilitación. Me sentía eufórico porque hubiera logrado caminar un poco por la noche, así que durante la rehabilitación le exigí que diera su mejor esfuerzo, seguro de que en pocos días estaría caminando de nuevo.

El enfermero le felicitó por los progresos y alentó mis esperanzas al decir que se estaba recuperando muy rápido. Por eso cuando salimos del  hospital le pedí a Ted que intentara llegar al coche caminando.

-         ¿Qué? No, papá, está muy lejos. Y estoy agotado.

-         Vamos, hijo, inténtalo.

-         Papá, me duele todo. He estado casi dos horas haciendo ejercicios, estoy cansado…

-         Es solo hasta el coche. – me obstiné.  

-         No insistas ¿vale? Otro día.

Lo pensé durante unos segundos. A veces Ted necesitaba que lo pincharan para hacer algo, no porque fuera vago, sino porque tenía poca fe en sí mismo y no se creía capaz de hacer cosas que yo sabía que sí podía hacer. Aquella me pareció una de esas situaciones, así que puse un tono autoritario y lo hice sonar como una orden:

-         No, otro día no. Hoy. Vamos, levanta.

Ted soltó un gruñidito inarticulado y apoyó los brazos en la silla para ponerse de pie. Lo hizo con cierta vacilación, pero sin caerse. Dio un par de pasos, pero no se veía muy estable, así que le di mi brazos para que se apoyara. Así, agarrado a mí, caminó hasta el coche, pero de pronto, quién sabe de donde, salió un periodista y se puso a hacernos una foto descaradamente.

-         ¿Qué te ha dicho el médico, Ted?  - preguntó aquél hombre.

-         ¿Le conozco? – respondió Ted confundido.

En los últimos días las cosas parecían haberse calmado. No se hablaba ya de Ted en las noticias, quizá porque gracias a la intervención de Holly todos sabían ya que mi hijo había sido acusado injustamente. 

-         ¿Vas a volver a andar? – dijo el periodista, ignorando la pregunta de mi hijo.

-         Ya lo está haciendo – corté yo – Mi hijo es menor, y no tiene autorización para publicar imágenes suyas. – le informé, y ayudé a Ted a meterse en el asiento de atrás. Luego fui a por la silla y la metí en el maletero, todo eso con aquél hombre sin parar de hacerme fotos. Tuve ganas de romperle la cámara, pero con eso no conseguiría nada. Ese tipo solo estaba haciendo su trabajo, por más molesto que a mí me resultara.

Me metí en el coche y solté un bufido.

-         Realmente no te gustan los periodistas ¿eh? – me dijo.

-         Solo una – respondí, sin poder reprimir una sonrisa. Él también sonrió.

-         ¿Verás a Holly hoy?

-         Es la idea, vernos esta tarde. Aunque aún no sé qué hacer con tus hermanos… No creo que sea bueno que venga a casa otra vez… Las cosas aún son delicadas, no todos se lo han tomado bien… Pero no quiero dejaros solos…

-         Hoy tienen actividades extraescolares. Puedes ir a tomar un café con ella antes de ir a recogerles.

-         Mmm. Habíamos hablado de quedar por la noche, pero creo que lo que dices es mejor… se lo diré…

-          Y yo puedo quedarme en casa solo perfectamente.

-         Ni sueñes que te dejaré solo – repliqué. – Tú vienes conmigo.

-         ¿Qué? Papá, ¿pero qué pinto yo en una cita?

-         No es una cita, es… una reunión entre dos amigos – murmuré.

-         Claro, dos amigos que se besan. – dijo, con sarcasmo, y rodó los ojos.


Finalmente, tuve que acceder a que se quedara solo en casa, porque lo cierto era que tenía una conversación pendiente con Holly, y era mejor tenerla a solas.

Quedamos en una cafetería cerca del colegio de los chicos. Yo llegué antes que ella y cuando la vi entrar durante un segundo no supe cómo saludarla. Luego me levanté y la besé en la mejilla, pensando que era una forma afectuosa pero no invasiva de afrontar aquella situación.

-         Gracias por venir, espero que no te importe el cambio de planes… Sé que habíamos hablado de quedar a cenar, pero no quería dejar a mis hijos solos… - me justifiqué.

-         Por mí perfecto, tenía el mismo problema. – sonrió.

-         ¿El colegio de tus chicos queda lejos de aquí? – me preocupé, pensando que tal vez aquél lugar tampoco la venía bien. No había muchos colegios por la zona, aparte del mío.

-         No mucho, a unas manzanas. He traído el coche, de todas formas.  Van al colegio militar Sant Jonhy. – me explicó.

Había pedido un vaso de agua y casi me atraganto al dar un sorbo mientras escuchaba aquello.

-         ¿Militar? Va…vaya. Ese…ese colegio tiene fama de…de ser muy bueno. – conseguí decir. En verdad tenía fama de ser más una cárcel que un colegio. Por la expresión de Holly, a ella le agradaba tan poco como a mí.

-         Antes no iban al colegio. – me dijo – Estaban escolarizados en casa. Pero… desde que solo estoy yo… Ya no podía estar pendiente. Empecé a trabajar en el periódico, y…

-         No tienes que darme explicaciones.  Seguro que es un buen colegio.

-         Como mi marido era militar, su matrícula cuesta más barata – confesó. – Era lo único que me podía permitir.

Entendía lo que era pasar apuros económicos. Me sentí muy identificado y apenado por los problemas que debía estar atravesando. Pedimos los cafés, e intenté hablar de algo que no la hiciera pensar en cosas tristes.

-         ¿Y cómo funciona lo de la escolarización en casa? ¿Realmente aprendían? Y ¿tenían amigos?

-         Oh, sí. Vecinos, y chicos que conocían en la calle o en actividades extraescolares. Funciona bastante bien. Tenían una tutora y yo me encargaba de repasar con ellos y de que hicieran los deberes. Periódicamente hacían un examen estatal, y nunca han tenido problemas.

No era un sistema que me hubiera planteado nunca. Para empezar, porque siendo yo solo hubiera sido una locura. Pero además no estaba del todo seguro de que fuera lo mejor. Yo era muy sobreprotector y estaba muy encima de ellos: si encima estudiaban en casa y no en el colegio quizá jamás lograrán desarrollar cierta independencia necesaria…

-         ¿Lo echan de menos? Lo de estudiar en casa.

-         Cada uno lo lleva de una forma diferente. Creo que quien más lo extraña es Scarlett.

Esa era la niña que conocí en la clínica, y que vi cuando dejé a Holly en su casa la primera vez que nos vimos.  El ángel rubio de sonrisa cálida, pero excesivamente tímida.

-         Ella tiene… ¿doce años? – aventuré.

-         Trece – corrigió. – Ella y Jeremiah son los mellizos. Los segundos mellizos.

Me recordó  los nombres que ya sabía y me dijo el de todos sus hijos, al tiempo que me sacaba fotos. Samuel,  el de 21 años, que era hijo de su marido con otra mujer.  Leah y …

-         ¡Conozco a ese chico! – señalé, cuando me enseñó la tercera foto.



-         ¿Blaine? – preguntó confundida.

-         ¡El astronauta! – me reí. – Así que después de todo sí estabas aquél día en el zoo.

-         ¿De qué hablas?

-         Tu hijo encontró al mío cuando se perdió.  Parecía un muchacho muy simpático – expliqué. ¿Aquello era el destino, o qué?

Le conté toda la historia y ella se rió conmigo.

-         Pero, ¿a qué viene lo de astronauta? – quiso saber.

-         Ni idea. Tendrás que preguntárselo a él.

Miré la foto con atención. Tenía toda la pinta de ser una captura in fraganti. Blaine no estaba mirando hacia la cámara, ni sonriendo. Tenía una cara de inocencia total,  y unos ojos de cachorro que me transmitieron cierta ternura.

-         Él y Leah son los de dieciséis. Después va Sean, con 14. Scarlett y Jeremiah, trece. Max, con nueve. West, con cinco, y los trillis, que dentro de nada me cumplen dos años.  ¡Hay que ver, qué rápido crecen…!

Observé la imagen de cada uno de ellos  y solo pude pensar que tenía una familia adorable. 

-         ¿Y tu hermano? – indagué.

Me enseñó una foto de él también. Era un hombre joven, con aspecto de modelo o algo así, aunque por lo visto era arquitecto.

-         Es mi hermano pequeño,  tiene veintiocho años.

-         Por lo que he podido entender… ¿tenéis una relación difícil? – tanteé.

-         ¿Qué? ¡No! Él es  una de las cosas más importantes de mi vida. Y ahora mismo le debo todo…

-         Pero… ¿no se lleva bien con tus hijos?

-         Les quiere con locura. Me ha ayudado a criarlos y maduró más deprisa para convertirse en un buen tío para ellos. Mi hermano simplemente no se lleva bien con el mundo.

No dio más detalles, y no quise presionar, aunque atesoré cada pequeña cosa que me decía, sintiendo que poco a poco iba conociendo su mundo… un mundo del que quería formar parte.

-         Holly… ¿qué vamos a hacer? – pregunté. No tuve que especificar a qué me refería. Ella, yo. Once más doce.

Removió su café, prestando excesiva atención a lo que hacía para no levantar la mirada.

-         Toda mi vida la he vivido para alguien más. Huí de mi casa con dieciocho años y entré de lleno en un matrimonio difícil, aunque los primeros años sí fueron buenos. Tuve muchos hijos, que son lo mejor que tengo en la vida, y les he dedicado toda mi vida. Pero tengo treinta y cuatro años, y creo que no debo resignarme a ser una madre viuda y amargada. Ellos crecen, cada vez más rápido. Eventualmente se irán de casa y yo me quedaré sola con mis recuerdos.

-         Siempre serán tus hijos… - musité, porque me entristeció la forma en la que lo dijo.

-         Mi familia está rota, y yo no sé cómo arreglarla. Hago lo que puedo por ayudarles, pero creo que para poder hacerlo primero tengo que ayudarme a mí misma. Creo que tengo que intentar ser feliz, mientras trato de que ellos lo sean. De otra forma les perderé…

Me miró a los ojos, y desbordaba sinceridad, dolor, y bondad en cada matiz del tono azulado de su iris.

-         ¿Yo te hago feliz? – murmuré.

-         Eso creo – respondió, y eso fue todo lo que necesitaba saber.

-         Iremos paso a paso. Creo que los dos estamos de acuerdo en que queremos proteger a los niños para que no salgan lastimados.

-         No sé si hicimos bien en que tus hijos me conocieran – me dijo. – Quisiera poder dejarlos al margen… aunque los míos han pedido conocerte… Al menos Sean…Eso…eso le ayudaría bastante…

-         No me gusta tener secretos con mis hijos, ni mantener fuera de sus vidas a las personas que son importantes para mí. Puedes presentarme a los tuyos como… como un amigo.

-         ¿Eso eres? – indagó, con una mirada que se me antojó pícara.

-         Bue… bueno… Me gustaría ser algo más.

Sonrió plenamente, y todo mi cuerpo quiso morirse con esa sonrisa.



-Ted´s POV. Una semana después.  -

Me levanté de la cama intentando no despertar a nadie. Me dolía el estómago horriblemente y me preocupaba no poder llegar al cuarto de baño, pero finalmente lo hice. Una parte de mí tenía miedo, quizá por mi reciente experiencia con los hospitales o simplemente porque siempre he llevado mal los dolores de estómago. Sin embargo sabía que no era nada grave, que seguramente alguna de las medicinas que estaba tomando debía de haberme caído mal. Me senté en la taza del baño e intenté pensar en otra cosa, para mantener la mente alejada de las punzadas que sentía en el vientre.

Levanté un poco las piernas y observé mis pies, orgulloso de poder hacer eso tras unos pocos días de rehabilitación. Cada paso me suponía un reto, como si mi cuerpo hubiese olvidado cómo se andaba, pero al menos, aunque fuera torpemente, podía hacerlo. Podía andar. Y cada vez mejor. No iba a ser inválido por el resto de mi vida. Había sido capaz de llegar al baño yo solo, sin usar la silla.

Estaba deseando contárselo a Agustina. Aún no le había dicho nada porque quería esperar hasta estar seguro de que podía andar un poco sin caerme. Quería evitar ser aún más patético de lo que ya debía ser a sus ojos.  

Agus respondía a todos mis mensajes, y desde que papá me había devuelto el móvil hablábamos a todas horas, pero no había venido a verme ni una sola vez. Tenía miedo de que ya no estuviera interesada en estar conmigo. Tal vez no quería perder el tiempo con un lisiado.

Papá parecía tener más suerte que yo en ese sentido. Las cosas con Holly parecían ir mejor que bien, de lo cual yo me alegraba, por más raro que fuera el estar empezando una relación al mismo tiempo que mi padre.

Estuve en el baño cerca de una hora, hasta que las cosas en mi vientre parecieron calmarse un poco. Estaba sudando y quería morirme… Justo cuando estaba saliendo del baño, me topé con Michael, que se frotaba los ojos medio dormido.

-         ¿Ted? – preguntó, con voz somnolienta – Voy al otro baño…

-         No, no, si ya estoy saliendo.

-         ¿Te ayudo?  - preguntó, consciente de que aún no caminaba con agilidad. – Tío, qué mala cara tienes…

-         Ya… No me encontraba muy bien. Llevo un buen rato aquí, pero ya se pasó…

-         ¿Quieres que llame a Aidan? – me dijo, ligeramente preocupado. Fue agradable saber que le importaba y se preocupaba por mí.

-         No, déjalo… Últimamente papá ha tenido muchas preocupaciones. No ha dormido tranquilo desde… desde “mi accidente”. No me pasa nada no hay por qué molestarle – le tranquilicé, pero en ese momento sentí una nueva punzada y entré al baño otra vez. Cerré la puerta para tener algo de intimidad, pero Michael se quedó justo detrás.

-         ¿Ted?

-         Mejor que vayas al otro baño – le dije, pero no le escuché moverse.

Me sentí muy avergonzado al saber que estaba tras la puerta. Todo el mundo tenía problemas de estómago de vez en cuando, pero era bochornoso, ¿por qué no se iba? Aunque una parte de mí no quería que se fuera. Una parte de mí, asombrosamente infantil, quería que viniera papá, y me abrazara, y me distrajera hasta que se me pasara el dolor de tripa. Odiaba sentirme así de vulnerable y asustado por algo tan estúpido. Respiré hondo intentando pensar en otra cosa, y parece que funcionó un poquito.

Cuando salí del baño Michael ya no estaba. Me fui a la cama, pero Michael me alcanzó: venía con una manzanilla que acababa de prepararme.

-         Toma – me dijo, mirando al suelo. La puso en mis manos y luego se metió corriendo en la cama, aparentemente más avergonzado aún que yo.

Miré el vaso con sorpresa y soplé para que se enfriara antes de dar un sorbito. Le había puesto miel para que supiera mejor. La miel es mala cuando uno tiene diarrea, pero él no debía saberlo. No dije nada para no hacerle sentir mal, porque había tenido un buen gesto y me sentía muy agradecido. Además, por un poco de miel no iba a pasar nada. Bebí lentamente, sentado en mi cama a oscuras, sabiendo que él me estaba observando desde la suya.

-         ¿Te sientes mejor? – susurró al cabo del rato.

-         Sí… Mmm… esto… muchas gracias.

-         Ni lo menciones – zanjó, y se tumbó dándome la espalda, como para poner fin a la conversación y hacer que no había pasado nada.

Poco después me tumbé yo también, y me puse a pensar que mi relación con Michael era distinta a la que tenía con el resto de mis hermanos, y no porque le conociera de menos tiempo, sino porque él era para mí todo lo que yo era para mis hermanos pequeños. Él no era alguien a quien yo tuviera que cuidar sino que, por lo visto, era alguien que podía llegar a cuidar de mí. Me dormí pensando en eso, y en las ganas que tenía de ver a Agustina, y ver si algo había cambiado entre nosotros a raíz de mi accidente. Quería verla en persona y comprobar que las cosas seguían siendo iguales. Pensé que podía ir a su casa al día siguiente, ya que era festivo y ella no tendría que ir al colegio.


-         Aidan´s POV –

Los días no lectivos pero laborables no solían suponer para mí el caos que suponían para otras familias con niños, porque yo trabajaba mayoritariamente dentro de casa, así que no tenía que preocuparme porque mis hijos se quedaran solos.  Sin embargo aquél día si me causó un trastorno, porque tenía que ir sí o sí a hacer unas gestiones al banco y a la editorial  a una reunión informativa, ya que estaban pensado traducir mi libro a otros idiomas. Aquello era una noticia fantástica, normalmente mis libros se traducían solo a dos o tres idiomas, pero esta vez estaban hablando de diecisiete.  Me sabía mal pensar que ese éxito se debía sobre todo a las recientes apariciones en prensa, a causa de Ted. Sentía que me estaba aprovechando de la desgracia de mi hijo….

En cualquier caso, no podía faltar a esa reunión, y eso implicaba que mis hijos iban a quedarse solos durante dos horas. Eso era algo que quería evitar a toda costa, desde lo de Ted era más protector que nunca con mis hijos. Por eso, a pesar de que me habían avisado de la reunión con poca antelación, contraté a una niñera. No podía contar con Olivia porque Michael y ella no habían terminado bien, y como no me gustaba contratar desconocidos sin referencias para cuidar de mis hijos me serví de una agencia, que supuestamente siguen un control con respecto a las personas que contratan. Algunos de mis hijos ya eran mayores, así que tampoco era como si lo dejara todo en manos de la niñera. Además, Michael no tenía que ir a trabajar aquél día, así que podía contar con él para echar una mano.

A la hora del desayuno les estaba dando instrucciones y les prometí que trataría de volver pronto, porque además no tenían muchos deberes y querían convencerme para ir al cine, como si fuera fin de semana.

-         Está bien, está bien, pero eso será después de comer, y si la niñera me dice que no habéis dado ningún problema…

-         ¡Pero eso no es justo, seguro que Alejandro se porta mal y no vamos por su culpa! – se quejó Cole.

-         ¡Oye! – protestó el aludido.

Siguieron argumentando un poco más y finalmente se acabaron el desayuno. Ted se acercó a mí después, caminando ya casi sin cojear.

-         Papá, quiero ir a ver a Agus… - me pidió.

Pensé que no era justo por mi parte negarme, dado que yo había visto a Holly más veces que él a Agus, últimamente.

-         Está bien, Ted, te llevaré cuando vuelva de la editorial ¿vale? Tú habla con ella, y dile que vas.

-         No hace falta que me lleves, puedo ir yo.

-         ¿En autobús? Ni lo sueñes, hijo, aún no estás recuperado del todo. No puedes caminar mucho, ni estar mucho tiempo de pie.

-         No, pero en el coche – me dijo.

-         ¿¡Conducir!? Ni de broma ¿eh?   - me alarmé.

-         ¿Por qué no?

-         ¿En serio lo preguntas? ¡Ted, aún no te mueves bien del todo, necesitas reflejos para conducir! ¿Y si no puedes frenar a tiempo? Además, antes de que cojas el coche quiero que el médico asegure que puedas hacerlo…. Hijo, te han abierto la cabeza, por el amor de Dios. Ve despacio.

-         ¡No querías que fuera despacio cuando me hacías caminar! – protestó.

Respiré hondo, tratando de reunir paciencia.

-         Eso era diferente, no te estaba poniendo en peligro. No vas a coger el coche y no hay más que hablar.

Ted soltó un gruñido, pero pareció resignarse. Sin embargo, algo en su mirada me recordó a todas esas veces que yo le decía que no a algo, pero él aún así lo hacía, como cuando le pedí que me esperara antes de ir a ver a Michael y se fue solo al hospital, dejándome una nota. Ted tenía tendencia a pensar que algunas situaciones justificaban que yo me enfadara un poco con él.

-         Si sales de casa mientras yo no estoy vas a saber lo que es de verdad un castigo ¿me escuchas? Lo digo muy en serio, he dicho que no y espero que me obedezcas.

-         Que vale – respondió, entre sorprendido y dolido – No hace falta que te pongas así, no hice nada malo.

-         Bueno. Solo quiero asegurarme de que no lo hagas – le dije, pero luego suavicé un poco mi expresión – Anda, ven aquí – le llamé, intentando cerrar el tema con un abrazo, pero él me rechazó. - ¡Ted!

-         Ahora no me apetece. – me gruñó, y se dejó caer en el sofá.

Suspiré. Sabía que Ted odiaba que le hablara de la forma en que lo hice, pero si servía para que me hiciera caso podía soportar que estuviera enfadado conmigo por un rato. De todas formas, le sería difícil salir de casa con la niñera, porque yo iba a dejar instrucciones de que ninguno podía salir.

Llegó la niñera y resulto ser “niñero”. En su mirada sorprendida pude ver que no se había creído del todo lo de los doce hijos. Yo también le miré con sorpresa, porque no debía tener mas años que Michael. ¿Pedía un cuidador para muchos niños y me traían a alguien que debía de haber cumplido los dieciocho el mes pasado? ¿Es que querían darle al pobre chico canas prematuras?

-         Bueno, a ver… Richard has dicho ¿no? ¿Has cuidado niños alguna vez?

-         Sí, sí señor…- dijo el chico, algo acojonado.

-         No hace falta que me llames señor, llámame Aidan.  Mira, no voy a estar fuera por mucho rato, pero de verdad que me tengo que ir. Creo que me juego mucho dinero en esto. No tienen por qué darte problemas, ¿Está bien? Confío en que los mayores sepan estar a la altura de las circunstancias – comenté, lo bastante alto para que ellos lo oyeran – Solo tienes que ocuparte de vigilar a los enanos, en especial a Dylan ¿está bien? Dylan es el de ocho. Es el que está jugando con las canicas. Es autista.

-         ¡Oh! Mi… mi primo también tiene algo parecido… es… quiero decir que tiene retraso…

-         Dylan no es retrasado – farfullé. Estaba acostumbrado a esa clase de comentarios ignorantes. – Tiene problemas sociales, no mentales ni de capacidad intelectual. Tu solo ponles una película a los menores de diez y vigila que no se hagan daño. Volveré en un par de horas.

-         Va…vale.

Fui a despedirme de mis hijos y Michael me dedicó una mirada de acero.

-         ¿Contratas a alguien de mi edad para cuidar de los enanos? ¿Es que no te fías de mí?

-         No sabía que tenía tu edad, Michael. Es a quien mandaron de la agencia. Y claro que me fío de ti, pero  tus hermanos son muchos y no viene mal un poco de ayuda ¿no?

-         Bueno, pero déjale claro que a mí no puede darme órdenes. El que le manda a él soy yo – declaró, y me sonó tan infantil que tuve que aguantar la risa. Me gustaba cuando Michael ponía esas caras de falso ofendido. Se veía muy niño. – Además, ¿dónde se ha visto eso de que un chico sea niñera?

-         En defensa de todos los padres solteros, debo decir que los hombres pueden ser tan buenos cuidadores como las mujeres  - le respondí. En mi juventud tuve que enfrentarme a madres cotillas que me interrogaban a la puerta del colegio para ver si yo era o no capaz de cuidar a mis hermanos.

Alice, Barie, Maddie y Hannah no parecían tener ningún problema con que fuera chico, en cambio. Las más pequeñas le consideraron su nuevo juguete personal, y Bárbara y Madelaine sonreían y se colocaban el pelo constantemente. En fin.

Cogí a Kurt en brazos y hablé con él un rato antes de irme, sabiendo que era el que peor llevaba que les dejara solos. Se estaba portando muy bien mi enano últimamente, a pesar de que apenas había podido jugar con él. Me prometí a mi mismo reservar un ratito para dedicárselo a él, haciendo algo que le gustara.

Cuando ya me había despedido de todos, fui con Ted a ver si ya se le había pasado el enfado.

-         ¿Me das un abrazo, o dejarás que me vaya todo triste y deprimido? -  dramaticé, buscando hacer que se riera.

Ted suspiró, pero finalmente me dio un abrazo.

-         Pero no te lo mereces – me dijo.

-         ¿Estás molesto porque no te dejo ir solo o porque me puse serio contigo?

-         ¡Por las dos cosas, pero sobre todo por lo segundo! ¡No hice nada y me regañaste! – se quejó.

-         No fue un regaño, fue una advertencia, campeón. Pero ya sé que no hizo falta, porque eres obediente y sobre todo eres listo, así que sé que no lo vas a hacer.

-         Humpf.

-         Humpf – respondí yo también, y le coloqué el cuello del jersey. – Hasta luego, Tedyy.

Me alejé, pero aún alcancé a oír su protesta habitual de “que no me llames Teddy”. Sonreí, y dije adiós con la mano mientras salía por la puerta.


-         Michael´s POV –

Lo peor que Aidan podía haber hecho fue devolverme el móvil y todos los demás aparatos electrónicos. En cuanto pude usar el ordenador empecé a sentir la tentación de poner el nombre de mi padre en Google, por si acaso se decía algo en las noticias locales de Texas, o en algún periódico. No encontré nada más que noticias antiguas de cuando el detuvieron, mi padre no era famoso e importante, pero entonces me encontré a mí mismo navegando entre páginas morbosas que explicaban cómo se ejecutaba la sentencia de muerte. Supongo que quería averiguar qué era lo que le esperaba al final del camino, si nadie hacía algo para remediarlo.

Pero, ¿quién iba a hacer algo? Mi padre solo era un delincuente más. Y yo estaba tan lejos de él, que ni siquiera podía ir a visitarle. Además no podía salir del estado, era parte de mi libertad condicional, y aunque hubiera podido Greyson no me habría dejado, asustado por la posibilidad de perder control sobre mí, y que huyera. Yo era la pieza clave para su plan maestro contra Andrew…

Una vez más, reflexioné sobre la locura que era mi vida. Vivía de la caridad de un hombre que había decidido ser mi padre, y me trataba tan bien que por momento llegaba a creerme que aquello era todo lo que yo era… Pero lo cierto es que me habían puesto en esa casa con el objetivo de destruir la vida del hombre que tan amablemente me había acogido.

El plan de Greyson incluía la muerte de Andrew, y en ese momento supe que jamás podría participar en algo como aquello. Por mala que fuera la relación entre Aidan y Andrew, yo sabía mejor que nadie lo duro que era perder a un padre. Incluso uno que no se mereciera tal nombre. No podía quitarle a Aidan su oportunidad de hacer las paces con el hombre que le dio la vida.

Dejé de poner el nombre de mi padre en Google, y empecé a poner el de Andrew. Solo había dos entradas sobre él, y las dos estaban relacionadas con el pleito que tuvo con Aidan cuando decidió quedarse a Alice. Aunque luego se arrepintió. ¿Por qué se arrepintió? ¿Y por qué sólo había dos entradas con su nombre? ¿No tenía Facebook, ni twitter, ni teléfonos de la empresa de trabajo? Aidan no sabía de qué trabajaba su padre,  y yo tampoco, a pesar de que le había investigado. ¿Qué tan bien puede una persona borrar sus huellas? Yo mismo me había molestado en llevar un perfil bajo y aun así si uno buscaba encontraba cosas mías en los archivos policiales. ¿Acaso Andrew con todo su historial de bebidas, fiestas y prostitutas no había estado nunca en una comisaría? Con todo el dinero que tenía, ¿nunca había llamado la atención de la prensa o invertido en algo que le hiciera famoso?

Miré mi móvil. Tenía un mensaje de Bill, mi examigo que había participado en la paliza que le dieron a Ted. No sé cómo había conseguido mi número, pero el tío estaba histérico pensando que la policía iba a ir a por él. Me rogaba que no le dijera a Aidan dónde encontrarle.

Lo cierto era que me extrañaba que Aidan jamás me hubiera preguntado tal cosa, sabiendo que yo les conocía. Tal vez había tenido demasiadas cosas en las que pensar, o tal vez sabía que yo odiaría tener que declarar frente a la policía, y encima contra amigos míos.

Imaginé que Bill ya no se quedaba en el mismo sitio, de todas formas. Seguramente habría buscado un nuevo lugar, uno que yo no conociera. Decidí responderle.

“Te lo merecerías, cabrón. Mi hermano quedó en silla de ruedas. Tienes suerte de que no esté paralítico para siempre. Pero de momento por aquí no se sabe nada.  Más te vale que corras hasta Australia, porque sino un día de estos iré a patearte el trasero.”

Después de enviar el mensaje, me quedé pensando. Bill tenía contactos…. Habíamos hecho tratos en el pasado. Yo sabía falsificar carnets, y creo que era bastante bueno en ello, pero había siempre un riesgo, y era que la policía podía averiguar enseguida si un carnet era falso al meter los datos en un programa. Lo que Bill podía hacer era mejor: podía crearle una identidad falsa a una persona. Podía hacer que al meter sus datos la policía encontrara una coincidencia. Si yo alguna vez tuviera que crearme una identidad nueva, o suplantar la de otra persona, acudiría a alguien como Bill. En definitiva, tal vez Bill pudiera explicarme cómo había hecho Greyson para suplantar a Andrew en el pasado, y qué les unía a esos dos. Quizás pudiera explicarme también si es que Andrew sabía borrar su rastro de todos los documentos oficiales, o cómo es que no aparecía en casi ningún sitio.

Le escribí otro mensaje a Bill:

“Escucha, me debes una y bien gorda, porque ahora mismo podría ir a la poli y enseñarles tus mensajes o dar un par de nombres que podrían llevarles hasta ti. Pero no lo haré. A cambio necesito un favor.”

La respuesta tardo en venir, pero finalmente me llegó un mensaje suyo:

“Ya estoy limpio, M. No quiero volver a la cárcel.”

Omití decirle que para eso debía abstenerse de dar palizas a chicos de diecisiete años.

“No es nada ilegal. Tan sólo quiero información.”  Le respondí.

Seguro que una parte de él tuvo que pensar que aquello era una trampa. Por eso se tomó su tiempo antes de contestar, pero finalmente me escribió diciéndome un lugar donde vernos en media hora. No quería seguir hablando por teléfono, por si acaso. Era un poco paranoico y tal vez se pensara que alguien podía tomarse la molestia de espiar la conversación de dos don nadies como nosotros.

En vista de que por el momento no podía hacer nada por mi padre, pensé en Aidan, y en que quizá sí podía hacer algo por el suyo. Me arreglé, y salí de casa sin que el idiota del “niñero” se diera cuenta. El imbécil se había dormido mientras veía una película con los enanos.

Ya en la calle, sabía que no podía esperar a coger un autobús, o jamás llegaría a tiempo y Bill se iría. Habíamos quedado bastante lejos. Por eso, tras dudar un segundo, cogí el coche de Ted. No tenía carnet, pero no sería la primera vez en mi vida que conducía. Entré en casa de nuevo para coger las llaves del coche y Alice asomó la cabeza tras el sofá. Me llevé el dedo a los labios pidiendo silencio y ella se rió y se tapó la boca, como divertida por tener un secreto. Sonreí un poco y volví a salir.


-         Aidan´s POV –

Salí de la reunión con la cabeza llena de números. Iniciar los trámites para traducir el libro y llevarlo a otros países requería una inversión económica bastante grande, y nadie quería perder dinero, así que había que pensarlo bien. Aun así, se había vendido tan bien en mi país que el editor lo consideraba una inversión segura. Cuando me dijo cuántas copias se habían vendido casi me mareo. Mis libros nunca se habían vendido tanto.

Supe que ya no podía mantener el contrato que tenía con la editorial. Tenía que exigir una mejora de mis condiciones. Quería el sesenta por ciento de los beneficios, pero tampoco era mi intención quedar como un desagradecido con aquella empresa que había confiado en mi literatura cuando yo no era nadie. Me reuní con el editor en privado  y el prácticamente adivinó lo que yo quería.

-         Me lo temía – suspiró. – Mis asesores redactaran un nuevo contrato. Lo firmaremos la semana que viene.

-         ¿No vas a discutirlo? – pregunté, asombrado.

-         ¿Y arriesgarme a que te vayas corriendo a otra editorial? No pides nada que no sea justo. Llevas años conformándote con menos de lo que te corresponde, en busca de cierta estabilidad. No creo que la estabilidad deba preocuparte nunca más, Aidan. Eres rico. A final de este mes lo serás.

Todavía le estaba dando vueltas a esa frase mientras volvía a casa. Me inundó como una especie de paz al pensar que el dinero no iba a ser un problema nunca más. Que todos mis hermanos podrían ir a la universidad, que podría darles todo lo que se merecían. Pensé en abrir una cuenta para cada uno de ellos. Ya lo había hecho hacía tiempo, pero no había podido meter mucho dinero.

Era curioso: no sentía que mi vida hubiera cambiado. Me sentía aliviado, sí, pero ni la mitad de emocionado que cuando Michael vino a vivir a casa, o cuando vino cualquier otro de mis hermanos. Mi verdadera fortuna no podía medirse en billetes.

Dejé de pensar en todo eso cuando llegué a casa, y vi algo que me alarmó enormemente: el coche de Ted estaba mal aparcado, y tenía una enorme abolladura en la parte trasera.  Lo había sacado. Había sacado el coche. A pesar de que se lo había prohibido expresamente, había ido a ver a su novia cuando aún no estaba en condiciones de conducir. Y había chocado.

Me empezó a faltar el aire y agarré el volante con fuerza, como necesitando asirme a algo. ¿Estaba bien? ¿Había sido un choque grave? ¿Y si había vuelto a golpearse la cabeza? ¿Y si le habían llevado al hospital? En los dos últimos meses Ted había pasado dos veces por quirófano. ¿Todas aquellas situaciones de peligro eran señal de que no le estaba cuidando bien? Algo tenía que estar haciendo mal cuando le dije expresamente que se quedara en casa y él decidió ignorarme.

Salí del coche y cerré la puerta bruscamente. Estaba aterrorizado. Sentía un pinchazo en el pecho y no me hubiera extrañado que en ese momento me hubiera dado un infarto.  Entré en casa, asustado por lo que me pudiera encontrar.

-         ¿Qué ha pasado? ¿Ted está bien? – pregunté, en vez de saludar.

-         Se…señor Aidan  - murmuró Richard, el chico que se suponía que debía cuidarles. Había palomitas por el suelo y todo el salón estaba muy desordenado, lo cual me indicaba que los enanos habían  podido con él y lo habían revuelto todo, aunque no había nada alarmante. 

-         ¿Han salido de casa? Te dije que no podían salir.


-         Yo… yo…. estaba con los pequeños viendo una película… y….

-         ¿SALIERON DE CASA? – insistí, alzando la voz, perdiendo la poca paciencia que me quedaba.

-         El negro cogió el coche… no me enteré, sólo le vi volver…. No sé cuando salió…yo….

-         Vete – espeté, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no gritar – Sal de aquí. Gracias por todo. ¡Y DEJA DE REFERIRTE A LAS PERSONAS COMO “EL NEGRO” O “EL RETRASADO”. Tiene un nombre, y deberías habértelo aprendido.

-         Tie… tiene razón… Ya me voy…ya – el chico empezó a recoger sus cosas a toda prisa. Se le veía bastante asustado.  Supe que no podía culparle a él por lo que había pasado, no del todo, porque si Ted quería irse, se iba, sin importar quién estuviera en casa.  La culpa era mía por dejar a mis hijos en manos de otro niño.

Le di un puñado de billetes y un mensaje para la agencia.

-         Diles a los de la agencia que si vuelvo a llamar, deberán enviar a alguien capaz de tratar con una docena de niños y adolescentes. Ellos sabían que tenía doce hijos. Debieron enviar a alguien con más experiencia. No es culpa tuya, chico.

-         Sí…sí señor…Yo… adiós. – salió corriendo, profundamente avergonzado. Creo que había sido demasiado brusco con él. Pero en ese momento nadie podía culparme por no controlar lo que decía.

-         ¿Qué ha pasado? – le pregunté a Zach, por tenerle más cerca. – He visto el coche. ¿Qué pasó?

Nadie me respondió, y me vi a punto de enzarzarme en una discusión para obligarles a decírmelo, pero vi que Ted bajaba las escaleras. Despacio, agarrado a la barandilla porque aún no andaba bien, pero entero. De una pieza. Vivo. Sin heridas por el choque.

-         Hola, pá… - empezó, pero no le dejé terminar.

-         ¿ES QUE NO HAS APRENDIDO NADA DESPUÉS DE LO QUE TE PASÓ? ¿No tienes ni el más mínimo sentido común? ¿Acaso quieres que de verdad te pase algo grave?

-         Pero…

-         ¡No puedo seguir así, Ted! No puedo estar todos los meses en el hospital, imaginando lo peor. ¡PODRÍAS HABERTE MATADO!  ¡Y todo porque eres incapaz de esperar un poco! ¡Te dije que iríamos cuando volviera!

-         ¡Deja de gritarme! – chilló.

-         Papá ¿qué te pasa? – intervino Barie. Solo entonces me di cuenta de que sus hermanos estaban delante.

-         Subid arriba. Todos. Dejadme solo con Ted. Ya

No sé qué percibieron en mí, que ninguno rechistó. No todos estaban abajo, algunos estaban en sus habitaciones y yo esperé que no bajaran de ahí por un buen rato.

-         ¿Cuál es tu problema? – me dijo Ted, terminando de bajar, y caminando hacia el sofá con torpeza.

-         ¿Mi problema? ¿¡Cuál es el tuyo!? ¿No hablamos el mismo idioma, tal vez? ¿No entiendes el significado de la palabra “no”?

-         ¿Quieres calmarte?

-         ¡No puedo calmarme! ¡Cogiste el coche! ¡Y te has chocado con él, esa abolladura no ha salido sola! ¡Tuviste un accidente porque aún no estás bien para conducir!

-         ¡Yo no cogí el coche! – me dijo, y durante unos segundos me hizo dudar.

-         ¿No? – pregunté, con incredulidad. - ¿Entonces quién?

No dijo nada, y eso me confirmó que estaba mintiendo. Era su coche, era el único que tenía carnet. Era el único que tenía motivos para irse y ya me había insistido para que le diera permiso. Además, Richard le había delatado.

-         Al menos afronta las consecuencias, no pretendas mentirme a la cara. Ten un mínimo de respeto, ya que no te da la gana de obedecer – le espeté. Estaba más allá del enfado. Estaba asustado, furioso, frustrado, sin saber qué hacer para mantenerle a salvo, para que me hiciera caso. Que me desobedeciera en otras cosas era malo, pero cuando se trataba de su seguridad, simplemente no podía pasar.

-         Cálmate, te va a dar algo.

-         ¡CLARO QUE ME VA A DAR ALGO! ¿Es que no entiendes que si te pasa algo yo me muero? ¿Crees que ha sido fácil para mí verte en esa silla de ruedas? ¡Hoy mismo podrías haber vuelto a ella! Pero voy a hacer que me obedezcas. Voy a hacer que nunca más se te ocurra pasar por alto una orden mía.

Caminé hacia él y le agarré del brazo. Me iba a odiar por aquello, no podía olvidarme de que Ted aún no estaba recuperado del todo y por eso me parecía mal lo que estaba por hacer, pero me parecería peor quedarme de brazos cruzados mientras él se mataba por no hacerme caso.

-         ¿Recuerdas que te dije que haría si salía de casa? – le pregunté.

No me respondió, así que le giré y le di una palmada, para demostrarle que no estaba para juegos.

PLAS

-         ¿Qué te dije?

- No sé las palabras exactas, pero entendí que me darías la paliza de mi vida.

-         Exactamente. ¿Acaso pensaste que no lo cumpliría? ¿O creíste que valía la pena?  Si pensaste eso te equivocaste.

Me senté en el sofá y tiré de él, haciendo que perdiera el equilibrio con mucha facilidad, puesto que sus piernas aún no estaban fuertes del todo. Le tumbé encima de mí y no se resistió, aunque tampoco colaboró lo más mínimo. No me gustaba hacer las cosas así, y menos con Ted. Algo le pasaba a mi muchacho, normalmente se mostraría triste por el hecho de que me hubiera enfadado con él, pero aquella vez estaba como pasivo. Pensé que tal vez le había ido mal con la novia y yo ni siquiera le había preguntado… Pero eso podía esperar. Estaba demasiado enfadado como para mantener ese tipo de conversaciones.

-         ¿Tienes algo que decir? ¿Alguna explicación, una disculpa al menos? – le insté.

-         Solo que si me castigas no voy a perdonarte nunca. – me amenazó. – No hice nada malo.

-         ¿Nada malo? ¡Me desobedeciste! ¡Sacaste el coche!

-         Yo no fui.  – volvió a decir. A veces Alejandro también hacía eso, y no es que Ted nunca me mintiera, pero sus mentiras no solían ser tan descaradas.

-         ¿Se sacó solo entonces? – pregunté con sarcasmo.

-         ¡Sí!

Había oído suficiente. Le sujeté con un brazo y dediqué solo un segundo a reflexionar sobre lo que iba a hacer. Nunca había sido verdaderamente duro con él. Había habido un par de ocasiones, como cuando fue a por los tipos que le pegaron, en que había estado cerca, pero nunca había sido tan duro como a veces con Alejandro.

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Ted se quedó quieto y en silencio. Podía notar como estaba aguantando, dispuesto a no decir nada, no sabía si por orgullo o porque de todas formas nunca había sido muy escandaloso.

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-         ¡Ah! Esta bien, está bien, no se sacó solo, ¡pero yo no fui! Yo no fui, tienes que creerme!

-         ¿Entonces quién, Ted? ¿Quién sacó TÚ coche, para ir a ver a TÚ novia?

Me molestaba que no asumiera las cosas, no era propio de él. Le incorporé un poco, solo lo necesario para desabrochar y bajar su pantalón. Después proseguí, bajando la mano con algo más de fuerza.


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-         Au… ya papá…ya…

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- Au…ai… snif…..snif…..au…

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-         Papá, ya no más….snif…me estás dando muy fuerte…

Sabía que no lo decía por decir, no estaba siendo suave, pero era su vida lo que había puesto en riesgo. Intenté hacerme sordo a sus quejas y endurecí el corazón.

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-         BWAAAAA …. Perdóname…. Yo no he sido….yo no…  ya no más…

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A esas alturas Ted lloraba sin reparos y una parte de mí se sentía un auténtico monstruo. Otra parte de esforzó en recordar la abolladura del coche, y lo que podía haberle pasado. Tras dudar un segundo, tiré del elástico de sus calzoncillos. Ted soltó un gemido, no supe si por vergüenza o porque había creído que ya había terminado.

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-         Papi…. Por favor… por favor…

-         ¡Papá! – intervino Alejandro, desde lo alto de las escaleras - ¡Ya vale! ¡Todos lo estamos oyendo, es mucho!





-         Alejandro sube, estoy hablando con tu hermano.

-         ¡No, le estás pegando! – me dijo, y terminó de bajar. - ¿Qué hizo para que lo castigues así?

-         Esto es entre tu hermano y yo. Sube. – le dije, serio, y continué.

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-         ¡Ya vale, papa!  No es normal que llore así ¿es que no lo ves?

-         Ve arriba, Alejandro – ordené  y cuando vi que no iba a hacerme caso, subí la ropa interior de Ted para intentar preservar en algo su intimidad. Aunque en ese momento no parecía importarle.

La verdad es que Ted sí estaba llorando mucho. Suspiré, y froté su espalda.

-         Levanta un momento, Ted. No hemos terminado, pero quiero que te calmes un poco. Te hará mal llorar así.

-         ¡Y una mierda no habéis terminado! ¿Es que te da igual que esté lisiado? ¡Bruto! ¡Animal! – me increpó Alejandro.

- Basta, ¿eh? No creas que esto me gusta, pero tengo una muy buena razón para hacerlo.

Alejandro no fue el único que se había asomado. Barie y Alice bajaron también, con cara de preocupación.

-         ¿Así? ¿Cuál? ¡Si ha estado en su cuarto todo el rato que estuviste fuera! – replicó Alejandro.

-         No me mientas tú también, Alejandro, sé perfectamente que salió de casa.

-         Ted no salió, papa – dijo Bárbara.

Aquello me dejó sin palabras por un momento. Miré a Ted, que se había tumbado en el otro sofá, alejándose de mí lo más que podía, y tapándose la cabeza con el cojín, sin dejar de llorar.

-         ¿No?

-         ¡Michael sí! – añadió Alice – Pero shhh, es un secreto, jiji.

Abrí mucho la boca. Richard había dicho “el negro”, pero yo solo había pensado en Ted, porque era el que había insistido para salir…

-         Ted… ¿quién cogió el coche? – susurré.

Él no me respondió, sino que se levantó, se colocó la ropa, y se fue hacia las escaleras, todo lo rápido que podía, que no era mucho. Seguramente quería salir corriendo, pero aún no estaba recuperado como para hacerlo.

Fui detrás de él y le agarré del brazo para que no se fuera.

-         Ted… hijo…

-         ¡Suéltame! – se zafó, como si el contacto le quemara.

Poco a poco empalidecí, consciente de lo mucho que había fastidiado las cosas. Me quedé clavado en las escaleras mientras él subía, y me enfrenté a la dura mirada de Barie y Alejandro. Alice solo parecía confundida.

-         …¿no salió de casa? – insistí, como para confirmar lo evidente.

-         ¡NO! ¡Estaba cansado así que trató de dormir un poco y como Richard también se durmió viendo una peli con los enanos al final estuvo jugando con Dylan! – dijo Bárbara.

-         ¡Le has castigado por algo que no hizo, y además has sido demasiado duro con él, aún no está bien del todo, joder! – añadió Alejandro.

El mundo se me vino encima. Ted me lo había dicho, me había dicho que no había sido él, pero no le creí… Pensé que me estaba mintiendo…

Fui a buscarle y me encontré con que se había encerrado en la habitación. Debía de haber puesto algún obstáculo tras la puerta, porque no podía abrir. Le escuché llorar y se me rompió el alma.

-         ¡Ted!…Ted, hijo, abre la puerta….

-         ¿Qué pasó? – preguntó Michael, saliendo del baño con el pelo mojado y una toalla por la cintura. Debía de haberse dado una ducha.

-         Papá le pegó por salir de casa y coger el coche. – dijo Alejandro, que me había seguido.

-         ¿Qué? ¡Pero él no fue!

-         ¿Fuiste tú? – pregunté, sintiéndome demasiado mal como para enfadarme.

-         ¡Sí! – dijo Michael. -  ¡Y lo hubieras averiguado de haberte tomado el tiempo de hacer preguntas!

-         Le pregunté pero… él… él no me dijo que fueras tú….

-         Porque no es un soplón.  Pero tendrías que haberte asegurado antes de… antes de… ¡grrr, Aidan! ¡Le hiciste llorar! – gruñó, porque con la puerta cerrada y todo, se le escuchaba.

Pocas veces en mi vida he deseado tanto tener una máquina para retroceder en el tiempo. Le había hecho daño a mi hijo. Después de lo de Zach tendría que haber aprendido. Tendría que haber confiado en Ted ciegamente. Era preferible que mis hijos lograran engañarme de vez en cuando a no creerles cuando me decían la verdad….

No sabía si Ted iba a perdonarme, pero estaba bastante seguro de que yo no iba a perdonarme jamás.


13 comentarios:

  1. Yo tampoco lo perdonaría!!!! Grrr... Bruto, bestia, estúpido... me quedo corta! Pero en fin... con el corazón enorme que tiene Ted seguro que sí lo hace, pero que lo haga sufrir mucho que se lo merece!! Pobre Ted, me dio pena que le pasara eso. Te has ensañado con él.

    No sé por qué no me gusta Holly, parece que Aidan se volvió un tonto con su presencia! No me cae ejejeje..

    Me encanta Michael...

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  2. Pobre Ted :( aidan metió la pata pero no es malo...la mala es Dream que nos dejo así en este suspenso porfa actualiza prontoo

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  3. Pobre Ted :( aidan metió la pata pero no es malo...la mala es Dream que nos dejo así en este suspenso porfa actualiza prontoo

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  4. Pobre Ted eso si que es ser buen hermano, y si Aidan se paso esta vez

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  5. Pobrecito de mi Ted no se merecía que lo castigaran,ojala que Aidan sepa como hacer para contentarlo,contínuala pronto por favor.

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  6. OHHH por favooor, ahora si se armo la gorda, pobre Ted y pobre Aidan, él que siempre esta cuidando de no lastimar a sus niños, vaya metedura de pata.
    Pero le entiendo, habiendo pasado semejantes sustos con Ted, solo que... hasta él debería saber que no pude golpear a una persona lisiada.

    Muy buen relato Dream, espero lo continues pronto

    Marambra

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  7. OHHH por favooor, ahora si se armo la gorda, pobre Ted y pobre Aidan, él que siempre esta cuidando de no lastimar a sus niños, vaya metedura de pata.
    Pero le entiendo, habiendo pasado semejantes sustos con Ted, solo que... hasta él debería saber que no pude golpear a una persona lisiada.

    Muy buen relato Dream, espero lo continues pronto

    Marambra

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  8. Querida Dream, tu sabes mi pequeña adiccion a tus historias...y te digo de antemano te insistire dia por medio para que por favor actualices, de ser asi hasta me convertire en tu sombra para que lo haas yyyy sabes que soy insistente, es cosas de recordar a mis gemelos los cuales TODAVIA NO ACTUALIZAS ni a Scaretto ni nada TT-TT please actualiza por favor!!!

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  9. Pobre Ted, qué mala onda que lo castigaran así sin razón. Y todo por un malentendido.

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  10. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  11. Matenme si quieren pero yo creó que Aidan no tiene toda la culpa, ya se lo había advertido, y le preguntó varias veces y el no quiso hablar, sólo estabapreocupado por la seguridad de su hijo,
    Me encanta esta historia, continua Dream

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